Sin manos y con cuatro impactos: el incidente de Marcus Young, SIN MANOS

Este es el relato de un incidente policial ocurrido en Norteamérica. Mi amigo Ender, en su día, lo publicó en su blog. Ender lo tradujo de la lengua inglesa a la española, ¡y por Dios!, mereció la pena. Su blog, “El último azul” (http://elultimoazul.blogspot.com), tiene varios relatos publicados y en todos ellos se pueden leer situaciones extremas de enfrentamientos a vida o muerte entre malos y polis. De la lectura de estos relatos se pueden obtener conjeturas muy significativas. Muchas de esas historias han sido tratadas en artículos profesionales, algunos en este blog.

El incidente de Marcus Young, SIN MANOS 
Por, Ernesto Pérez Vera


Situación operativa:
Un criminal vacía sobre un policía un revólver del calibre .38 Especial, dejándole su brazo diestro paralizado. Después le destroza la otra mano. Por si no fuera suficientemente, el malo saca un fusil de asalto.

Empezamos. Es el 7 de marzo de 2003 y el sargento policía Marcus Young se encuentra en el inicio de su turno de noche. Ese día está patrullando por un barrio del departamento de Ukiah (California, Estados Unidos). Young es veterano de la Marina y segundo dan de karate shorinryu, y además lleva 18 años dando el callo en la calle con su uniforme y su placa.

Le acompaña un chaval de diecisiete años, un explorador de la policía —una especie de auxiliar policial— que se llama Julián Covella. Young es un marido devoto y un padre modélico. Tiene cuarenta años y es el director de la Asociación de Padres de Alumnos del colegio de sus hijos. Su propio hijo está pensando en entrar en los cadetes de la Policía para ver, como acompañante de una patrulla, el trabajo desde dentro. Por eso Young ha cogido esta noche a Julián, para ver cómo funciona la cosa antes de llevar a su vástago.

La radio emite una llamada de rutina, nada alarmante: una persona intentando hurtar algunas cosillas en un Wal Mart (cadena de tiendas). El sargento se hace cargo de la llamada y se traslada al lugar. En los próximos minutos, él y su joven cadete se salvarán la vida el uno al otro.

A las 21:48 horas ya están en el lugar comisionado por la sala de transmisiones. El cadete observa la escena. El policía tiene ya bajo custodia a la que parece ser la ladronzuela. La sospechosa de hurto resulta ser Mónica Winnie, de dieciocho años de edad, pero aparenta tener treinta. El guardia de seguridad de Wal Mart, Brett Schott, también se encuentra en el lugar y observa como el sargento traslada amablemente a la señorita hasta el asiento trasero del coche patrulla.

De manera súbita, mientras el sargento está identificando a la chica, aparece un varón en el lugar donde se lleva a cabo la actuación policial. El tipo no es ni muy alto ni muy bajo, es de tamaño medio. El sujeto se mueve rápido y directo hacia ellos, a través del aparcamiento. Viste una cazadora y lleva las manos metidas en los bolsillos. Su cara es la de Satanás, y no es un efecto de la luz del parking.

Neal Beckman es el nombre de quien parece el mismo demonio y es el compañero de la detenida. Beckman tiene treinta y cinco años, es caucásico y tiene un largo y malvado historial policial a sus espaldas. Es miembro de los Nazis Low Riders, una peligrosa banda. Se le busca por el robo en una casa, cuyo botín es de 100.000 dólares. Su aspecto no es casual: lleva bigote y perilla de carnero, y se ha tatuado dos cuernos demoníacos en la frente. También lleva un enorme demonio tatuado en la espalda. En el bolsillo izquierdo de la cazadora, su mano empuña un cuchillo de caza y con la mano derecha agarra un revólver S&W modelo 637 Airweight, de cinco disparos y calibre .38 Especial.

Young, hasta ahora, no ha detectado la presencia de Beckman en la escena y cuando lo hace… es tarde. Ya está demasiado cerca. El sargento le gritó: “¡SACA LAS MANOS DE LOS BOLSILLOS!”. No hubo respuesta. El agente le repitió la orden y entonces Beckman, con una sonrisa satánica, le dijo, “¡TENGO UN CUCHILLO!”. Young reacciona rápido. Como policía experto en artes marciales, logró agarrarle el brazo que sostenía el cuchillo. Le hizo una luxación. En el forcejeo notó que algo crujía en el brazo del sospechoso, pero Satanás no soltaba el cuchillo.


Ambos lucharon sobre el capó del coche. De repente se produjo un flash, calor y olor a chamusquina. El sargento Young se acaba de dar cuenta de que ese maldito hijo de puta le ha disparado a bocajarro en el rostro. ¡Qué putada! En el torbellino de acontecimientos que sigue, todo ocurre muy rápido, aunque a los ojos de Young todo se mueve a cámara lenta.  Sabe que está recibiendo más impactos de bala, ve el resplandor, pero no oye nada.

         

Empieza a notar que el brazo derecho le arde, también la espalda. Para colmo, y a la par, siente como un martillazo en el lado izquierdo del cuerpo, como si un bateador le hubiese dado en los riñones con todas sus fuerzas.


Lo curioso es que en medio de ese infierno, el sargento oye perfectamente gritar, con histeria, a la detenida que permanece aún en la parte trasera del coche oficial. Brett Schott —el guardia de seguridad—, que está desarmado, se mete en la gresca sin pensárselo y carga contra Beckman. El guarda agarra el revólver y tras forcejear con él logra arrebatárselo. Ni siquiera se da cuenta de que el arma está descargada: el criminal ha disparado ya los cinco tiros y cuatro le han impactado al policía en diversas zonas de su anatomía.


El demonio se cambia el cuchillo de mano y se revuelve violentamente contra el segurata, lo apuñala brutalmente. La hoja le penetra el pecho y en el acto le colapsa un pulmón. Beckman hace palanca con la hoja y agrava la herida, cortando por completo el deltoides de su víctima. Schott logra quitarse de encima a Beckman, y debilitado, y al borde de la muerte por shock hipovolémico, corre desesperadamente en busca de cobertura, entre los vehículos estacionados en el aparcamiento.


Mientras tanto, el policía ha logrado incorporarse y ha decidido y conseguido desenfundar su arma, una Beretta 96G del calibre .40 SW. Su idea es tumbar a su adversario y pretende levantar el arma a la altura de sus ojos, pero se da cuenta de que la orden mental no llega a su brazo. Un proyectil del .38 Spl. le ha pulverizado el húmero, y de camino le ha dañado el nervio principal del brazo. Lo intenta otra vez, pero no sirve de nada. Su entrenamiento hace efecto y recuerda que en el departamento se instruye a los agentes para que usen la mano débil ante un caso como este.


Young lo intenta ahora con su mano débil, pero algo no va bien. Se mira la mano izquierda y ve que la tiene partida por la mitad: huesos, músculos y tendones fuera. La cosa se complica en extremo. El sospechoso se desplaza y se va corriendo hacia el coche patrulla. Cuando lo alcanza se pone a rebuscar en su interior.


Young se asusta todavía más, se ha dado cuenta de que Beckman no pretende salir huyendo de allí en el coche policial. El criminal está buscando un interruptor oculto que existe en los coches patrulla, ese interruptor da acceso a dos armas repletas de munición y que son mucho más letales que el revólver que usó antes.


El Departamento de Ukiah dota a todos los patrulleros con dos armas largas por coche. Una es una escopeta Remington 870 de corredera del calibre 12, con munición “00” Buckshot. El otro arma está asegurada en el techo, por encima del reposa cabezas, y es incluso peor que la escopeta. Se trata de fusil de asalto, un HK-33. No solo es del calibre 5,56x45 m/m, sino que tiene selector de fuego automático (ráfaga).


El tío que acaba de dejar fuera de juego a dos hombres, ahora está a punto de tener acceso a un arma que es, literalmente, una ametralladora.  La cosa se ha puesto muy jodida, pero cuando hay agallas y ganas de sobrevivir casi todo se puede.


El cadete/explorador Julián Covella ha estado presenciando la carnicería. Ha permanecido quieto e impávido. El Departamento obliga a los cadetes, mediante cláusula, a no intervenir bajo ninguna circunstancia en las intervenciones de los policías, tampoco pueden involucrarse físicamente bajo ningún concepto.


El chaval está dividido entre obedecer la norma o seguir su instinto del deber. Cada célula de su cuerpo le pide actuar. Ya ha esperado demasiado, está más que justificado que ataque. Young lo llama y le dice que le desenfunde el arma y se la ponga en la mano. Covella obedece y saca la Beretta 96G. Se la coloca al herido en su deforme mano izquierda, que no para de sangrar. Young, más tarde, dio las gracias a sus instructores por haberle enseñado a disparar con la mano izquierda. Arrodillándose, levantó el arma hasta el nivel de los ojos. No apunta, le resulta imposible, simplemente coloca el arma a esa altura.


En el coche, Satanás intenta desesperadamente sacar las armas largas de sus anclajes, para acabar lo que ha empezado. Young tiene que disparar a través de la puerta, porque Beckman está medio agachado. Dispara una vez (la munición es de punta hueca) pero no aprecia reacción. Dispara de nuevo, pero nada. La bala parece no atravesar la puerta del coche.


Momento para el Plan B. Nuevamente levanta la pistola, pero está alarmado por el resultado ineficaz de los disparos efectuados. El delincuente se gira dentro del coche y mira por la ventana. Mira hacia abajo y ve, a su altura, al agente apoyado sobre sus rodillas. La mirada de Satanás va de la boca de fuego de la Beretta a los ojos del policía. Antes de que pueda reaccionar, Young dispara a pocos centímetros de su cara y lo hace desde el otro lado del cristal. Le impacta en la cara. El adversario se agacha y Young dispara de nuevo.


Tras mantenerse a cubierto durante un tiempo —a él le pareció una eternidad—, se da cuenta de que todo ha acabado. El delincuente está fuera de combate. Sabe que ha sido herido múltiples veces en el torso, cara, espalda y manos, pero no sabe cuánto va a poder permanecer despierto. El sargento puede ver al guardia de seguridad nadando en sangre y al cadete, intacto, en medio de aquel matadero. Un infierno.


Le pide a Julián que solicite ayuda por la radio. Luego, siguiendo lo que aprendió en las clases del coronel Dave Grossman (el autor de On Killing), Young procura relajar la respiración para continuar.

Acabando

La ambulancia llegó rápidamente y la actuación de los sanitarios fue eficaz, pero el centro médico al que lo trasladaron solo estaba equipado con un quirófano. Solamente una persona podría ser atendida. El heroico guardia de seguridad estaba muy grave, casi a punto de morir, había perdido la mitad de su sangre, así que fue operado primero. Los médicos tardaron tres horas en estabilizarlo, pero consiguieron salvarle la vida.


Durante ese lapso, el sargento Young aguantó sin sedantes, como un campeón. Había perdido más de un litro de sangre y su tensión era muy baja, por lo que no pudo ser anestesiado. Luego manifestaría que no empezó a sentir verdadero dolor hasta casi una hora después del tiroteo. La adrenalina, noradrenalina y el cortisol hicieron su trabajo, ¿les suena? El primer proyectil le entró por la mejilla izquierda y salió por detrás del cuello. Por fortuna no tocó nervios, ni cerebro. Nunca perdió la conciencia. Él no recordaba exactamente la frecuencia y cronología de los disparos, solo recordaba, con claridad, el disparo que recibió en el brazo derecho.


Otra bala atravesó el chaleco de protección balística, quedando alojada en su espalda. Esta herida provocó graves lesiones internas que necesitaron (como la herida del brazo) una gran operación primaria y otras tantas posteriormente. El impacto de la bala en su lado derecho fue detenido por el chaleco, un Point Blank Level III-A (el nombre le viene que ni pintado, “a quemarropa”). Dejó un moratón enorme en la piel, con su posterior derrame, pero no pasó de ahí. Los doctores dijeron en su informe que si el proyectil no hubiera sido parado por el Kevlar, hubiese provocado heridas incompatibles con la vida, matando a Young en el acto. La herida de la mano izquierda también tuvo que ser operada, varias veces, para reparar los tendones.


Satanás fue encontrado muerto en el interior del coche patrulla. El tercer disparo de Young le había dado en plena frente, pero no fue ese impacto el que provocó su muerte. El proyectil entró bajo la piel de la cabeza y salió por “el pellejo” del cuello. Al moverse dentro del coche y recibir el impacto  mientras se giraba —quizá para salir del coche por la puerta contraria—, se puso de espaldas al agente dejando las posaderas en la línea de tiro. Fue ese último disparo de Young, a través de la ventana, el que impactó en el trasero. Ese proyectil se abrió camino y penetró muy profundamente “de culo a cabeza”. Afectó al hígado y terminó su recorrido en la base del cuello. Este disparo fue mortal de necesidad. Tremenda cavidad permanente.


Ambos implicados recibieron disparos en la cabeza y sin embargo ninguna de las heridas fue lo suficientemente grave como para producir la muerte o paralización. La bala que mató al criminal, y la que pudo haber matado al policía, entró por la zona baja de la espalda (dato este a tener en cuenta). Aquella noche fatal, Young no llevaba una segunda arma (back-up). Manifestó que de haber llevado otra pistola, al alcance de la mano débil, habría acabado antes con su atacante, probablemente antes de que éste accediera al coche.


Young continúa usando el chaleco antibalas religiosamente. En enero del 2004 ingresó en el Kevlar Survivors Club (asociación de personas que han salvado la vida gracias al chaleco balístico), durante la conferencia anual de la American Society for Law Enforcement, en St. Louis. Se unió así a los más de tres mil hermanos y hermanas que deben su vida a la tecnología. Young tiene oficialmente reconocido ser el miembro número 2.751, que salvó su vida gracias al chaleco.
 

Young da crédito al entrenamiento recibido en su Departamento y a lo que ha aprendido del coronel Dave Grossman, así como a los cursos privados realizados por su cuenta; y también a su entrenamiento en artes marciales. Todo esto le ayudó a resistir las heridas y mantener la mente más clara, optando por una solución creativa de supervivencia, manteniendo la calma. Supo lo que debía hacer estando herido y encontrándose en una situación terrorífica.

En la misma conferencia de St. Louis, el doctor French Anderson, especialista en el análisis del tiroteo del FBI de 1986 (mítico, histórico y archiestudiado incidente), hizo referencia directa al incidente de Young, sentenciando su discurso así: “SI PUEDES PENSAR Y PUEDES MOVERTE, ENTONCES ERES CAPAZ DE SEGUIR PELEANDO”.


Curiosamente, esta era la tercera vez que un criminal le apuntaba a la cabeza con un arma de fuego. Antes de este incidente, Young había sufrido pesadillas en las que revivía que le apuntaban a la cabeza y cuando él disparaba su arma, para defenderse, ésta no funcionaba. Desde aquella noche fatídica, con feliz final, las pesadillas cesaron inmediatamente. ¿Curación accidental de estrés postraumático, por confrontación de una situación igual, pero resuelta satisfactoriamente…?


En el coche del sospechoso se encontraron varias bombas caseras. La ladrona fue acusada del robo, posesión de explosivos y respondió por otros delitos pendientes. Brett Schott y Julián Cavella recibieron innumerables honores y agradecimientos, así como menciones y condecoraciones. Cavella, el cadete/explorador, ahora está terminando su formación como piloto de la Marina. Young ha recibido todas las condecoraciones que se pueden conceder a un policía en USA y ahora trabaja en labores administrativas. Su incidente es materia de estudio en las academias del país. Es un devoto defensor de las técnicas de control del miedo en situaciones de crisis. Siempre recomienda una mentalización adecuada, entrenar en todas las circunstancias operativas posibles y NUNCA JAMÁS RENDIRSE.


Los Nazis de Low Ryders le han amenazado de muerte. Young está preocupado, pero preparado. NUNCA ASUSTADO.

Comentarios

  1. EN DONDE QUIERA QUE ESTEMOS TENEMOS TODOS LA MISMA MISTICA, PARA SERVIR Y PROTEGER. FELICIDADES A TODOS AQUELLOS QUE LA PRACTICAN Y PUEDEN CONTAR SU HISTORIA.

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