VOLUNTAD PARA GANAR: NO RENDIRSE NUNCA Y BUENAS DOSIS DE FORMACIÓN Y SUERTE

Sobrevivir a un enfrentamiento brutal


Por, Ernesto Pérez Vera


Este relato narra un incidente policial con disparos, heridas y vidas perdidas. De su lectura se pueden obtener conclusiones que, con el debido estudio y tratamiento, pueden ayudar a mejorar la realidad del entrenamiento del policía medio. Algunas de las ideas o conclusiones a alcanzar son coincidentes con lo expresado en más de un artículo publicado en este blog. Nada es nuevo. Casi todo se resume a constantes, a patrones de repetición continua. Que este incidente tuviera lugar en Estados Unidos no cambia la realidad del “a vida o muerte”, se encuentre un policía en Roma, Madrid, Los Ángeles, o en Chinchilla. El que mata no le pide el pasaporte a su víctima. La mente criminal ordena la ejecución de acciones, sin que intervengan lenguas o idiomas concretos. El amor no entiende ni de edades ni de nacionalidades, el delito tampoco.


La historia ha sido obtenida, previa autorización, del blog “El último azul”, el cual administra mi amigo y compañero Ender. De verdad, mediten sobre lo que van a leer.


El 5 de mayo del 2004 se produjo un enfrentamiento policial mortal, cuyo resultado positivo llevaría a su protagonista, un año después, hasta la mismísima Casa Blanca. Una mujer policía fue condecorada con la más alta distinción al valor. Herida siete veces, y disparando con su mano menos hábil, esta funcionaria logró matar a dos peligrosos criminales. Esta es su historia: VOLUNTAD PARA GANAR.


El funcionario de la Sala de Transmisiones no se lo podía creer. Un niño de ocho años de edad solicitaba la presencia de una patrulla de policía en su casa. Alguien tenía retenida a su madre, dentro de la vivienda (detención ilegal, desde el punto de vista jurídico español). El niño se encontraba en el interior del coche junto a sus dos hermanas pequeñas. Esperando que se tratase de una broma, el telefonista pasó la llamada al departamento del Sheriff de Orange County.


 La ayudante Jennifer Fulford y un policía en prácticas patrullaban la zona. El requerimiento provenía de un sector en el que se habían producido muchos robos. Cuando Jennifer llegó a la altura de la vivienda todo parecía normal. El garaje estaba abierto, siendo visibles dos coches en su interior. Se oían varias voces provenientes de la casa. Una mujer, Isola Allen, la dueña de la vivienda, salió a recibir a la pareja de funcionarios.


 

Isola parecía un poco nerviosa, pero no dijo nada que delatara lo que en realidad estaba sucediendo, por ello los agentes decidieron abandonar el lugar. Pero atención, cuando los policías se alejaban de la casa, la mujer salió corriendo desde el umbral de la puerta, y gritó: “¡Mis niños…, mis niños están en el coche! ¡Unos hombres me retienen a la fuerza!”. Al parecer, y aquí dijo que empezó todo, cuando salía de su vivienda para llevar a sus tres hijos al colegio, tres hombres armados le cortaron el paso y la obligaron a entrar nuevamente en su domicilio.


La agente no se lo pensó dos veces: desenfundó su arma y entró sola en el garaje. Se acercó al coche donde se hallaban los menores. Entró por el lado del conductor, viendo allí al varoncito y a dos pequeñas gemelas sentadas en sus sillitas de car. Iba a abrir la puerta cuando: “¡Pop, pop, pop, pop…!”. Fulford, pensó: “¡Mierda! ¡¿Me están disparando?! ¡¿Serán disparos de verdad?!”. Reaccionó buscando cobertura en la parte trasera del monovolumen. Se parapetó tras la rueda. George Jenkins, de veinticinco años, la acababa de herir. Más tarde, dijo la funcionaria: “Reaccioné rápido. Disparé con mi Glock del .45, y le acerté. Lo vi caer de espaldas contra la pared. También vi como iba cayendo poco a poco. Se iba deslizando por la pared hasta quedar sentado en el suelo,  pero aún así… seguía disparándome mientras se moría”.



“Sentí movimientos delante del coche y me mantuve a la espera”. Dzibinski, de veintiséis años, otro de los delincuentes, disparó como un loco a través de la carrocería del automóvil, hiriendo a la agente en la rodilla derecha, en el tobillo izquierdo, en uno de sus muslos y también en una nalga. “Las balas rebotaban por todas partes. Jenkins, moribundo, todavía seguía disparándome, pero sus balas daban en el suelo, debajo del coche y contra las paredes. Yo estaba herida y atrapada. No tenía espacio para maniobrar, por lo que me di cuenta de la cantidad de sangre que se estaba escapando de mi cuerpo. También me percaté de que uno de los proyectiles que me había impactado, antes de llegar a mí había pinchado la rueda del coche con el que me estaba cubriendo”.


Uno de los disparos de Dzibinski atravesó el vehículo y acabó en un hombro, dañando gravemente los nervios del brazo fuerte. El miembro se desconectó. Quedó colgando al lado del cuerpo, inservible, cayendo la pistola al suelo. El entrenamiento hizo efecto: “No tuve que pensar. Cogí el arma con mi mano izquierda.  El Cuerpo nos había entrenado para montar el arma con el cinturón y con el zapato, tanto con una mano como con la otra. Disparé todo lo que me quedaba, recargue y seguí disparando. Solo entonces me di cuenta de que Martin, mi compañero en prácticas, gritaba mi nombre con desesperación: ¡Jennifer, Jennifer, ¿estás bien?!”. Martin permanecía, aún, fuera del garaje.


La agente manifestó, tiempo después: “En ese instante me di cuenta de que no había oído nada. Estaba totalmente concentrada en el tiroteo y no sentía el dolor. Solo noté que me mareaba y que empezaba a ver estrellitas. Tenía que mantenerme despierta. No quería morir en aquel garaje… Quería matarlos. Los pobres niños no tenían culpa de nada. Jenkins, finalmente, emitió un gemido de dolor, y murió. Dzibinski salió a la calle dando tumbos, encontrándose de frente con Martin, al que hirió en un hombro, si bien mi compañero le dio en una pierna, haciendo que cayese en coma. Murió ocho días después”.


Un tercer sospechoso entregó sus armas y se rindió a las patrullas de refuerzo que iban llegando a la escena. El SWAT, la unidad especial de asalto, intervino asegurando el lugar. En la casa fueron encontrados varios kilos de marihuana y 54.000 dólares. Shaun Byron, el tercero en discordia, fue condenado a cadena perpetua. La Policía no pudo demostrar si la droga y el dinero pertenecían a negocios sucios de los propietarios de la casa. De hecho, aún están pendientes de juicio.


Consideraciones operativas:

Jennifer Fulford impactó cinco veces en el pecho de Jenkins, siendo mortales prácticamente todas las heridas.


Dzibisnki recibió seis tiros de Jennifer y otro más de Jenkins, su compañero malhechor, que por error o rebote le impactó en una pierna. Dos de los disparos de Fulford dieron en la cabeza, dejándolo en coma hasta el momento de su muerte, días más tarde.


Sorprendentemente, nuestra protagonista acertó el ochenta por ciento de los disparos realizados, matando a dos de los enemigos que la habían emboscado. No hirió a ningún inocente de los que se hallaban fuera de la casa, ni a los niños, los cuales resultaron completamente ilesos durante el brutal incidente (estuvieron todo el tiempo en la línea de fuego. Un milagro). Todos los disparos de la funcionaria fueron materializados desde el suelo, en una posición no buscada, y estando gravemente herida.


El intercambio de disparos duró cincuentaiún segundos, y ocurrió en un garaje en el que prácticamente no había espacio para moverse. Dentro de la cochera había dos automóviles, por lo que apenas existían coberturas para protegerse. Para colmo, los dos criminales atacaron cada uno por un lado.


Se contabilizaron casi cuarenta disparos. Los tiros de Fulford sonaron, según los testigos, como fuego automático, como si fuesen ráfagas (otra vez esta pauta tan común: disparos muy rápidos).


El ataque se inició a menos de tres metros. Algunos de los disparos que acabaron en la parte trasera del coche dónde se protegía Jennifer, quizá se realizaron a un metro y medio de distancia. Otra pauta común: la cercanía del fuego (véase, en este blog, el incidente del sargento Marcus Young, en el que el intercambio de disparos se produjo a escasos centímetros).


La funcionaria recibió diez impactos, pero solo siete de ellos provocaron heridas: tobillo (con salida por el talón); rodilla (sin partir hueso); muslo (dos tiros en la fascia lata, ese músculo que te hace reír cuando te das un golpe); glúteo (aún tiene la bala dentro) y hombro derecho y mano derecha. Otro proyectil atravesó la camisa sin hacer sangre, y otro más le rompió la perilla del micrófono del radio-trasmisor. Una bala pulverizó el Taser (arma paralizante por impulsos eléctricos) que llevaba en el lado izquierdo del cinturón. Otros tres disparos dieron muy pero que muy cerquita de ella.


Esta mujer es increíble: recibió trece tiros, y le impactaron diez. La hirieron siete veces, y a los treintaiocho días volvió al trabajo. Necesitó mucha rehabilitación. La peor herida fue la que le seccionó el nervio del brazo, provocándole falta sensibilidad, pero los neurocirujanos dijeron que con el tratamiento adecuado volvería a estar bien.


Como otros policías en este tipo de situaciones, Fulford sufrió exclusión auditiva. Por ello, entrenar con protección auditiva no solo evita lesiones, sino que aporta cierto grado de realismo y acercamiento a lo que sucede en los encuentros reales. Estaba mentalmente focalizada en cubrirse, en no quedarse dormida, en mantener el arma consigo (muy importante) y en ser consciente de que estaba herida. Supo valorar la gravedad de la situación. Está claro, su voluntad era ganar.


Ella sostiene que en realidad casi no vio a sus asaltantes más que el tiempo justo para poder dispararles. No más de dos segundos, cree. En caliente comentó que sabía que los había matado porque al primero lo vio sentarse apoyado contra el muro, y porque dejó de disparar emitiendo un gemido agónico. Al segundo atacante lo dio por muerto cuando no lo oyó acercarse en el ‘tira y afloja’ que tuvieron detrás el coche.


Todos eran delincuentes profesionales bien entrenados y mentalizados. Contaban con vasta experiencia en robos a domicilios, intentos de asesinato y otros tantos delitos graves. Sus antecedentes eran muy amplios, y a la mínima oportunidad disparaban. Tenían todas las ventajas que se pueden tener en un enfrentamiento: experiencia, sorpresa, entorno favorable, superioridad numérica y superioridad física.


En el registro de la habitación del hotel en el que se hospedaban encontraron dos fusiles de asalto AK-47, que afortunadamente no llevaban consigo aquel día, y dos pistolas Glock dotadas con linternas tácticas y punteros láser, así como cargadores de treintaidós cartuchos de capacidad para ambas armas cortas. ¡Unos auténticos angelitos!

En las entrevistas que ofreció a la televisión, Jennifer manifestó: “Estoy viva gracias al entrenamiento y al mindset —preparación mental—”. Jennifer siempre patrullaba en ‘condición yellow’, o sea, en condición de alerta amarilla. Era consciente de que había que esperar lo inesperado, lo impensable. Sabía que cualquier situación sencilla puede convertirse, en cualquier momento, en un problema complicado. Adoptaba esta mentalidad con normalidad, sin caer en la paranoia. Lo hacia trabajando y, sobre todo, entrenando.

Explica que mucha gente acude a las prácticas de tiro con la sensación de que se trata de un juego, incluso de algo tedioso, y que lo entrenado no se aplica en la realidad. Ella puede decirlo, y yo me alegro, porque la entrenaban como Dios manda. No cabe duda de que sus instructores eran expertos de verdad. Esto no siempre es extrapolable a la realidad española, donde muchos aspiran a ser instructores para emboquetarse, sin pasión, y desertar del frío, del calor, de los gritos, de los insultos, del peligro, o sea, del trabajo callejero.

Ella iba con interés a las prácticas de tiro. Imaginaba situaciones en las que usar lo entrenado, teniendo siempre una mente creativa y operativa, donde solucionaba, de manera figurada, diferentes tipos de incidentes. Gracias a esto, y a su idea de entrenar lo más realistamente posible, pudo reaccionar como una autómata: sin pensar en cómo hacerlo. Reitera que hacía las cosas como “si todo fluyera”.

No presenta trastorno por estrés postraumático, algo verdaderamente extraño, la verdad. Aunque hay que significar que esta dolencia psíquica puede presentarse mucho tiempo después de la fecha del suceso traumático. Haber salido viva, ver a los niños intactos, matar a sus atacantes y sentir el apoyo de su familia (su madre es policía y su marido es bombero), son factores que influyen muy positivamente en su fuero interno. En las entrevistas habla de manera clara y detallada del incidente. No presenta síntomas de culpabilidad, y muestra una limpieza moral y sentimental admirable. Humilde y agradecida, quiso volver al trabajo en el tiempo mínimo.


Fue premiada con la Medalla al Valor, con todas las condecoraciones de su cuerpo y con numerosas menciones honoríficas del alcalde. Recibió llamadas, cartas y regalos de todas partes del país, del Reino Unido y de Australia.


Otras fuerzas de seguridad intentaron reclutarla. Ahora da charlas contando su experiencia a otros miembros de la comunidad policial. Los colegios de la ciudad la presentan como ejemplo a emular por su entrega, voluntad y valor, recibiendo cientos de cartas con dibujos de los escolares. Fue ascendida a cabo. Como veis, igual que en España (ironía). Fue elegida policía del año en 2005 y protagonizó la portada de la famosísima revista Parade. De esta publicación, precisamente, se ha obtenido la información que da lugar a estos párrafos.

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