REFLEXIONES EN LA LÍNEA DE TIRO

Por Ernesto Pérez Vera

Curiosas y preocupantes frases las que vengo oyendo durante las últimas semanas en el campo de tiro. En realidad, son las mismas palabras de toda la vida. Tanto durante las sesiones de entrenamiento como al final de las mismas, todos los que pasan por la línea de tiro me dicen lo mismo. No falla, parece que se hubiesen puesto de acuerdo. Por cierto, soy policía.

Hace unos meses se iniciaron en mi unidad unos ejercicios de entrenamiento con armas de fuego, y yo fui el encargado de dirigirlos. Lo normal y lógico hubiese sido decir que se iniciaron los ejercicios reglamentarios de tiro establecidos dentro del programa anual de reciclaje, ¿verdad? Pues no, no puedo decirlo: en mi cuerpo no existen planes de entrenamiento para ninguna actividad policial (sí para otras cosas), menos aún para tiro. Estamos hablando de un cuerpo de Policía Local, o sea, de un instituto civil y armado, por lo que es vergonzoso, triste, peligroso y cuasi delictivo no adiestrar a sus integrantes en el manejo de las pistolas de dotación. Sí, funcionarios armados trabajando en la calle durante años… sin saber cómo usar segura y eficazmente sus armas de fuego. ¡Sí, sin saber usarlas! Créanme, es así de duro y lamentable. Saber que si tocas ‘ahí’ se percute un cartucho, no es saber manejar nada. Eso únicamente es saber que lo mejor que puede hacerse es no tocar ‘ahí’ y punto. ¡Yuyu! Ningún político ha querido invertir tiempo y dinero en ello, cuando se le ha propuesto subvertir tal desmán.

No es que yo pretenda que los policías cuenten con la destreza pistoleril de los cowboys o de los tiradores olímpicos, aunque sería deseable un ligero acercamiento a tales extremos. Pero qué menos que en el campo de tiro los agentes no manifiesten que experimentan miedo ante la idea de tener que sacar el arma del interior de su funda. Me preocupa sobremanera ver a algunos sudar pistola en mano, pero más todavía me preocupa advertir cómo tiemblan al desabrochar la funda delante de una silueta de papel. ¡Por Dios!, sería fabuloso que todos supieran bajar el martillo de la pistola hasta su posición de reposo, sin la supervisión directa del instructor. Estos desordenes formativos no son monopolio exclusivo de mi cuerpo. La impericia en estas lides está al orden del día. Estos silenciados males anidan en todas las instituciones armadas. Lo compruebo frecuentemente mientras entreno a personas que visten uniformes de todos los colores. Lectores, aunque todo esto les pueda chirriar… ocurre. Yo creía que algunas cosas estaban ya superadas, pero vengo descubriendo que no es así. ¡Iluso de mí!

Tras varias horas en el campo de tiro, hablando más que tirando, muchos tiradores admiten que “nunca tan pocos tiros me proporcionaron tanto conocimiento y seguridad”. Acaban de darse cuenta de que no sabían mucho. Han despertado y ahora saben que no saben. Buen momento, éste, para empezar a enseñarles. ¡Quieren aprender, qué alegría! Por cierto, yo aprendo de ellos y con ellos.

¿Qué es lo que falla? ¿Por qué gente de promociones, academias y procedencias tan diversas exteriorizan lo mismo? Muchos son jóvenes policías provenientes de las Fuerzas Armadas, de la comunidad privada e incluso de otros cuerpos de seguridad pública; pero todos se manifiestan en el mismo sentido final: “¿Por qué hasta ahora nadie me había hablado de esto? Esto tiene más sentido que lo que siempre me han hecho repetir desde 7, 15 y 25 metros de la diana, sin ninguna explicación del porqué hay que hacerlo”. 

Otros, por no decir un puñado grande, nunca habían pasado por la galería de tiro. Estos, si acaso, fueron una vez por allí, años atrás, para comprobar que el arma funcionaba. Para ver, u oír, que hacía ‘pum-pum’. Durante las horas compartidas con ellos, muchos se dieron cuenta de que es un mito eso de que siempre da tiempo a cargar, a apuntar y a acertar en el blanco. Comprobaron, fehacientemente, que lo anterior es una tremenda falacia hábilmente colada con calzador en sus seseras. Descubrieron que casi nunca da tiempo a hacer nada coherente ante un ataque sorpresivo, porque la intervención natural de la psicofisiología humana impedirá pensar y apuntar con eficacia, dado que la concentración se va de paseo con la capacidad cognitiva, ambas íntimamente agarraditas de la mano. La realidad está muy alejada de lo que nos presentan las películas que vemos en el cine y en la televisión. Para chinos, los flanes, no los cuentos.

Todos, sin excepción, les dieron una buena patada a una de las grandes leyendas urbanas del sector. Aquello que les habían inoculado sobre que los tiros se escapan en doble acción, es otra brutal mentira. Lo comprobaron. Los disparos que realmente se producen sin la voluntad determinada del tirador, siempre por imprudencia y no necesariamente por fallos mecánicos del arma, se originan cuando los mecanismos de disparo se hallan dispuestos en simple acción. Sí, lo repito, presentar la pistola en disposición de fuego de simple acción, o sea, con el martillo atrás, es de una temeridad cuasi criminal si se dispone de una pistola o un revólver de acción mixta.

Estos compañeros, que ya han visto algo de luz en lo concerniente a la instrucción, al entrenamiento, han comprobado que existe algo más que tirar y tirar… y volver a tirar. La moraleja que todos se llevan a casa es esta: no es lo mismo ir a tirar, que ir a entrenar. Matices. Como siempre, matices.

Los más afortunados únicamente habían ido a tirar de vez en cuando, siempre por su cuenta y solo para hacer ‘pum-pum’ e irse a casa. Nadie les había enseñado jamás a identificar situaciones hostiles que requirieran del uso conminatorio del arma. Tampoco nadie les había adiestrado para resolver interrupciones mecánicas, que por cierto no siempre se tratan de encasquillamientos. Nunca les habían hablado de las virtudes y desventajas del uso del arma en condición de porte uno, dos, tres y cuatro. Algunos no sabían ni que sus pistolas disponían de un sistema de desamartillado automático. Peor aún, todo esto les sonaba a chino mandarín, como el flan de antes. En fin, una situación lamentable desde un punto de vista, pero de máxima satisfacción desde otro, desde la perspectiva del instructor que consigue que sus compañeros mejoren una pizca. Ahora, sabiendo que no saben, ya saben mucho.

Comprendan una cosa, amigos, algo que ya ellos comprendieron: mejorar no es solamente meterlas en el blanco o agrupar todos los impactos en la zona de máxima puntuación. Con entrenamientos cortos y escasos no se hacen buenos tiradores. Únicamente el tiempo y el consumo de mucha munición lo harán, aunque no hay que olvidar el volumen de interés que se ha de derrochar sobre el tapete. El que de verdad quiere llegar, seguro que está más cerca de lograrlo. Con determinados ejercicios, como los puestos en práctica en aquellas líneas de tiro, se consigue lo primero que debe exigírsele a un policía que maneja armas de fuego: que sea seguro y que se sienta capaz de desenfundar, de disparar y de enfundar sin herir a nadie, si acaso a quien tuvo la necesidad de dispararle. “Así, con estos métodos, no hacemos agrupaciones ni dieces, pero todos entran…  aun cuando disparamos rápido y sin casi tener tiempo para reaccionar. Antes los metíamos mejor, estaban muy agrupados, pero tirando desde distancias que ahora comprendemos que no son reales y disfrutando, además, de tiempos de ilusión que jamás dispondremos en los enfrentamientos de verdad”.

Pocos cuerpos invierten, con compromiso real, en la formación y en el reciclaje de sus componentes humanos armados. Una pena muy extendida. Por ello tantos policías confiesan, casi siempre en voz baja y en la intimidad, que han vivido situaciones dramáticas en las que el uso de la pistola hubiera sido necesario, al menos conminatoriamente, sin que ésta se hubiera llegado a desenfundar finalmente. Admiten conocer los dos miedos principales, siempre presentes: temor al potencial reproche judicial y pavor al resultado lesivo del uso de sus armas. El primer miedo está directamente relacionado con el segundo y el segundo con el nivel de adiestramiento obtenido. Es, por así decirlo, la pescadilla que se muerde la cola.

Sé que hay muchos que piensan que esto no debe recibir pábulo. Pero si no es así ¿cómo y cuándo vamos a conseguir que los que mandan se sensibilicen con el asunto? Alguien debe meterle mano en este tema, de una vez por todas. Hay que abandonar ese barco llamado aquí nunca pasa nada. Los sindicatos están obligados a mirar con firmeza hacia delante, pero sé de algunas plataformas sindicales que organizan cursos de tiro pidiéndole a los captadores de asistentes que intenten “no fichar policías friquis de esos a los que les gustan las armas y el tiro”. Patético: quienes deben mirar por ti, te discriminan de antemano. Hay que ser muy borrico para pretender que a un curso sobre cocina japonesa acudan quienes pasan de lo culinario.

El hecho de que en muchas plantillas se conozcan casos de descargas accidentales, no ha conseguido que nadie se moje para mejorar las cosas impulsando el cambio, porque, por suerte, estos indeseados incidentes suelen derramar más sudor y vergüenza que sangre. Pero cualquier día alguien resultará alcanzado por un ‘lo siento, se me ha escapado un tiro’. En mi plantilla todavía no ha sucedido, pero en otras ya han sufrido bajas internas, familiares y hasta vecinales.■