“EN LA LÍNEA DE FUEGO” Y EN LA ESCUELA DE ÁVILA

Por, Ernesto Pérez Vera

Es 21 de mayo de 2014 y estamos en la Escuela Nacional de Policía de Ávila, en la academia de la Policía Nacional. Fernando y un servidor vamos a presentar nuestro libro En la línea de fuego: la realidad de los enfrentamientos armados. Mi socio editorial en este proyecto literario, hombre más curtido que yo en seguramente todos los órdenes de la vida, está muy tranquilo, pero yo, en estos momentos, soy un puñado de nervios tensionados. Dar a conocer un libro con tu firma no es moco de pavo, menos aún si la obra versa sobre policías y la premier se celebra en tan ilustre centro de formación policial. Pero ojo, es que entre el público asistente está, ahí es nada, Marceliano Gutiérrez Rodríguez, el director de la academia. Tan es verdad que el estrés me tiene preso, que ya ni mi cuerpo recuerda la crisis de dolor neurológico que ayer me condujo hasta los servicios sanitarios del centro.

Pero si lujo es para estos humildes autores presentar aquí este trabajo, más lujo es contar con el inspector jefe José María de Vicente Toribio como director del evento y cicerone. Toribio, a quien conocí en abril de 2009 cuando me contactó para proponerme como conferenciante en aquel templo de azules, es orador y poeta sin par; un monstruo de la palabra, de las letras, del plomo y de la pólvora. Mi querido amigo, ya felizmente jubilado por motivos de calendario, ha ganado 10 premios literarios en prosa y poesía, el primero de ellos a los 12 años de edad; tiene publicados 5 libros; y ha escrito numerosos artículos en El Correo, El Diario de Ávila, La Opinión de Zamora, etc. Ha sido, si acaso no lo será eternamente, profesor de Tiro, Armamento y Explosivos durante 2 décadas.


Ya estoy más tranquilo y relajado, también eufórico: el acto ha terminado y estoy, estamos, muy contentos. Todo ha salido muy bien. Los asistentes nos han hecho muchas e interesantes preguntas una vez finalizada la fase de presentación y, cómo no, hemos firmado muchos ejemplares. Me siento muy arropado por amigos que, casualmente, se hallan aquí como alumnos en cursos de promoción. Pero también otros han venido desde provincias cercanas y no tan cercanas. Incluso mi amigo Luis Romero, periodista de profesión, ha viajado conmigo para ver, oír, hacer turismo y, naturalmente, comerse un buen chuletón.

Pero incluso en tal ambiente de felicidad y buena armonía surge la pena y el decaimiento: acaba de morir un policía en Málaga. Lo han apuñalado mientras me encontraba en pleno uso de la palabra ante el público. Pertenecía a la Unidad de Prevención y Reacción de la Comisaría Provincial de la Policía Nacional. Se llamaba Francisco Enrique Díaz Jiménez y tenía 33 años. El finado no estaba solo, pero los varios disparos que sus compañeros hicieron contra el homicida llegaron tarde: la mojá se había incrustado en el tórax. Precisa y lamentablemente, esto ha acaecido mientras yo estaba exponiendo los riesgos que se corren dentro de las distancias propias de las identificaciones, distancias íntimas por pura necesidad operativa, que es lo que el acuchillado pretendía hacer antes de ser asesinado. No obstante, el hijoputa que lo ha matado sobrevivió a los balazos que se ha llevado puestos.


Esta lluviosa tarde abulense no me ha impedido reconocer, una vez más, mi temor al empleo de proyectiles blindados y semiblindados para labores policiales, los cuales sobrepenetran en exceso, como ha quedado de manifiesto en la capital costasoleña al atravesar todos las balas el cuerpo del criminal herido. Esto ha propiciado que 2 ciudadanos ajenos a la intervención de la Policía hayan resultado heridos de gravedad, al ser alcanzados por trozos de proyectiles. No estaban allí mismo olisqueando, estas personas se encontraban a más de 100 metros de distancia de la sangrienta y luctuosa escena principal. Dicen las autoridades, a toda prisa y corriendo, que un rebote es el responsable de que estos particulares tengan que pasar por quirófano. Y la verdad, es más que probable que se trate de proyectiles, o de fragmentos de los mismos, que han tocado en pared, en suelo, o en cualquier otro elemento alterador de la trayectoria inicial, pero la pregunta que hay que hacerse es: ¿esos proyectiles rebotones han pasado de largo alrededor del malo, sin lesionarlo, o por el contrario han penetrado en él por un sitio (orificio de entrada) y han salido por otro (orificio de salida) continuando hasta detenerse en algún lugar, o en alguien?  Dicho de otro modo, ¿los rebotes los han protagonizado tiros errados, o por el contrario provienen de tiros que han atravesado la pellejera del objetivo?


Regreso al presente, a octubre de 2015. En Mijas, también en Málaga, hace unos días (23/10/2015) ha vuelto a ocurrir cuando un guardia civil disparó contra quien acababa de apuñalar a otro agente: un ciudadano fue herido por un rebote, según la prensa y las autoridades. Pero, ¿la bala que lesionó a este señor que pasaba por allí había atravesado previamente al cuchillero, o era otro presunto tiro fallido? Ojo, la Benemérita emplea cartuchos blindados para sus quehaceres laborales convencionales, cual es el caso que nos ocupa. Moraleja: la misma mierda es la punta blindada que la semiblindada, así que no os la cuelen más con calzador. Amigos, exigid verdades y rechazad mentiras. Joder, el tiempo de avanzar de frente y sin complejos ya ha llegado. Ahora o nunca, levantad las manos y pedid respuestas razonadas y medios realmente eficaces.

Ahora os dejo con el discurso pronunciado por Toribio en Ávila:

Buenas tardes y bienvenidos a esta Sala de Congresos de la Escuela Nacional de Policía que, generosa una vez más, con la autorización de nuestro director aquí presente, hoy abre sus puertas para dar acogida a un evento cultural y siempre feliz: el nacimiento de un libro.


Cuando un autor (en este caso son dos) decide sacar a la luz un nuevo libro lo hace convencido de que el contenido que encierra es novedoso e importante para el resto de sus conciudadanos. Y esto es así, aunque hay veces que los autores se confunden en ambos campos, o mejor dicho, nos quieren confundir dando a luz verdaderos engendros, refritos de refritos, que no hacen sino repetir hasta la saciedad los mismos conceptos una y otra vez, libro tras libro, saltándose a la torera, por otra parte, los derechos de autor y de propiedad intelectual.

Esto es muy frecuente en el tema que toca esta obra. Me estoy refiriendo al campo de las armas y del tiro. Y el referente aquí, en los últimos años, ha sido siempre la actual potencia hegemónica: los EE.UU. de América. Igual que antiguamente en la universidad, para concluir una discusión se recurría al famoso magistir dixi, como algo irrefutable, ahora en el campo de las armas y del tiro se viene a recurrir al “lo dicen los americanos”. Fin de la discusión.

Hasta los giros literarios de mi amigo Ernesto, que bien podrían ser gaditanos (“digo, pisha”, por ejemplo), cobran aquí tintes, por no decir acento, del más puro estilo americano. (Avisad a Seguridad, que este me va a matar).

Las hegemonías es lo que tienen. Cuando lo éramos nosotros y a Felipe II le dio por vestir de negro, todas las cortes europeas parecían estar de luto. En fin, como dice el viejo refrán: “Quién más pita…”.

Cuentan que cuando los grandes avances en histología que aportó don Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1906, llegaron a manos de un científico alemán, este comentó: “Hoy la luz nos llega del Sur”. Parafraseando al anónimo teutón yo aquí podría decir que, en el terreno del tiro y de las armas, hoy la luz también nos llega desde el Sur. “Del Sur del Sur”, como bromeamos Ernesto y yo cuando hablamos de su ubicación geográfica, La Línea de la Concepción, allí donde todo acaba en frontera, tanto por tierra, de forma artificial e infame, como por mar, de manera natural, por ser el fin natural de nuestro Sur y, por ende, también el de Europa.

Cuando he ojeado el libro En la línea de fuego: la realidad de los enfrentamientos armados, he podido decir: he aquí, por fin, algo novedoso en este campo tan manido. Los autores, Ernesto Pérez Vera y Fernando Pérez Pacho, salen airosos de una empresa nada fácil, cual es la introspección, casi me atrevería decir la autopsia, del enfrentamiento armado, desde la propia praxis, desde la mismísima realidad, analizando pormenorizadamente una serie de casos a partir de la relación que hacen de ellos sus protagonistas.

Empresa nada fácil y novedosa, pues es la primera vez que veo tratar los enfrentamientos armados de una forma tan rigurosa y con conclusiones tan rotundas y reales, tanto en el desarrollo del caso como en sus consecuencias posteriores e inmediatas. Y es ahí, a posteriori, precisamente en esas terribles consecuencias, cuando más acertados veo a los autores.


Por desgracia es cierto que el superviviente de un enfrentamiento armado, en la mayoría de las ocasiones, no solo tiene que lamer en solitario sus heridas, tratar de deshacerse del trauma que irreversiblemente causa una situación de vida o muerte, sino enfrentarse anonadado a la incomprensión de sus propios compañeros y jefes; incluso a la crítica descarnada, cuando no al castigo judicial o administrativo.

Y para mayor inri, esas críticas desahogadas siempre vendrán no de los compañeros de la calle, como él, que conocen el peligro y están más o menos preparados para afrontarlo y asumirlo, sino, y precisamente, de aquellos otros funcionarios que nunca han pisado la cruda realidad y que viven con horarios de oficina, parapetados detrás de un escritorio, con el arma olvidada en un cajón, sucia y con pelusas de la felpa de la camiseta dentro del cañón.

Esta es la trágica realidad.

Y esto lo dice un viejo inspector jefe con más de 44 años de servicio a sus espaldas, que en los grupos antiterroristas y en las brigadas criminales sobrevivió, a veces de milagro, a esos enfrentamientos.

Quizá sea por ello por lo que este libro me es tan familiar. Por ello, y porque uno de sus autores, Ernesto, al único que conozco y buen amigo (perdona, Fernando), fue víctima de un atentado que casi le costó la vida y que sin casi, como consecuencia de las lesiones sufridas, le han conducido a su prematura jubilación en la Policía Local de La Línea, donde era, como se decía de la Inquisición (perdona el símil), ‘martillo’, no de herejes, sino de narcotraficantes, teniendo en su haber casi 600 detenciones.

¿Medallas, recompensas? Esas se las dan a otros. Aquí solamente queda la propia satisfacción de haber cumplido generosamente con el deber.

Esta es una obra que recomiendo al lector curioso, pero en especial a los profesionales de las Fueras y Cuerpos de Seguridad y a los futuros policías que guardarán mañana nuestra libertad en las calles; es decir, nuestros alumnos. Ese, y no otro, es el motivo de que esta alma máter, esta Escuela Nacional de Policía, sea hoy escenario de esta presentación.

Dejemos ahora que los autores se defiendan por sí mismos.

Amigos, mi enhorabuena una vez más.

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