No es lo mismo: desgraciados afortunados y afortunados desgraciados
Por,
Ernesto Pérez Vera
Los que tanto criticáis y
zancadilleáis a vuestros compañeros de trabajo, más bien eventuales coincidentes
laborales, seguís con vuestras cantinelas baratas de café de inicio de turno. Siendo
este café, demasiadas veces, de inicio de servicio, de durante y de fin del
mismo. Para vosotros el trabajo supone, únicamente, colocaros con cafeína. ¡Ya está bien, señores!, dejad de maquinar
para torpedear a todos los que hacen lo que por ley deben hacer y, sobre todo, aquello
que casualmente coincide con las labores que ustedes mismos despreocupáis e
ignoráis. Mírenlo desde otro punto de vista, por favor: ustedes son unos desgraciados
afortunados. Sí, eso he dicho, pero no se me ofendan. Verán como
coinciden conmigo, cuando les razone mi postura.
Bueno, os lo explico, es muy sencillo;
incluso vosotros lo podréis comprender. Un desgraciado es, en el terreno que
nos ocupa, aquel que no tiene nada en lo que creer cuando se calza las botas.
En fin, un vagabundo de intelecto distraído. Eso sois vosotros, pues no creéis
en vuestra presunta labor remunerada, y digo presunta porque no soléis cumplirla,
y que se salve el que pueda.
Por otra parte, y cara a cara frente
a vuestros bastardos principios y prostitutas formas de entender la función
policial, se encuentran los afortunados desgraciados. Estos,
entre los que yo me incluyo, disfrutan del trabajo incluso cuando se mojan bajo
la lluvia, pues mojados e implicados profesionalmente siempre están. Sí, es verdad, bregar con sucios y pestosos
delincuentes es muy desagradable. Recibir insultos y pedradas, es duro. Y
arriesgar el pellejo ante hijos de puta, también es muy shungo. ¿Pero sabéis algo?, a algunos nos gusta toda esta mierda.
Muchos, aunque no lo podáis comprender, creemos en aquello que representamos
cuando nos calzamos las botas. Y por cierto, los insultos y las pedradas que
algunos recibimos en la calle no son tan repugnantes como el olor que expeléis,
muchos de vosotros, cada vez que abrís la boca para vomitar palabras infectadas
de veneno.
Con saliva y tecla, mil veces me
he pronunciado sobre este asunto, pero bueno, una vez más no viene mal. Si
otros siguen en sus trece, yo también seguiré en los míos. Como decía Joe
Rígoli, yo sigo.

Lleváis años despotricando y
elucubrando contra quienes acudimos a las llamadas de la Sala Operativa con la
celeridad que las circunstancias demandan. Seáis
quiénes seáis, y estéis donde estéis, porque este mal afecta a miles de unidades
y plantillas, seguís despellejando a los que, tras tomar un café a primera hora
del turno, emprenden el camino de la búsqueda y caza del delito, en aras de la
ayuda al prójimo. Perseguir delitos es ayudar a todos, sí, no caigáis en el
buenismo de los progres. Reprimir a la minoría infractora siempre beneficia a
la mayoría no infractora. Vosotros, una vez más, menospreciáis a quienes no tomamos
agua de fuego durante las horas de trabajo. Además, los mismos desgraciados de
siempre tratáis de menoscabar, con invenciones maliciosas, la buena fama e
imagen de los que hacemos lo que vosotros nunca hacéis por cobardía, comodidad,
interés político y falta de conocimientos profesionales: cumplir y producir.

Quien va al trabajo, y digo al
trabajo y no a trabajar, porque no es lo mismo, con el único propósito de
vagabundear y delinquir por omisión, es un desgraciado. No hay nada más triste que ser desgraciado en la profesión elegida
(algunos no la eligen, le viene regalada cual premio anunciado en el reverso de
la tapadera de un yogur). En el trabajo, como en la vida, cuanto más
desánimo se tiene más desgraciado se es. Está clínicamente demostrado que las
bajas laborales por depresión, aun cuando se finja la enfermedad (muy de moda), acaban pasando factura. Este
desánimo y esta falta de interés a la larga llevan, sin remisión, a la
depresión real. Total, que algunos finalmente seréis oficialmente desgraciados,
con informes psiquiátricos.
La verdad es que aquellos que os
encontráis dentro de este triste perfil, tenéis más suerte de la que os
merecéis, por ello os llamo desgraciados afortunados. Nadie me negará que es muy lamentable odiar
lo que se hace, o mejor dicho aquello que se debería hacer. Es como estar
casado con alguien a quien no se quiere ni se desea. Es peligrosamente penoso. Vosotros os dedicáis a desatender vuestras
obligaciones profesionales, a acudir cabizbajos al servicio y a jugar al
despelleje de aquellos compañeros que poseen un perfil marcadamente antagónico
al vuestro. ¡Pero leches!, si a final de mes os pagan es que sois muy
afortunados. Por ello siempre vais a ser unos desgraciados afortunados:
no hacéis lo que tenéis que hacer, porque no os gusta o porque no sabéis
hacerlo, pero igualmente os ingresan la nómina. Para colmo, muchas veces os
ascienden. Vivís subidos en la gran ola del chollo. Sois unos suertudos. Parece
que el sistema está engranado especialmente para que os favorezca. Pero os digo
algo, no os envidio.

Hacemos lo que nos gusta y
creemos en lo que hacemos. Todo esto es, precisamente, lo que vosotros no
hacéis. Somos un chollazo para vuestra estirpe: lo que no hacéis, aunque os
paguen por ello, lo hacemos unos cuantos majaretas implicados y convencidos. Nos criticáis sin daros cuenta de que somos
un comodín, para ustedes mismos, en este puerco juego de mentiras, políticos y
sindicatos. Pero claro, a veces os jodemos el pelotazo de las horas extras y de
los servicios extraordinarios, naciendo ahí, seguramente, vuestro visceral asco
hacia nosotros. Vuestra reacción es totalmente humana, pero naturalmente no
os apoyo: yo no oposité por pasta.
¡Qué cosas! Somos afortunados
por poder hacer aquello que queremos y amamos, pero somos desgraciados por ser
víctimas del sistema que nos dirige, descoordina y desgobierna. Somos desgraciados
por caer en vuestras lenguas afiladas y huecas seseras, por no ser debidamente reconocidos
por los jefes y por compartir vestuarios con malolientes que se llevan el fruto
de nuestro trabajo. Pero incluso así, y aunque os cueste trabajo creerlo, nos
sentimos muy afortunados. Nosotros no necesitamos lo que tanto ansiáis:
galones, más pasta y menos trabajo y responsabilidades, si bien tengo que
admitir que algunos sin vergüenzas se nos pegan mimetizadamente. Nuestra
recompensa es llegar a casa con la conciencia limpia y la cara alta, sabiendo
que nos vais a llamar cabrones, bastardos, perros y mil cosas más, pero nunca
de flojos, escondidos, cobardes y corruptos.
Vuestra actitud delata lo podrido
que estáis y la paupérrima vida que soportáis.
He dicho.■
La pregunta es ¿que es lo que falla? ¿Se podría cambiar esto? ¿Por qué es lo normal en el ámbito policial y militar cuando lo normal debería ser lo contrario?.
ResponderEliminarEnhorabuena. Otro excelente artículo.
Hola Ernesto.
ResponderEliminarTiras con postas, y con muy buena puntería.
Buen artículo. Se sale de tu línea, pero toca un tema tan candente, como acertado en tu elección.
Un abrazo compañero./
Mc.
Gracias Mc.
ResponderEliminarAlgunos no saben, pues no me conocen bien, pero lo que más me preocupa de esta profesión, no es el tiro, sino el compromiso profesional y la lucha contra los malos. Tener destreza en armas y tiro...es secundario para mi.
Gracias por tu comentario.
Hola a todos,estoy totalmente de acuerdo con este articulo,pero no solo pasa esto en el ambito policial o militar,es un mal,un cancer que esta enquistado hoy dia en esta nuestra sociedad y de muy dificil solución,soy futuro vigilanta de seguridad y antes de esto albañil y estoy arto de ver lo mismo en cualquier ambito laboral o profesional,muchos(la gran mayoria)se limitan a cumplimentar la jornada laboral de modo presencial o semi-presencial,y de cumplir con el deber que se encarguen otros,esto señores no es serio y asi le va al pais.
ResponderEliminarUn saludo y buen Servicio.
Traiti"Un currante de combiccíon".
Gracias por tu comentario Traiti
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