FISIOLOGÍA EN EL ENFRENTAMIENTO ARMADO: ¿Por qué actuamos así ante el peligro?
Por Ernesto Pérez Vera
Llegado el momento de
combatir por la supervivencia, el cuerpo y la mente responderán con exacerbada
naturalidad para que de esa manera el cerebro pueda ordenarle a los órganos
intervinientes ser más rápidos y eficaces en sus reacciones defensivas u
ofensivas. Así pues, ante un enfrentamiento armado, muchos son los agentes de
policía que actúan de un modo totalmente distinto a como fueron instruidos.
Esto ocurre
constantemente, pero no siempre son puestos en marcha los resortes oportunos
para conocer, estudiar y en su caso paliar lo que tan asiduamente falla en el
sistema de adiestramiento policial. En cuanto a las reacciones defensivas
armadas de los policías, supone ya una constante oírlos reconocer que no se
consideraban debidamente preparados para utilizar sus armas de fuego en tales
circunstancias. Esto se pone de manifiesto, como cada dos por tres es admitido,
cuando un funcionario se ve ante una situación real que requiere del empleo de
la fuerza armada, y admite haberse sentido incapaz de emplear las herramientas
y los mecanismos de los que ha sido dotado.
La causa es bien
sencilla. No solo son nimias, exiguas y básicas las prácticas llevadas a cabo
en la mayor parte de las galerías de tiro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad,
sino que además de alejarse de las realidades tácticas que se sufren en la
calle, se ponen en marcha programas de instrucción clamorosamente contranatura.
En las aulas y líneas de tiro se les suele inculcar a los tiradores que deben
hacer cosas tales como apuntar con calma, con mucha tranquilidad, incluso
cuando el acometedor ya esté atacando y produciendo lesiones. Esta y otras
muchas acciones son respuestas psicofísicas imposibles de ejecutar en el curso
de un evento vital, en pleno a vida o muerte.
Conducidos por lo
antedicho, daremos un brevísimo repaso al principio de los tiempos. Podemos
decir, con total certeza, que cuando un Homo
sapiens percibe una situación de peligro para su integridad física, su
organismo, de modo automático, experimenta una serie de cambios neurológicos,
biológicos, psicológicos y fisiológicos destinados a ayudarle a soportar mejor
el ataque, bien haciéndole frente con la máxima resistencia, bien preparándolo
de cara a facilitarle la huida, para que se ponga a salvo. A esto se le llama instinto
primario de supervivencia. Esto viene ocurriendo con los seres humanos desde
antes de que fuéramos tales: herencia genético-evolutiva. Sí, ya ocurría aun cuando
éramos animales prehistóricos y cavernícolas. De hecho, somos los mamíferos que
mejor hemos sabido aprovechar esta suerte de metamorfosis temporal destinada a
hacernos seguir vivos. Hoy en día somos lo que somos gracias ello.
Llegados a este punto,
reflexionemos un poco sobre la posición que ocupan nuestros órganos sensoriales
dentro del mapa anatómico. Los hombres, como especie y no como género, no
tenemos por casualidad los ojos en el frontal de la cara, los oídos
simétricamente establecidos a cada lado de la cabeza y la nariz justo entre los
órganos sensoriales mencionados, que a la vez se sitúan justo encima de la
boca. No es un capricho de la naturaleza sino una característica frecuente en
los mamíferos cazadores. Más carga genética producto de la evolución.
No hemos dejado de
evolucionar desde que desertamos de los árboles, allá cuando éramos eso,
arborícolas y cuadrúpedos. Hemos sobrevivido a nuestros enemigos (seres iguales
y otros animales depredadores) y conseguido vivir de la caza, de la actividad
cinegética, gracias, entre otras muchas razones relacionadas con el tema que
nos ocupa, a que combatimos frontalmente. No luchamos ni le hacemos frente a la
agresión o amenaza de manera lateral. Mucho menos de espaldas. Ante la
percepción de un peligro, ya sea éste detectado por el sentido de la vista, del
oído o del olfato, cuyos mecanismos de captación se encuentran simétrica y
estratégicamente ubicados en la cabeza, nos giramos y desde la posición de
frente combatimos o buscamos el camino de la huída. La fuga y el abandono de la
escena de peligro no son más que otras formas congénitas de pervivencia,
consustanciales al deseo de no perecer.
Una vez localizada la
amenaza es cuando realmente el organismo toma conciencia del peligro, y es en
ese instante cuando el cuerpo empieza a experimentar, de manera automática, una
serie de alteraciones que por fin tienen aumentar las capacidades de lucha o
huída. Eso pasaba cuando éramos atacados por un depredador hace cinco mil años,
por ejemplo y por no irme más atrás en el calendario, y nos pasa ahora cuando vestidos
de policía focalizamos a un agresor. A día de hoy todo esto se estudia
científicamente, conociéndose como estrés de supervivencia y combate.
Se estudian dos suertes
de factores en el estrés de combate, el factor psicológico y el factor fisiológico.
A los efectos que aquí estamos tratando, se le llama factor psicológico a las
condiciones asociadas al dominio del miedo y del deseo de vivir, y a las
condiciones relacionadas con la preparación que posee el sujeto objeto del
combate. Cuando el individuo que recibe la agresión física violenta se siente
preparado para la lucha, mantiene cierto control de la situación y se comporta con
cierta normalidad ante hostilidad. Este sentimiento de preparación nace del
debido adoctrinamiento instructivo en el campo de la lucha armada.
Ahora bien, si el atacado
no se autoconsidera preparado, bien por la falta de instrucción o bien por sorprenderle
el acometimiento y presentársele éste inopinadamente, pasará por las fases de
estrés positivo y negativo. Si lo hace primero por el eustrés o estrés
positivo, será un buen momento para iniciar acciones defensivas. Pero si de
entrada se experimenta distrés o estrés negativo (muy nocivo), ya será casi
imposible efectuar una defensa eficaz, por perderse casi todo el control
volitivo del cuerpo y de sus reacciones, lo que puede abrirle las puertas al
pánico. El distrés podría propiciar la huida del combate o el abandono de sí
mismo ante el contrario.
El factor fisiológico
no se encuentra bajo el dominado del individuo que lo experimenta. Cuando la
fisiología entra en juego se produce una tormenta de reacciones autónomas
dentro del cuerpo humano. Por tanto, el cuerpo, ante la imperiosa necesidad de
preparar a sus órganos para contrarrestar los efectos de las heridas que pudieran
derivarse de la confrontación, empieza a segregar hormonas como el cortisol, la
adrenalina y la noradrenalina, las denominadas principales hormonas del estrés
de supervivencia. Las dos últimas hormonas citadas también son conocidas como epinefrina
y norepinefrina, respectivamente.
Para que todo esto sea así, actúan, asumiendo un trabajo protagónico y fundamental, el Sistema Nervioso Simpático (SNS) y Sistema
Nervioso Parasimpático (SNPS). El primero, el SNS, es el que desde el punto de
vista fisiológico nos predispone para el ataque o la defensa inesperada. Es el
que estimula las glándulas suprarrenales, el que dilata las pupilas, el que
provoca que aumente el ritmo cardiaco, el que otorga fuerza y resistencia a la
musculatura, y el que disminuye las contracciones estomacales para paralizar la
digestión, que en un momento tan vital, como es intentar sobrevivir, resulta
una función del todo prescindible. Sobre el SNPS podríamos decir, de una forma
muy elemental, que es el que, cuando interviene, devuelve a la calma al
organismo, o sea, a la situación de reposo o tranquilidad. Al punto biológico y
fisiológico de partida.
Los fenómenos fisiológicos desencadenados dentro del organismo
durante una situación de estrés de supervivencia, pueden resumirse de la
siguiente manera: ante la agresión detectada y previendo la posibilidad de
resultar muerto o herido grave, el SNS se activa y causa todos los cambios
antes referidos. Así, cuando el SNS actúa, el hipotálamo y la hipófisis les
transmiten al hígado la orden de liberar cortisol, que rápidamente es
distribuido por los órganos. El cortisol, también denominado hidrocortisona, es
una hormona esteroidea o glucocorticoide. La función de este esteroide es
acrecentar la presión arterial y llenar el torrente sanguíneo de glucosa, la
cual aporta energía. El hipotálamo, que es una glándula endocrina que forma
parte del diencéfalo, se sitúa por debajo del tálamo, controlando el
funcionamiento del sistema nervioso y conectando con la hipófisis en la fosa
central del cráneo. Y la hipófisis, que es otra glándula compleja que se aloja
en un espacio óseo llamado silla turca del hueso esfenoides, se ubicada en la
base de la bóveda craneal.
Las glándulas suprarrenales, situadas en el área superior de los
riñones, también segregarán hormonas adrenérgicas, o sea, adrenalina y
noradrenalina. Ambas aumentan la presión arterial mediante la vasodilatación de
los vasos sanguíneos. Cuando son liberadas, esto es lo que muy sucintamente ocurre:
aumenta el ritmo cardíaco, se dilatan las pupilas y la sangre se redistribuye
hacia los grandes grupos musculares. Pero antes de que todo esto suceda, dentro
del cerebro se produce otro reparto de sangre que acumula o restringe su
presencia en determinadas áreas de vital importancia en la toma de decisiones;
decisiones que, por otra parte, no siempre se toman del modo más racional
debido a la brutal intervención de las hormonas del estrés. De este modo, es la
amígdala cerebral, una estructura de núcleos de neuronas localizadas en la
profundidad del cerebro, quien, por así decirlo, ordena que todo lo que aquí
estamos diciendo se produzca, por ser el centro emocional del cerebro. Y es en
los momentos de miedo cuando la amígdala se ve estimulada por una mayor
presencia de sangre, con el fin de que adopte medidas urgentes encaminadas a
ejecutar acciones que garanticen la supervivencia. Ahora bien, a más cantidad
de sangre concentrada en la zona del cuerpo amigdalino, menos sangre ayudará al
lóbulo frontal a realizar su trabajo, que no es otro que la tomar decisiones
razonadas, planificadas y conscientes.
Con la dilatación de
las pupilas, la perfecta máquina humana pretende aumentar la cantidad de información
que el cerebro precisa recibir a través de sus ventanas: los ojos. Los ojos son
balcones cerebrales, dado que quien realmente puede ver o interpretar lo visto
es el cerebro; siendo el nervio óptico quien trasmite la información al cerebro,
convirtiéndola éste en imágenes. Esas imágenes serán, en el caso que estamos
tratando, las que aporten datos sobre lo que está aconteciendo. Con la
redistribución de la sangre a los grandes grupos musculares se consigue dotar a
dichas estructuras musculares de más capacidad de moviendo, de más fuerza y de
más resistencia. Algunos especialistas médicos sostienen que esto puede demorarse
un lapso de cuatro segundos, pero dicen, igualmente, que una vez que la
adrenalina llega al corazón, las respuestas reactivas podrían producirse en solo
un segundo.
El estrés de supervivencia
también provoca vasoconstricción, lo que permite que a los órganos que no van a
contribuir de modo alguno en el combate les llegue menos oxígeno y menos
sangre. Un claro ejemplo puede ser el del sistema urinario o vegetativo, que momentáneamente
deja de funcionar, porque sus funciones no son necesarias mientras se libra un
combate contra la muerte que viene de la mano de un semejante. Esta
paralización orgánica podría durar incluso días, pudiéndose decir que hasta la
necesidad de comer queda temporalmente neutralizada. Sin
embargo, en los órganos que participan directa y explosivamente en la defensa o
en la huída del agresor, se produce vasodilatación, o lo que es lo mismo, el
efecto contrario a la vasoconstricción, lo que los deportistas definen como “congestionar
los músculos a base de bombeo sanguíneo”. En todo esto cobra un papel
importantísimo la musculatura de ambos trenes motores, bien para golpear, bien para
correr, bien para saltar, bien para permanecer aferrados al clavo ardiendo que
nos puede librar de la muerte. Y esto es así, como se reseñó con anterioridad,
desde que como especie aún no tan evolucionada vivíamos encaramados a las ramas
de los árboles.
La primera alteración
fisiológica palpable que se manifiesta en nuestro organismo es el aumento de
las pulsaciones cardíacas. Cuando el corazón alcanza entre 115 y 145
pulsaciones por minuto (ppm), puede decirse que el individuo se halla en
óptimas condiciones para combatir. Este es el momento que anteriormente
denominamos eustrés o estrés positivo, el que aumenta el estado de alerta. A nivel deportivo se considera un
calentamiento previo a la actividad física. En este punto se obtiene el máximo
nivel de destreza motora, si bien, según las investigaciones, la habilidad digital
comienza a deteriorarse. Pero, a la vez y en consonancia a lo antedicho, se
alcanza una adecuada visión periférica y una buena capacidad cognitiva.
En todo esto, el
control de la capacidad cognitiva resulta sumamente fundamental. Debemos
entender por cognitividad: “La capacidad del control de lo conocido, de lo
aprendido y de lo memorizado; así como la capacidad de reconocer, comprender y
organizar lo anterior”. Si no somos capaces de organizar y procesar la
información que estamos recibiendo durante el combate, así como la información
que ya traíamos aprendida de casa, no podremos responder adecuada y
racionalmente contra el acometimiento. En definitiva, urge ser coherentes entre
lo que vemos, lo que sabemos y lo que hacemos.
Alcanzadas entre 145 y 175
ppm se pierde la habilidad motora compleja, se deteriora el sistema de procesamiento
cognitivo y se reduce la capacidad auditiva. Esto último se viene definiendo
como oído túnel. El aparato auditivo se “cierra”, disminuyendo la capacidad
sensorial auditiva. Esto quedó demostrado en el 84% de los casos estudiados en
un importante trabajo científico llevado a término con agentes de policía
estadounidenses, que vivieron situaciones límite en enfrenamientos armados.
Después accederemos a las palabras de uno de los doctores que llevó a cabo ese estudio.
Así pues, el agente que dispara o aquel al que le disparan no oye, muchas veces,
los disparos que recibe e incluso los suyos propios. Estas detonaciones podrían
oírse, ciertamente, muy atenuadas, como sucede durante los entrenamientos ejecutados
con protección auditiva. Por lo tanto, es mucho más real entrenar con
protección para los oídos, que entrenar sin ella. Los músculos faciales activan
el tensor del tímpano y éste se cierra, siendo esto, al parecer, lo que provoca
el llamado túnel de oído.
Cuando las pulsaciones
por minuto ascienden hasta 175 se abre el camino para entrar en situación de
pánico. Es aquí cuando se obtiene el máximo nivel de habilidad motora gruesa,
por ello se podrá correr más sobresalientemente para huir o para combatir. En
este estado psicofísico se puede obtener una brutal resistencia muscular hasta
el final del enfrentamiento, aun estando el sujeto herido de cierta gravedad.
Un agente insuficientemente entrenado para resolver situaciones reales y no
mentalizado de que puede perder la vida cuando menos se lo espere, o no
concienciado de que puede tener que disparar contra otra persona para salvar su
vida, es más que probable que se bloquee mental y físicamente cuando desemboque
en el pánico.
Superadas las 175 ppm
se pierde la visión periférica, lo que solo permite, de modo aceptable, la
visión en profundidad. A este efecto se le llama visión o efecto túnel. El ojo
pierde riego sanguíneo por mor de la merma de irrigación del músculo ciliar (se
ve afectado por la susodicha vasoconstricción) y se queda fijo en su cuenca
ocular. Los ojos no podrán moverse y el cuello se quedará rígido, todo lo cual
obligará al individuo a girarse hacia la agresión, dirigiéndose a ella de modo
frontal. Se hace imposible ajustar el cristalino, que por misión tiene la del
enfoque y desenfoque de los pequeños y cercanos objetos, por lo que no podrán
enrasarse los elementos de puntería del arma, no al menos de modo eficaz. El 70%
de los agentes que vivieron situaciones límite, en enfrentamientos
científicamente estudiados en Estado Unidos, confirman que su visión se vio
seriamente alterada.
En situación de pánico
(cuando se superan las 175 ppm) el ser humano puede llegar a querer desconectar de la situación adversa
que está soportando. Mediante un neurotransmisor, la acetilcolina en concreto,
se podría alcanzar el desmayo, pues baja la presión arterial, ralentiza los
movimientos y disminuye el tono muscular. Es una forma natural de no sentir lo
que nos puede venir encima o incluso lo que ya tenemos sobre nosotros. Esto es
relativamente fácil de ver en los documentales sobre la vida de otros animales
mamíferos: la gacela que es perseguida por un voraz predador. Finalmente, incluso
sin que el felino de turno toque a su presa con las garras, la gacela se
desploma por desmayo justo cuando sabe que va a ser atrapada y devorada. Se
produce un desmayo inconsciente para evitar sentir la peor de las muertes. En
estos casos podemos ver como la presa mantiene al máximo nivel su destreza
motora gruesa, por ello puede correr a una velocidad de vértigo durante mucho
tiempo, algo que jamás podría hacer de no tener tras de sí al “enemigo”.
Cuando las pulsaciones
por minuto se aproximan a las 200, o incluso las superan, se podrían padecer
lagunas de memoria, dando por hecho que dichos picos de latidos son alcanzados
en el fragor de un incidente serio y real contra la vida y no durante la
práctica de alguna actividad físico-deportiva. Así las cosas, tras un incidente
contra la vida humana, es frecuente que una persona solo pueda recordar, en las
24 horas siguientes, aproximadamente un 30% de lo que ocurrió, subiendo al 50%
en las siguientes 48 horas y al 75-95% en las siguientes 72-100 horas. A esto
se le conoce como amnesia temporal por estrés crítico.
Se ha comprobado que
quienes superaron las 200 ppm, en una situación límite y crítica, fueron víctimas
de lo que se denomina hipervigilancia. Esto puede suponer que una persona en
tal situación realice sistemáticamente, y sin necesidad, acciones repetitivas
que no le llevan a nada positivo. Incluso puede que abandone la situación de
protegido, tras una barricada, y se someta inconscientemente al fuego enemigo.
En definitiva, se puede llega a actuar de modo irracional.
Para mejor comprensión
de lo anteriormente emparrafado, detallemos cuales son los tres tipos de
habilidades motoras básicas que existen, así como las características de tales
destrezas. La habilidad motora fina, también llamada de destreza digital, es la
que nos permite realizar extracciones de cargador, aperturas de fundas,
municionar las armas, activar o desactivar seguros manuales, accionar las
palancas de retenida, etc. Estas habilidades se pierden por encima de las 115
ppm y son las primeras que desaparecen en el sujeto estresado. Cuando se reduce
el control digital, se llega a no poder efectuarse correctos cambios de
cargadores, y quitar seguros manuales puede convertirse en una ardua y torpe
tarea; cuando, sin embargo, en los entrenamientos estas maniobras podían
realizarse perfectamente.
La habilidad motora
compleja es la habilidad que se deteriora al alcanzar las 145 ppm. Es la
destreza que permite efectuar varias tareas a la vez, por ejemplo: sacar el
arma a la par que se pide apoyo con la radio o se dan órdenes conminatorias al
agresor, o se trata de comunicar con el agente de apoyo que se encuentra en la
misma escena del encuentro. Una vez que alcanzamos las 145 ppm dejaremos de
poder hacer correctamente estas tareas, que en situación normal de
entrenamiento sí que podíamos llevar a cabo sin complejidad alguna. La
capacidad de pensar y ordenar coherentemente la información, estará ya,
también, muy venida a menos.
Una mezcla de todo lo
anterior lo hemos experimentado cientos de veces a lo largo de nuestras vidas
civiles, como miembros de la sociedad e integrantes del grupo familiar. Cuando
de forma inesperada un miembro del grupo familiar sufre un accidente, un hijo
pequeño por ejemplo, y somos avisados enérgicamente de que está sangrando por
una brecha producida en la cabeza, nos sobreimpresionamos e iniciamos las
tareas propias de una evacuación hospitalaria. Muchos seguro que no habrán
atinado a marcar en el teclado del teléfono los números del servicio de
emergencia. Otros, aun conociendo perfectamente dicho número, no habrán sido
capaces de recordarlo ordenadamente. Y otros, ante tales circunstancias
urgentes, habrán pensado en ejecutar ellos mismos el traslado al centro de
salud con sus propios medios de transporte, sin que pudieran localizar las
llaves del vehículo, teniendo el propio llavero en una mano o guardado en un
bolsillo. Esta llave, igualmente, ha podido costar un excesivo consumo de
tiempo poder introducirla con precisión en el bombín del sistema de arranque
del motor.
La habilidad motora
gruesa es la última que pierde una persona que es blanco de un ataque
potencialmente mortal. Esta involucra varios órganos y masas musculares a la
vez. El corazón bombea sangre a las piernas y a los brazos, que son las estructuras
musculoesqueléticas que evolutivamente hemos usado, desde el principio de los
tiempos, para trepar, correr, golpear y lanzar armas al depredador o al congénere
enemigo. La habilidad motora gruesa otorga al combatiente fuerza y resistencia,
bien para facilitar la huida del combate, bien para resistirlo.
Por todo lo aquí
expuesto: es de rigor profesional organizar ejercicios de tiro defensivo-reactivo
que no sean complejos sino que sean de fácil asimilación para los agentes, para
los alumnos. Siempre hay que tener presente todos estos cambios fisiológicos, a
la hora de diseñar programas de adiestramiento y ejercicios de tiro. La
realidad es muy triste: la inmensísima mayoría de los entrenamientos se basan
en prácticas y conceptos totalmente alejados de los principios aquí señalados.
Pocos instructores llegan a conocer lo aquí tan básicamente glosado. La base
formativa en esta materia se sustenta, demasiadas veces, en la organización
sistemática de entrenamientos deportivos de corte paupérrimo, que postulan
puntos antagónicos a la propia naturaleza humana.■
PUBLICADO EN LAS REVISTAS: TODO SEGURIDAD DEL MES DE OCTUBRE 2008 y WAR HEAT INTERNACIONAL Nº78 DE JUNIO 2009
hola ernesto soy miguelito er chiquitito como cariñosamente me llamas,darte la enhorabuena por tu bloc y darte mi agradecimiento por todas las tecnicas que me has enseñado sobre el manejo de las armas y sobretodo tenerte como compañero de trabajo.jamas hagas caso a los que no te valoran como profesional que eres sigue asi llegaras muy lejos!!que coño!! ya has llegado,pues aun mas.UN ABRAZO TU COMPAÑERO MIGUELITO
ResponderEliminarGracias, "el del tronkito", seguiremos entrenando juntos, al final, y como hace poco decías, al "fantasma" que no sabe de lo que habla, se le ve venir.
ResponderEliminarErnesto.
muy útil información, de veras muy agradecido y lo felicito por su profesionalismo, dedicación y compañerismo mas allá de las fronteras, para quienes somos policias por vocación y amor!!!
ResponderEliminarHola Núñez, le agradezco el comentario. Eso de Maracaibo suena a bonito...
ResponderEliminarUn saludo.
Buen dia Sr. Ernesto, felicitaciones por el excelente articulo publicado por Usted sobre la fisiologia del enfrentamiento armado, no deja de asombrarme la calidad Profesional si Usted no pertenece al equipo de salud por lo bien que define la fisiologia.Realmente es un orgullo tener colegas como Usted, desde ya quedo a sus ordenes desde Buenos Aires -Argentina. Horacio Peralta, Profesor Instructor de Tiro Defensivo.Perito Mecanico Armero.
ResponderEliminarEstimado Horacio, muchas gracias por su amable comentario. Efectivamente, yo no soy profesional de la salud sino de la policía. El tema de este artículo me apasiona y además de haber tenido al mejor maestro en temas de tiro, he leído y hablado mucho con médicos.
ResponderEliminarSin duda alguna el tema da para mucho más, pero seamos recionales, el artículo lo hace un poli para polis.
A su disposición.