SIN MIEDO A PERDER LA SILLA

Por, Ernesto Pérez Vera


No sé qué es lo que oí ayer en la radio, pero de repente me acordé de un gesto que tuvo uno de mis exjefes en la Policía. Casi diariamente me acuerdo de otros gestos y de otros jefes, pero aunque parezca mentira, en este momento no quiero ser escatológico. En fin, el hombre del que hablaba me dijo que quería crear una plaza de mando intermedio para que la ocupara alguien que no fuese de nuestro cuerpo. O sea, convocarla en oposición interna y poner un examen tan complicado que nadie de dentro lo pudiera superar. Desierta la plaza por no haber sido obtenida, podría ser convocada en turno libre para que cualquier español que reuniese el resto de requisitos luchara por ella. Se hace, ¡digo que si se hace! La ley lo permite: plazas a medida, que unas veces arrancan aplausos y otras, las más, producen urticarias y vómitos.

Lo sorprendente es que me pidió que le buscara, cual ojeador de fútbol, a varios candidatos. Estos tenían que ser, porque así lo quería él (supongo que en consenso con el político), personas con dotes de mando. Individuos que, a ser posible, fuesen jefes intermedios o superiores en otras fuerzas. Por cierto, ser mando no conlleva tener dotes de mando. Sigo. Lo quería con experiencia en Policía Judicial, PJ en nuestro argot, alguien que supiera mucho de Derecho Policial. Un profesional que llevara años trabajando en instrucción de diligencias, viniese del cuerpo que viniese. En definitiva, un hombre muy preparado para escribir y poner en marcha una poderosa oficina de atestados. Llegué hasta varios especímenes con este perfil. Dos estaban en la Guardia Civil, siendo uno cabo primero (oficial en otros cuerpos) y sargento (subinspector en otras fuerzas) el otro. Pillé a otro, a un subinspector del Cuerpo Nacional de Policía. Al finalmente fichado se le daría, mediante la propia oposición, una plaza de subinspector. O sea que dos de los candidatos podrían conservar sus estatus de mando en caso de ser seleccionados (el que aprobara), solo que con un sueldo notablemente superior. El advenedizo, obviamente, tendría que solicitar la excedencia voluntaria en la fuerza de origen. 
 
La cosa es que el cabo primero y el subinspector impusieron clausulas a lo Neymar, o a lo Madonna. No sé qué se imaginaron, pero querían sábanas de seda por las noches y flores frescas todas las mañanas. Un bombón en la almohada, antes de dormir. Iban de divos. Querían poco menos que ser los dueños del campo, jugar como equipo local y arbitrar el partido. Y cuidado, no impusieron tales exigencias para que el trato no se firmara, evitando dar un no por respuesta, porque puedo garantizar que los dos se querían venir, arañándose entre ellos para cubrir la plaza. Pero leches, exigieron hasta un chófer.

El otro ojeado, el sargento de la Benemérita, solamente dijo que en caso de aceptar, cosa que tenía que meditar porque estaba pendiente de un importante y anhelado cambio de destino, que le podría reportar prestigio profesional y pingues beneficios, quería mantener como mínimo el estatus de sargento. Modesto el hombre, toda vez que desde mi punto de vista era el que más valía profesional atesoraba de los tres nombres puestos sobre el tapete. Tanto es así, que algunas de las investigaciones en las que había participado fueron portada de los tabloides nacionales y extranjeros, durante cierto tiempo. Finalmente no se vino ninguno y todo quedó en agua de borrajas. Los primeros por quererlo todo desde la primera vez que abrieron la boca, algo que delataba el perfil humano que se ocultaba debajo de sus gorras. Esta actitud eclipsó sus bagajes profesionales, que tampoco eran feos. Y al otro le salió bien aquel plan de cambio de aires internos y se fue al extranjero. Hoy ha ascendido y pertenece a otra escala. Le va de lujo y disfruta con lo que hace: sigue investigando e instruyendo importantísimas diligencias.


Pero lo que me sorprendió de todo esto es que mi jefe no temió que el fichaje estrella le comiera terreno. No en vano se iba a traer a una persona con capacidad bastante como para ascender y moverle la silla. Quitarle el puesto. Algo muy frecuente en cuerpos como el mío, donde en cada esquina se conspira por una migaja más de pan, o por una paja gratis mirando el mar desde el coche patrulla. Aquí la gente se da mordiscos por una hora extra, imaginen por un galón, por una silla más confortable, por un teléfono gratis y por un coche oficial. Este superior demostró grandeza y seriedad. Compromiso. Honestidad para con el servicio. Quería reforzar el equipo con buenos goleadores, con balones de oro. Preocupado, me pregunto: ¿por qué este modelo de mando no abunda, ¡por qué!? ¿Por qué sí hay tanto nepotismo, colegueo, pasteleo y pisoteo, ¡por qué!? Espero que a nadie se le escape que detrás de casi todos estos despropósitos suele estar la manu sindicale, la política al final del camino. Pero también intervienen en estas decisiones las secuelas de los grandes complejos de quienes tienen que tomar decisiones, pasando por ser policías cuando únicamente son ruines y listos disfrazados, pero de inferior capacidad intelectual y de escasa hombría. Cucarachas. Estafadores de pecheras condecoradas y de hombreras inseminadas.


Esto último es, precisamente, lo que hace que en los cuerpos locales, que son los que mejor conozco, se ningunee con demasiada frecuencia a los subordinados que destacan. A quienes producen. A los que estudian y a los que trabajan. Y cuando refiero lo del estudio lo hago pensando en quienes cursan estudios superiores para tener opciones de promocionarse internamente, pero también me acuerdo de quienes hincan los codos para ser eficaces y resolutivos durante las intervenciones policiales, sin tener que andar mendigando soluciones a terceros, o lo que es peor, echando balones fuera y pecando de omisión por ignorancia. A estos, a los que tienen ganas, currículum laboral (no académico únicamente), capacidad demostrada e interés en hacer más desde arriba, se les suele pinchar la bicicleta para que no puedan llegar ni a la esquina. Se les meten palitos en los radios de las ruedas. Se les aflojan los sillines y los pedales para que tarden en llegar, o para que se caigan por el camino. Seguro que saben de qué estoy hablando, del sabotaje a la imagen; del deslucimiento a la labor realizada y de la defecación sobre el buen nombre y la fama. Muchos estiran la situación hasta alcanzar el dolor ajeno. Algunos incluso dominan el escarnio, regocijándose en su propia mierda. No se trata de dañar porque sí, sino para que los comprometidos no alcancen la meta, lo que implicaría dejar con el culo al aire a los comparsistas que mueven los hilos escondidos detrás de mugrientas y oscuras cortinas.


Pero lo cierto y verdad es que la historia comprimida en estos párrafos es real en parte, pues he alterado empleos y cuerpos para no dar muchas pistas. He unido hechos vividos y protagonizados por mí, a otros que un compañero de otra plantilla me ha traslado con todo lujo de detalles y pruebas. Naturalmente ambos van en la misma línea y por ello, aquí, han casado perfectamente. La mierda no es la misma en todas partes porque cada una obedece a un nombre y a unas siglas, pero oler sí que huele igual aquí, allí, más allá y enfrente.

Comentarios

  1. es parte del juego, una parte que dominan los Dominadores.....Una desgracia que hay en todos los cuerpos,,,los hijos de los que estan en P.J son normalmente los comisionados

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  2. Me gustaría decir que "eso" en mi plantilla no pasa, que a los que nos preocupamos por hacer cada día mejor las cosas se nos valora y aprecia. Que a los que realmente nos gusta nuestro trabajo y disfrutamos con él, se nos tiene en cuenta nuestra opinión con respecto a los temas de los que somos conocedores. Que a los que, a pesar de que la "titulitis" no de esas dotes de mando, se les de la oportunidad de demostrar su valía.

    Pero no es así, siento deciros que esa utópica plantilla... no existe, al menos hasta donde yo conozco., y el caso que relatas lo conozco de muy buena "manus sindicale" pues yo estuve un tiempo de sindicalista y pude comprobar que había estado cegado por un tiempo, pensando que aquel que debe velar por "sus muchachos" estaba en otros menesteres "silleriles".

    Un saludo y suerte.

    --
    "Ante ferit quam flamma micet"

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    1. Gracias, Josma. Un comentario muy oportuno, siempre.

      Ernesto.

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