MEMORIA DE UNA PÉRDIDA
Por Ernesto Pérez Vera
Ni un mes
hace, pero el dolor y la negación, las dudas sobre si este desconsuelo es real
o solo es una pesadilla, están igual de frescas que aquel maldito 7 de junio.
No dejan de llegarme y llorarme recuerdos alegres y penosos; algunos, odiosos.
Fueron tantos años, tantos meses, tantos días, tantas horas, tantos servicios,
tantas detenciones y tantas y tantos de todo, que Víctor no puede sino seguir
viviendo en todos mis recuerdos diarios. Jugártela
con quien mataría y moriría por ti, une hasta la muerte.
Sin ir más
lejos, hoy han sido dos los momentos espontáneamente escarbados en el núcleo de
mi memoria. Dos momentos claves de mi vida policial que, como quien no quiere
la cosa, me han inundado de lágrimas la cara, un rato más. El primero, aquella tarde-noche de octubre o noviembre de 1999, en la que
me acerqué al ya por último conocido como el licenciado Sánchez, para decirle,
tras haber finalizado con éxito las pruebas físicas de acceso a la Policía
Local de La Línea de la Concepción, que si superaba el resto de exámenes
tendría un hueco en lo que estaba por crearse y llamarse Unidad Especial de la
Policía Local (UEPL), llamada por sus primeros detractores Unidad Cobra, sin
que jamás se hubiera así denominado aquel grupo de trabajo. Le dije, por orden
de quien correspondía, que estaba en la lista de candidatos, siempre y cuando
siguiera superando las siguientes fases de la oposición. Ojeadores le
llaman en el mundo futbolístico, y con él, con Víctor Sánchez, acertaron como
con Leo Messi los mirones del Barcelona. Me dijo algo así como que tenía que
pensárselo, lo cual ya delataba la madera de auténtico que con los años
acreditó ser. El resultado final es bien conocido por quienes conocen la verdad
de todo esto, sin las emponzoñadas miradas de los hijos de la gran puta que bien
saben ellos quiénes son.
El otro
instante que esta tarde me ha salpicado desde los ojos hasta los pies es, perfecta
y precisamente datado, el que se produjo sobre las ocho de la mañana del 30 de agosto
de 2007, cuando junto con Juan Mairena se personó en Urgencias del Hospital de
La Línea, solo tres horas más tarde de que me hubieran matado en la barriada de
San Bernardo. Ya me habían estabilizado, aunque aún me sentía híper excitado. Me
estaban preparando para intervenirme quirúrgicamente, aunque finalmente me
empaquetaron en otra ambulancia con dirección allende la frontera provincial. Y fue en ese trance cuando vi a Víctor como
nunca antes jamás lo había visto. Víctor, el hombre de hielo, el policía de
acero, se bebía las gotas secretadas por sus glándulas lagrimales.
Efectivamente,
creo que Vic me quería como yo a él. Y, como ayer me dijeron sus más dolientes mujeres,
su esposa y su madre, él sabía lo mucho que yo también lo quería. Ese es, por
ahora, mi mayor consuelo.■
Mucha fuerza, para usted,para la familia de su compañero y sus allegados.
ResponderEliminarCon sus escritos nos enrriquezemos .
Un saludo.