CASO STEVE CHANEY: la triste realidad
Hoy, como ya ha ocurrido en dos
ocasiones, traigo a mi blog el trabajo narrativo de un amigo. En esta ocasión
el texto es de Pedro Pablo Domínguez Prieto, un serio profesional de la
seguridad privada. Es diplomado en Criminología por la Universidad de Salamanca,
pero está a punto de acabar la licenciatura.
Pedro posee una visión muy amplia
de la seguridad. Además de ser criminólogo comprometido —nunca deja de avanzar
en sus conocimientos—, ejerce como detective privado y también es director de seguridad.
Pero ante de ello pasó varios años en las Fuerzas Armadas españolas,
repartiendo tal periplo castrense entre unidades de Operaciones Especiales y de
Policía Militar del Ejército de Tierra. En el terreno de la seguridad privada
no solo toca las funciones y competencias propias del detective privado, pues
ejerce de ello, sino que durante algunos años trabajó como escolta privado en
el norte de España, en etapas históricas nada fáciles.
También ejerce como profesor en
diversos centros de formación de seguridad privada, para lo cual posee las
oportunas acreditaciones emitidas por la Dirección General de la Policía.
Pedro, a lo largo de los últimos años, ha realizado varios trabajos
documentales relativos a enfrentamientos armados, balística y tiro defensivo. Ha
leído las obras de los más prestigiosos instructores nacionales y
norteamericanos. Es muy completo y dedica su tiempo al estudio y al análisis de
lo estudiado. Entrena ejercicios de tiro reactivo con arma corta, de cara a la
defensa personal, aunque también es un declarado amante del tiro con arma larga
a distancias medias y largas.
En fin... Fruto de esos trabajos
nacen los párrafos que hoy cuelgo aquí con sumo placer. El artículo, con cierta
técnica narrativa atrapadora, versa sobre un caso real acaecido en 1977, en
EE.UU. El ‘Caso Steve Chaney’, que así
se llama el artículo, cuenta algo que, pese a los treinta y tantos años
transcurridos, siempre debe ser tenido en cuenta. Las conclusiones finales a
las que llega el autor, y a las que usted como lector igualmente llegará, son
las mismas a las que yo, titular y administrador de este blog, llego en mis
artículos, y en cuya dirección siempre apunto la pluma con la que escribo y la
lengua con la que instruyo.
Seguro que lo que va a leer le va
a encantar y le va a atrapar. Puede que no descubra nada nuevo al final del
texto, pues como digo, muchos somos los que apuntamos durante nuestras
enseñanzas en esa misma línea. Pero puede que esto, aun siendo conocido por
usted, afiance y refuerce más aún ciertas teorías. ¡Disfrute, por favor!
Ernesto Pérez Vera
CASO STEVE
CHANEY
La documentación acerca de este
enfrentamiento ha sido obtenida de la obra ‘Ayoob the files’, de Massad Ayoob. Se trata de un buen y trágico ejemplo de
lo que ocurre cuando un delincuente está bajo el efecto de las drogas, y los
sucesivos disparos (diez) se muestran incapaces de detenerlo.
El 1 de agosto de 1977, en Los
Ángeles, California, una patrulla formada por una chica policía en prácticas,
Linda Alsobrook Lawrence, y su supervisor, el agente Steve Chaney, comenzaba su
rutina diaria en el distrito de Baton Rouge. Ambos agentes pertenecían al Los Angeles
Police Department (LAPD). La primera llamada del día refería la presencia de un
posible intruso en los apartamentos de Broadmoor Plantation. Tuvieron que
aparcar el coche cinco calles más abajo y caminar hasta el lugar en que les
esperaba el denunciante telefónico. Al
llegar al apartamento lo encontraron abierto. La cerradura estaba en buen
estado, presentado únicamente algunos arañazos en el pomo. Chaney ya estaba
acostumbrado a entrar en viviendas en las que sus propietarios sospechaban de
la existencia de delincuentes en su interior. Para él, nada era nuevo.
La pareja entró. No encontraron
nada en las primeras habitaciones, hasta llegar a un dormitorio que tenía la
puerta cerrada. Chaney quitó el seguro de la funda del revólver y se preparó
para entrar. Propinó una patada a la puerta y se encontró de frente con un
individuo. Lo que el funcionario no sabía era que se trataba de John James
Mullery, de cuarentaidós años, fichado múltiples veces por robo, secuestro y
agresiones sexuales. Chaney asumió que
se encontraba ante un vulgar ladrón. Se equivocó. Mullery era el novio de la
dueña del piso, y la estaba esperando para asesinarla. Además, para prepararse
había consumido gran cantidad de cocaína, así como otras tantas sustancias
estupefacientes. Estos detalles tendrían una gran influencia en lo que
sucedería después. Para colmo, el malhechor medía casi dos metros y pesaba más
de cien kilogramos.
Mullery se lanzó sobre Chaney,
intentando agarrarlo, pero éste consiguió esquivarlo, manteniéndose a
distancia. El agresor comenzó a gritar como un histérico: “¡Dispárame! ¡Acaba de una vez! ¡Dispárame!”. “No
estamos aquí para dispararle a nadie”,
replicó el veterano agente, explicándole que únicamente quería aclarar las
cosas. La ira de Mullery desapareció igual que había surgido y el policía pensó
que las cosas iban ya por buen camino. Aseguró el revólver en la funda,
poniéndole el corchete al broche. Pero de repente, con la rapidez de un relámpago, Mullery
se lanzó sobre la cadera derecha del agente y agarró el arma por la empuñadura.
Chaney no pudo reaccionar lo suficientemente rápido y el revólver llegó a la
mano del atacante. El patrullero, instintivamente, agarró el arma por el
cilindro.
La lucha había comenzado con
Mullery controlando la empuñadura y el disparador, tratando de elevar el cañón
hacia el policía, mientras que Chaney atrapaba el tambor para impedir que éste
girara y pudiera producirse el disparo. Los
dos policías actuantes habían hablado con anterioridad sobre la posibilidad de que
se desencadenase esta situación, y habían convenido que ella, la novata, se
mantuviera atrás; pero que si él no ganaba el control del arma, ella tenía que
disparar contra el sospechoso. Linda Lawrence, de treinta años, desenfundó su
revólver de cuatro pulgadas y lo dirigió hacia el delincuente. Viendo que no
iba a poder retener o controlar el arma, Chaney le gritó que disparase ya de
una vez. Ella levantó las manos, quedando
el brazo de Mullery delante del arma. Abrió fuego. El proyectil, que era de
punta semiblindada y del calibre .38 Especial, atravesó el antebrazo y arrancó
prácticamente todos los músculos del mismo, salpicando ‘carne picada’ y sangre
al agente varón en lid.
Pero el dolor no siempre vence el
efecto de los estupefacientes. La presión de la mano de Mullery no se aligeró
ni un gramo. Peor aún, la sangre de la herida se estaba deslizando entre la
mano de Chaney y el revólver, y finalmente el tambor giró permitiendo a Mullery
disparar dos cartuchos. Chaney consiguió mantener el cañón lejos de su cuerpo,
acabando los proyectiles en una pared. Menos mal. Agarrando el cañón con su
mano izquierda, el policía aplicó una técnica de palanca y consiguió arrebatarle
el arma a su antagonista. Retrocedió un paso y adoptó una posición de tiro a dos
manos —poco lógico—. Disparó dos veces
hacia el pecho del gigante, pero no logró efecto alguno. El atacante, entonces,
se giró hacia Linda, golpeándole el revólver con un revés. En lo que Chaney
describió posteriormente como un abrir y cerrar de ojos, Mullery se lanzó sobre
la chica, le arrebató el arma y le disparó directamente al centro del torso.
El funcionario no podía disparar
sin alcanzar a su compañera, así que se lanzó sobre el criminal. Una vez más se
encontraban en un feroz cuerpo a cuerpo. Cada uno agarró el arma del otro
tratando de acercar el cañón propio al cuerpo del contrario, a la par que
apartaban de sí el arma del adversario. Un
tira y afloja muy natural, dadas las circunstancias. El funcionario insertó un
dedo meñique detrás del disparador del arma (dentro del guardamonte) sostenida por Mullery, bloqueando así el sistema de
disparo e impidiendo que se produjera un tiro. Mullery tenía una fuerza
sobrehumana, pero el policía poseía la técnica. Finalmente logró arrebatarle
los dos revólveres al asesino, e hizo algo que puede parecer extraño, pero que
se ha dado con relativa frecuencia en otros enfrentamientos armados conocidos: puso
en práctica una técnica llamada ‘desdentar a la serpiente’, que consiste en
vaciar un arma cuando se confirma que va a ser hurtada. De este modo se evita
que pueda ser empleada.
De esta guisa, Chaney disparó
ambas armas hacia el suelo, dejando solo un cartucho en uno de los revólveres.
Mientras tanto, Mullery le golpeaba en la espalda y en la cabeza. Con la mano
izquierda trató de lanzar el revólver vacío por una ventana, pero un golpe de
Mullery desvió su brazo y el arma rebotó en la pared, cayendo en el suelo de la
habitación. Al levantar el brazo para
protegerse, la mano de Chaney quedó cerca de la cara de Mullery, que le mordió
en un dedo. Por encontrarse bajo el efecto de una descarga adrenalínica, el
policía no sintió el dolor, y en cambio aprovechó la coyuntura para pasar el
revólver por debajo de la axila y pegar el cañón al pecho de Mullery. Alguien
le había dicho que los proyectiles tienen un mayor poder
de destrucción si impactan en hueso. Dedujo que el agresor no había caído
tras los dos impactos en el tronco porque no habían tocado zonas óseas, de modo
que presionó el cañón contra el costado de aquel monstruo hasta encontrar una
costilla… y disparó.
Mullery abrió
la boca y gritó: “¡Esta
vez me has dado bien!”. Entonces levantó en peso al agente y lo lanzó al otro lado
de la habitación. Chaney cayó a unos cuatro metros de distancia, chocando
contra un mueble. Mullery había recibido ya cuatro impactos, tres de ellos
potencialmente fatales, pero seguía en pie. No es nada infrecuente, la verdad.
Como ocurre en
muchos tiroteos sorpresivos, el policía había perdido la cuenta de los disparos
efectuados. Con gran esfuerzo, Chaney se levantó, adoptó una posición de tiro a
dos manos y apretó el gatillo. El arma solo
hizo ‘clic’, el peor sonido que se puede oír en tan dramática y adversa
situación. Volvió a hacerlo: apretó el gatillo del arma descargada varias
veces, hasta que aceptó la terrible realidad de que estaba vacía de cartuchos. Ahora
tocaba intentar ejecutar cualquier medida desesperada. Se lanzó sobre
Mullery y comenzó a golpearle la cabeza con el arma descargada. Lo hizo en
numerosas ocasiones, sin obtener efecto positivo alguno. Ya, a esas alturas, únicamente
quedaba una opción: intentar recargar el revólver.
Mullery, erguido, continuaba
avanzando por la habitación. Chaney se dirigió a una esquina y le dio la
espalda, protegiendo así el arma mientras trataba de introducir seis cartuchos
en el cilindro del revólver. Significar
que en aquella época el LAPD no entregaba, como parte del equipo de dotación,
cargadores rápidos de revólver. Afortunadamente, Chaney había comprado uno con
dinero de su bolsillo, lo que agilizó el proceso de devolver el revólver a la
posibilidad de escupir plomo. Pero aquella no era, ni de broma, una recarga
como las practicadas en el campo de tiro durante los ejercicios de
entrenamiento. Esta era una situación de emergencia total. Esto era real y de
vida o muerte, por ello no pudo evitar perder habilidades digitales y
capacidades cognitivas. Para colmo, Mullery había conseguido asir una barra de
hierro con la que ya estaba golpeando, con todas sus fuerzas, la espalda del
desesperado y acorralado patrullero.
Tras cerrar el tambor, Chaney pasó
otra vez el cañón por debajo de su axila… y disparó —esta técnica es entrenada
por algunos instructores españoles—, consiguiendo que un proyectil penetrara en
el plexo solar del homicida, quien retrocedió al sentirse herido. El agente se giró
hacia él, lo cogió del pelo con la mano izquierda y levantó su cabeza, disparándole
un cartucho directamente en el cráneo. Al mirar hacia abajo podo ver un enorme
agujero en el cuero cabelludo. A vida o
muerte, como ya apuntamos antes. Parecería que todo hubiera acabado ¿verdad? El
policía así lo creyó, y se alejó hacia el otro lado de la habitación, tratando
de respirar para recuperar algo de equilibrio fisiológico. Pero en un momento
dado miró de reojo al hombre que había intentado matarle, y vio, con horror y
estupor, que el maldito Mullery se estaba levantando de nuevo. Sobreponiéndose al shock de tan horripilante estampa, el patrullero
apuntó y disparó dos veces más hacia el pecho, no consiguiendo el efecto
deseado. Siguió: otro disparo fue efectuado hacia el abdomen, pero nada, no dio
fruto. Solo quedaba ya un cartucho en el arma, por lo que dirigió la boca de
fuego a la cintura y tiró, fracturándole en esta ocasión la pelvis. Cayó. Por
fin el malnacido criminal había sido neutralizado.
Steve recargó su último speed loader —cargador rápido de revólver— y
se dirigió hacia su compañera, comprobando que la pobre chica yacía muerta. El
proyectil la había alcanzado cerca del corazón. Mullery todavía tardó unos
segundos en morir, pero consiguió arrastrarse por el suelo hacia la puerta.
Finalmente la pérdida masiva de sangre le venció.
El gigante había recibido diez
impactos del calibre .38 Especial, con proyectiles semiblindados de 125 grains de peso:
Nº 1: en un antebrazo, cerca de muñeca.
Nº 2 y 3: en el pecho.
Nº 4: en el costado izquierdo del tórax, a distancia de
contacto.
Nº 5: en el centro del pecho, cerca del diafragma, a
distancia de contacto.
Nº 6: en la parte superior de la cabeza, a distancia de
contacto.
Nº 7 y 8: en el pecho.
Nº 9: en el abdomen.
Nº 10: en la cadera derecha.
Las conclusiones del enfrentamiento son cuatro, básicamente:
1º- A pesar de
recibir diez impactos, ninguno de ellos alcanzó órganos de importancia de cara
a la neutralización inmediata. El impacto en la cabeza, debido al ángulo en que
fue efectuado, no llegó a penetrar en la bóveda craneal, por lo que no resultó
efectivo. El resto de los proyectiles no alcanzaron ni la médula espinal ni el
corazón. El impacto más importante en
este caso es el que llegó a la cadera, el que comprometió la movilidad. Algunos
instructores, como Fayrbain y S.P. Wenger, aconsejan apuntar a la cadera como
blanco primario, ya que impedirá al agresor avanzar hacia nosotros (esto es más
importante en el caso de ataques con armas blancas. Pero se sabe de gente que
ha seguido corriendo o caminado con la pelvis afectada por impactos de bala).
El impacto nº 4, lejos de haber producido
un daño mayor por el hecho de afectarle a un hueso, produjo el efecto
contrario: la costilla actuó como un escudo ante el fogonazo del disparo, que a
esa distancia habría causado una gran herida estrellada.
La pérdida masiva de sangre, si no
es controlada, provoca la muerte. En este caso había diez heridas sangrantes y
ninguna de ellas fue taponada. Pero de haber existido un menor número de
heridas sin tratar médicamente, a la postre hubieran terminado produciendo la
muerte, casi con total seguridad.
2º- Este caso es
un ejemplo de adversario al que no le afectan las causas psicológicas.
Múltiples impactos, con destrozo de tejidos, no causaron efectos aparentes. Únicamente al llegar un proyectil a un
punto concreto de su anatomía se produjo la incapacitación. Hemos de tener
en cuenta la posibilidad de tener que enfrentarnos a individuos drogados,
excitados o enajenados, que se comporten como el tal Mullery.
3º- La munición
empleada, semiblindada de 125 grains de peso (.38 Especial), era, en esa época,
muy típica y de uso extendido en misiones de seguridad y defensa, y considerada
por muchos como de buena capacidad de transferencia de la energía en el
instante del impacto. Pero ningún proyectil
es fiable al cien por cien, a no ser que alcancemos puntos concretos del
organismo. Como hemos visto en este luctuoso ejemplo real, cuando se
alcanzan zonas puntuales del cuerpo es cuando se consigue el fin deseado:
detener la acción hostil.
Pero es más, algunos autores, como
el prestigioso Ayoob, afirman que calibres más potente, como el .357 Magnum, el
.40 Smith and Wesson, o el 10mm Auto, hubieran penetrado en el cráneo (herida
nº 6), en vez de haberse desviado tangencialmente por la bóveda craneal, o
hubieran causado un mayor efecto en las heridas nº4 y nº 5.
4º- La funcionaria en prácticas que falleció, de
haber llevado puesto un chaleco de protección balística, seguramente se hubiera
salvado. En esa época ni tan siquiera en EE.UU. era habitual usar chalecos
antibalas. En ese país, a día de hoy, es impensable salir de servicio sin
él. Por suerte —quien sabe si por desgracia—, también en España se están imponiendo
tanto a nivel oficial como a nivel privado.■
Sin comentarios...
ResponderEliminarAlex
Excelente artículo. Sorprende la sangre fría del policía del LAPD. El calibre .38 mostró una vez más su ineficacia en el secuestro del avión por parte de terroristas palestinos, este calibre era utilizado por los miembros del GSG-9 de la extinta Policía de Fronteras alemanas siendo incapaz de "parar" a los terroristas pese a la gran cantidad de impactos recibidos. En España necesitamos muchos, muchísimos años de entrenamiento en tiro reactivo-policial, en las FyCSE estamos en pañales.-
ResponderEliminarGracias por la lectura y los comentarios.
ResponderEliminarErnesto.
Impresionante relato! Estoy deacuerdo a que el 38 special ( sobretodo con 125 grains ) es algo muy justo. Aunque dada las circumstancias, con un 9 parabellum tampoco le hubiese servido de mucho.
ResponderEliminarUn placer leerte! Ferny
Ferny, gracias por tu lectura y comentario.
ResponderEliminarVeritas Vincit
Resulta sobrecogedor, casi un relato de terror. Efectivamente, reafirma la idea que he ido elaborando de que lo que cuenta es que el disparo sté bien colocado y que el proyectil cause la herida mayor posible. Solo me queda una duda,¿quizá fue la falta de penetración del proyectil lo que generó esta situación o, simplemente, los disparos atravesaron el cuerpo sin dañar órgannos importantes?. Muy buen artículo, gracias.
ResponderEliminarHola Erizo.
ResponderEliminarGracias por tu lectura y por el comentario. Efectivamente, lo que importa es el lugar donde se coloque el disparo, al menos, yo así lo veo. Además, por experiencia propia puedo opinarlo.
En el caso Chaney, habría que ver los informes forenses. Pero entiendo que ningún proyectil alcanzó órganos vitales. Fíjate, la mayoría de impactos alcanzaron el pecho, a distintas alturas y seguramente en diversas trayectorias, uno incluso fue en la parte superior de la cabeza, y aún así…nada de nada.
En la zona del tórax (pecho) es donde más posibilidades existen de alcanzar órganos vitales, es rica en ellos. Pero a la par, las costillas los protegen, por tanto, un proyectil podría “ir” bien colocado pero la costilla “frenarlo” o desviarlo. Un impacto estaba pegado al corazón, pero pegado, no le “pegó”
Según parece, hasta un disparo en pleno corazón puede hacer que el sujeto permanezca vivo hasta 10 segundos, si eso es así, ¡imagínate cuantos disparos se pueden hacer en ese tiempo...! varios cargadores.
También puede que los proyectiles no penetraran lo bastante en el cuerpo, como para alcanzar a los órganos vitales, o incluso llagando a tocarlos, la cosa no es siempre instantánea.
Ningún caso es igual a otro y ningún cuerpo a otro. Lo que una persona puede soportar, otra puede que no. No se, esto no es una ciencia exacta. Seguramente solo hay dos sitios que paralicen a quien recibe un disparo, pero en el fragor de un combate a muerte ¿quien es capaz de meterlo “ahí” deliberadamente…? Nadie, es capaz. Pero otra veces, por desgracia, se produce un disparo accidental y viene a parar en ese sitio en el que, si lo intentáramos a propósito, nunca hubiéramos acertado.
Conozco casos cercanos a mi, y otros estudiados, en los cuales, con un solo disparo, a veces de calibres marginales (9mm C) se ha puesto en fuera de combate, de un modo casi inmediato, a una persona.
Trasladandonos a hoy ¿seria mas efectiva un arma de descargas electricas?
ResponderEliminarVaya, interesante tema.
ResponderEliminarPues mira, no es mi mayor especialidad el tema de armas de letalidad reducida o baja letalidad, pero aún así me voy a arriesgar a dar, en público, mi punto de vista.
He recibido en mis “carnes” la descarga de un Taser, y fue, no hace mucho tiempo, durante un curso para Instructores de tiro policial. Puedo asegurar que la descarga “acabó” con cualquier intento, por mi parte, de moverme, fue doloroso y muy frustante. Sinceramente, si con un sujeto agresivo y “puesto” de estupefacientes, va a actuar igual que conmigo o incluso al 75%...confío en que hubiera “acabado” con el violento de la narración “Chaney”.
Pero por otra parte, joder, no creo que yo hubiera aguantado esos 10 disparos que “soportó” Mullery. Seguramente los 10 disparos me hubieran parado como lo hizo el Taser. En cualquier caso, ni yo estaba “puesto” ni tenía la “obligación” física de sobrevivir, por ello, no llegué a experimentar cambios autónomos fisiológicos que me hubieran “ayudado” a soportar casi de todo.
Estimado anónimo, no podría responder con certeza a tu pregunta, pero te dejo mis cometarios para que saques tus propias conclusiones. Nunca una acción es igual a otra, incluso aunque los protagonistas sean los mismos.
Veritas Vincit.
Yo creo q lo mejor q hay para parar a un tipo de estas caracteristicas, no son ni Taser,ni un gran calibre....lo mejor son los nauticos q te quitastes en el viaje de vuelta de Alcalá de Henares en el coche!!!!...Al margen de eso,me ha gustado mucho el articulo,siempre es bueno saber y mas si viene de un tio q le apasiona y sabe del tema!!!...un abrazo querido y dos huevos durosss
ResponderEliminarJajajajaj, ¡pero que arteeeee!
ResponderEliminarEsos zapatos náuticos los tengo guardados al vacío, tienen destino: “cierto británico…” jajajjaa
Gracias por leerme “Crazy” espero que el Licenciado Sánchez y su fiel “escudero” hagan lo mismo. Por cierto, del “escudero” he escrito algo en el blog, en su honor.
Y dos Huevos Duros…¡con que queso!
Ah, se me olvidaba, ¿quien eres…? ¿este quien es…?
Tte. Vincet Hanan
Ante una situación de poco riesgo, usaria un taser.
ResponderEliminarAnte un individuo que tiene un arma de fuego, ya ha matado a una persona y sigue atacándome, la unica opción es detenerlo como sea.
Las armas no letales no están diseñadas ni para un sujeto, ni para una situación como la del relato.
Impresionante relato. Desde luego trato d epnerme en el lugar del policía, la situación de estrés extremo que debió de experimentar y su capacidad para respoder efectivamente. Algo que me ha llmado la atención es la rapidez con la que el delincuente se calma cuando el policía le habla en primera instancia. Tranquilizarse tan rápido no suele ser habitual en estas circunstancias, máxime si ha habido consumo previo. la primera acción del delincuente es atacar al policía, lo cual demuestra a) que la figura de autoridad del policía no le infunde ningún respeto, b) que se encuentra bajo los efectos de algún tóxico. Sea como sea se puede deducir una respuesta imprevisible. Los girots de "matame" que profiere después también nos hablan de que el sujeto tiene la conciencia alterada.Creo que tal vez el agente se precipitó guardando el arma.
ResponderEliminarU n abrazo y felicidades por el blog
Fernando
Fernando, es un honor leer una respuesta tuya en mi blog.
ResponderEliminarValoro mucho los puntos que has referido sobre la actitud del homicida. Muchas gracias por la visita.
Veritas Vincit
Estimado amigo “Anónimo” que dejas este comentario (me ha llegado por email, pero no sé por qué no aparece en el blog): Aunque es un tema ya de algunos años sigue siendo muy interesante ahora me gustaría saber si a pesar de los avances en valistica y tipos y marcas de municiones hubiera echo alguna diferencia que el agente de policía llevara en su arma 38 especial munición expasiva +p e visto varias pruebas con esta clase de municion recordando una marca Golden Saber que se expande a casi el diametro de un .45 ACP. Creen que hubieran bastado un doble o triple tap con municion 38 especial expasiva (literal).
ResponderEliminarRESPUESTA DE ERNESTO: Mira, creo que aunque sin es más optimo el uso de puntas expansivas que por parte de la Policía, al final de todo lo que de verdad importa es afectar puntos concretos de la anatomía del malo. Y dentro de esas áreas lesionadas, dañar órganos más concretos aún. A veces tocamos puntos vitales clave con un disparo casi fortuito, y sin embargo en otros momentos no los tocamos incluso cuando se apunta o dirige bien el tiro. Pero lo importante es tocar esos sitios vitales. Ejemplo: si le das un tiro en la cabeza al malo, ¿seguro que cae muerto? Pues no se sabe. Se conocen casos, y en mi libro “En la línea de fuego” (casos reales españoles) hay alguno, que le arrancas literalmente la cara a una persona con un tiro… y no fallece. Sin embargo la cara es parte de la cabeza.
Un saludo.
Ernesto
Gracias por tu respuesta.
EliminarY en efecto no se porque no quedo mi pregunta en el blog pero de igual manera nuevamente gracias soy novato en este mundo recien graduado de la academia de policía y mi pregunta se basa en que cuando no estoy de servicio llevo siempre conmigo un revolver corto 38 especial de 7 tiros para mi protección personal ya que la ciudad donde me desempeño como policía es muy violenta.
Pero viendo todos estos comentarios y ejemplos tendre que cambiar mi 38 especial por una pistola y seguramente 9×19
De antemano gracias por tu comentario.
Saludos cordiales.
Estimado amigo y compañero, seguramente podrás encontrar en el mercado una pistola de igual peso y tamaño al de tu revólver, pero con más capacidad de carga: tal vez incluso con el doble. Lo importante es tener suerte, pero a veces se está más cerca de la fortuna si se entrena mucho y sobre todo bien.
EliminarUn abrazo.
Ernesto
Ante un relato así dan ganas de salir corriendo en la siguiente intervención complicada que se nos presente.
ResponderEliminarUn tipo desarmado, el cual carece de efecto sorpresa y consigue abatir a la agente y de milagro el otro sale vivo! Y ademas, aún estando aquí sentadito y tranquilo le saco pocas pegas a su actuación.
Quizás mas fuego por parte de la compañera, teniendo en cuenta la dificultad de que el malo estaba agarrado y por la tanto muy próximo a su compañero. ..
El tema de siempre, tipo desarmado incluso de arma blanca. Si ella o él le arrean varios taponazos, escaparían ante el Juez?
No tendrían lesiones y el malo con varios disparos y sin ningún arma... creo que en España al menos te comen vivo...aunque mas vale eso que como termino la pobre novata..
Recuerdo el caso de Roquetas de Mar con aquel tipo de ciento y pico kilos y puesto de coca hasta arriba....lo redujeron a base de fuerza y bastones policiales si no recuerdo mal y al final murió infartado y aún así les costo la crucifixión publica a los Guardias hasta de su propia asociación profesional. Vergonzoso!!
Que difícil es esta profesión en ocasiones.
Efectivamente, Román, estos relatos hacen pensar.
EliminarCreo que ante esto mismo aquí en España hubiera estado justificado todo lo que los agentes hicieron en Los Ángeles. Hombre, tampoco vas a abrir la puerta, vas a ver a un chorizo y le vas a pegar un taponazo (tampoco lo hicieron estos agentes del LAPD). Eso no, pero desde que el malo trató de hacerse con una de las armas sí veo justificado abrir fuego. Pero hablo de tratar de hacerse con el arma de verdad, no un forcejeo. Cuando el tío ya agarra la empuñadura, aunque el arma siga en la funda todavía (en pleno forcejeo), sí está justificado el fuego del otro agente. Ahora bien, ¿lo entenderán nuestros jueces, sindicatos, fiscales, jefes, compañeros, etc.? No, no lo entenderán porque de esto no entienden. Saben poco o nada de esto. Tan poco saben que no saben que no saben, pero creen que saben. Ese es el peligro: no saber de algo y creerse experto. Ahí nacen nuestros enemigos: los tabúes y leyendas urbanas. Las crean los nuestros, jefes, policías e instructores que no saben pero que creen que son doctos. Estos dan pábulo a sus elucubraciones y teorías erradas y, tal cual ,llegan a la sociedad, jueces, periodistas, etc. ¡Ya está liada! En ese instante todos creen ya ser conocedores de todos los pormenores de un enfrentamiento. Por otra parte, es normal: si los datos les son proporcionados por quienes se suponen expertos, ¿por qué no tomarlos como dogmas de fe? Yo lo haría.
Por eso leemos y oímos a policías y jefes, también a sindicalistas del Cuerpo, criticar cosas de las que no saben. Echan tierra sobre nosotros porque es mejor y más cómodo y rentable dar por bueno lo de siempre, que indagar en las ahogadas realidades que pueden esclarecerlo todo de verdad.
Gracias por tu comentario.
Un saludo.
Ernesto.
Interesante artículo, yo soy personal de Seguridad Privada, seguimos llevando el revólver del .38, y con las mismas dificultades que este agente,en un momento dado en los enfrentamientos que algunos compañeros han tenido, muriendo alguno en las recargas, (asalto al furgón blindado en Vigo) recibiendo fuego de mayor calibre.
ResponderEliminarCada caso como bien decís, es diferente, pero hay que aprender de todos.
Un saludo
Interesante artículo, yo soy personal de Seguridad Privada, seguimos llevando el revólver del .38, y con las mismas dificultades que este agente,en un momento dado en los enfrentamientos que algunos compañeros han tenido, muriendo alguno en las recargas, (asalto al furgón blindado en Vigo) recibiendo fuego de mayor calibre.
ResponderEliminarCada caso como bien decís, es diferente, pero hay que aprender de todos.
Un saludo
Javitxu, en este caso seguramente hubiese pasado lo mismo con un calibre como el 9 Parabellum. Lo jodido del caso eran el estado de delirio del agresor y la mala colocación de los tiros,que no terminaban de tocar los interruptores de la vida humana.
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