UN CIUDADANO EJEMPLAR
Mi amigo y colaborador Pedro Pablo Domínguez Prieto, detective privado de
profesión, nos vuelve a ilustrar y atrapar con un apasionante texto. Perico nos tiene acostumbrados a
maravillosas narraciones de hechos reales, todas las cuales derraman calidad
narrativa. Sus párrafos enganchan y atraen, de eso no hay duda. Además, sabe
cómo decir las cosas. Pero esta vez se ha superado, regalándonos una nueva y trepidante
historia. Sé, deantemano, que todos los seguidores del blog van a disfrutar; ya
me lo irán diciendo. Lo dicho, a leer. Gracias, Pedro.
Ernesto Pérez Vera
CUANDO NO
NECESARIAMENTE SE TRATA DEL ARCO Y DE LA FLECHA, SINO DEL INDIO: MENTALIZACIÓN
Y CONCIENCIACIÓN
Por Pedro P. Domínguez
Prieto
Generalmente, se acepta que la lucha contra el
crimen (prevención general y especial del delito) es tarea del Estado, particularmente
de las instancias de control formal. Si somos víctimas de un delito debemos
llamar a la Policía, y si esta detiene a los criminales, los jueces los
castigarán según las acciones que hubiesen cometido. Cierto es que a la víctima
se le permite defenderse en el momento de la agresión (artículo 20.4 Código
Penal), pero dadas las restricciones existentes en España respecto a los medios
de defensa, es inusual que este derecho pueda ejercerse eficazmente.
Existe otro
factor importante, que además es bien conocido por aquellos que trabajan con
armas: el mero hecho de poseerlas, no basta para usarlas correctamente. Una persona ajena al mundo de la seguridad pública
o privada, puede tener acceso a un arma en determinados casos, pero carecerá
del conocimiento necesario para emplearla adecuadamente, llegado el momento.
Por ello, en España son extremadamente inusuales los
casos en que ciudadanos armados hayan repartido plomo frente a alguien que
tratara de atracarlo, violarlo o asesinarlo (viene a mi mente el ‘Caso
Ferris’), y mucho menos que esta persona lo haya hecho varias veces en un corto
espacio de tiempo. En nuestro entorno es más común ser víctima varias veces sin
opción de defensa, aunque esa es otra cuestión.
Bien, ejercitemos nuestra imaginación y pensemos que
tenemos derecho a defendernos, que llegado el momento dispondremos de armas de
fuego y que serán los atracadores quienes se marcharán de nuestro hogar con los
pies por delante, pero no una sola vez sino cuatro. Inconcebible, ¿verdad?
Ahora, a lo anterior, sumemos que no somos miembros de las fuerzas de seguridad
ni militares, sino simples particulares que nos hemos preocupado de entrenar,
entrenar y entrenar, hasta tener habilidad en el manejo y uso de las armas. Más
extraño aún, ¿a que sí? Una quimera, para alguien de aquí. Esto, que en tierras
íberas suena a película americana, ocurrió en realidad en un barrio de Los
Ángeles (Estados Unidos), a principios de la década de los noventa: es la increíble
historia de Lance Thomas.
Ser joyero es una profesión de riesgo aquí y en
cualquier sitio. Dependiendo del lugar del planeta en el que nos encontremos,
los atracadores estarán más acostumbrados a cometer sus robos sin violencia o a
no dudar en disparar, ante la menor resistencia. En USA, a finales de los años
ochenta, la última opción se presentaba como la más común, hasta el punto de
que entregarle la mercancía a los ladrones no garantizaba evitar una paliza o
un balazo.
Como otros muchos compañeros del gremio, Lance
Thomas poseía un arma en la tienda, un revólver Smith and Wesson modelo 36, del
calibre .38 Especial y de cinco cartuchos de capacidad. En lugar de llevarlo
pegadito a su cuerpo, o sea, a mano, lo tenía escondido debajo del mostrador,
en un punto muy cercano a la caja registradora.

Pero no, el destino de un hombre puede cambiar
únicamente por su determinación. El pequeño revólver del .38 apareció frente al rostro del
delincuente, sonando tres taponazos: dos se perdieron en el fondo del establecimiento,
pero la tercero impactó directamente en su cara. Al ver caer el
primer blanco, el joyero giró su arma hacia el segundo delincuente, ordenándole
que se marchara, al no detectar armas en sus manos. Impresiona la sangre fría
demostrada por Lance, que fue capaz de identificar el blanco inerme, en lugar
de tumbarlo al estilo IPSC (recorrido de tiro o tiro dinámico). El resultado de
la lucha no puede ser más favorable: la víctima ilesa y uno de los atracadores
herido de gravedad (sobrevivió), entendiendo los jueces que se trató de un caso
de defensa propia totalmente justificada.
Sufrir un asalto de esta clase es, posiblemente, la
mejor medicina para la concienciación (preguntadle a Ernesto Pérez Vera), por
lo que Lance analizó los puntos fuertes y débiles de su actuación. Había
reaccionado bien y con cierta precisión aquella calurosa mañana estival, pero
sintió que posiblemente un revólver de cinco tiros no fuese suficiente la
próxima vez. Con
esto en mente, el joyero metido a pistolero adquirió tres revólveres del
calibre .357 Magnum: un Colt Python, un Smith and Wesson M19 Combat Magnum y un
Ruger Security Six, distribuyéndolos a lo largo de su lugar de trabajo, con la
idea de hacer recargas neoyorquinas:
en lugar de recargar, soltaría cada revólver vacío y cogería otro a tope de
munición. Con estos cuatro revólveres, porque mantuvo el del .38,
Thomas esperó hasta el siguiente asalto (mejor dicho, intento de asalto). No
tardaría en llegar, la verdad: estaban al orden del día.
Solamente tres meses después, el 27 de noviembre
de 1989, los delincuentes eran de un tipo totalmente diferente a los
anteriores. Nada de chorizos de barrio: cinco hombres bien armados y motivados,
de los que tres componían el grupo de asalto, mientras que los otros dos
actuaban de apoyo. Accedieron a la tienda y, sin mediar palabra, el hombre de
punta disparó ocho veces con una pistola del calibre .25 ACP (6,35 mm),
hiriendo a nuestro protagonista con tres impactos en el hombro derecho y con
uno en el cuello. El cuarto tiro no fue mortal, posiblemente,
gracias a la escasa energía de la munición empleada.
Thomas volvió a responder acorde a su entrenamiento
y mentalización: vomitó seis proyectiles del .357 Magnum con el Ruger, de los
que cinco alcanzaron al criminal. Lógicamente, cayó como un saco de patatas. El segundo
asaltante abrió fuego, pero también el defensor lo hizo con el .38 de cañón
corto. Increíblemente, ninguno de los doce proyectiles que se intercambiaron
tocó pelo. Llegó el turno del tercer chorizo y también del tercer
revólver del tendero: sus seis balas, igualmente del .357, entraron en la
silueta. Otro delincuente tumbado.
En ese momento, el pandillero superviviente decidió
que no quería seguir tentando a la suerte y escapó corriendo del local. Sus dos
compañeros de apoyo, al oír el ruido de los disparos y ver que solamente uno de
ellos abandonaba la tienda, adivinaron lo que había ocurrido y también se
dieron por patas. Nueva victoria para nuestro pistolero: once blancos tras
diecinueve disparos, que equivalieron a dos delincuentes muertos. ¡Puerta, aire!
No cabe duda de que Thomas había tomado decisiones
muy acertadas en cuanto a la elección de sus armas, al número de estas y a los
calibres. Y
yo no puedo sino darle la razón: el .357 Magnum es, posiblemente, el cartucho
policial con mejor reputación de la Historia. No sabemos si fue
debido al aumento del número de asaltantes o qué (dos la primera vez y cinco la
segunda), pero nuestro amigo volvió a aumentar su arsenal particular, esta vez
con pistolas: cuatro Sig Sauer, una P-225 de 9 mm Parabellum y tres P-220 del
.45 ACP. Ahora en el mostrador de la relojería se apilaban nada menos que ocho
fuscos, con cincuentaitrés cartuchos de alta potencia. Su plan seguía siendo el
mismo: coger un arma detrás de otra e ir vaciando los cargadores contra sus
antagonistas, desechándolas según las fuese descargando, para coger la
siguiente.
Analizando su caso, es imposible no recordar los
tiroteos a los que sobrevivió el famoso Jim Cirillo. Quizás sin ser consciente
de ello, Thomas había adoptado varias de sus tácticas. En las emboscadas que
tendía la SOU, la unidad la Policía de Nueva York en la que Cirillo trabajó,
los tiroteos tenían lugar a muy corta distancia y sin medias tintas: pocos
delincuentes neoyorquinos bajaban sus armas al oír el “¡alto policía!”. También
se daba con frecuencia el caso de producirse disparos simultáneos entre criminales
y agentes. En tales circunstancias, según Cirillo, lo más importante era tumbar
al otro lo antes posible (no hay que ser muy listo para llegar a tal
conclusión). Reacción
inmediata y calibres grandes y potentes, esa era la clave para él. Cirillo llegó
a decir que el arma ideal para estos menesteres era un revólver del .44 Magnum,
cargado con puntas huecas. Algunos de los calibres elegidos por
Thomas (.357 y .45) cumplían con las condiciones autoimpuestas por Cirillo.
No hay dos sin tres. Vamos a por el tercer round.
Era 4 de
diciembre de 1991 (día de Santa Bárbara, patrona de los artilleros),
cuando nuevamente Thomas iba a tener que defenderse a tiro limpio. Se trataba
de dos atracadores. Un hombre y una mujer entraron en la tienda, esgrimiendo
el varón una Glock con la que apuntó al tendero, ordenándole del tirón que no
se moviera. Buena cosa le dijo al avispado y ya experimentado Lance:
en un santiamén su mano fue flechada hacia la Sig Sauer más próxima.
En esta ocasión, el primer proyectil del asaltante
impactó en el cuello del defensor, otra vez, no siendo letal por cuestión de
centímetros, otra vez. Dada a la urgencia, Thomas no pudo empuñar correctamente
la P-225, y tras disparar tres veces hacia el pecho del agresor, la pistola se
interrumpió debido al débil e incompleto garre (lo que se llama limp wristing). Sin consumir tiempo alguno en solucionar la
traba, soltó el arma y cogió la siguiente, una P-220. Esta era del .45 ACP,
consiguiendo colocar cinco plomazos en el pecho de su antagonista.
¡Bravo! Su acompañante no se mostró muy dispuesta a pelear, por lo que la lucha
terminó ahí. Lance Thomas, felizmente, volvió a recuperarse de sus heridas.
Epitafio. Amanece el 20 de febrero de 1992. Lance ya
era un pistolero experimentado, ¿no creen? Como decimos coloquialmente:
tonterías, las justas. Volvieron a entrar dos individuos armados en la tienda.
Esta vez ni siquiera tuvieron ocasión de levantar las pistolas que Thomas
vislumbró en sus manos. El primero cayó con ocho proyectiles del .45 en su cuerpo.
La segunda P-220 escupió cuatro balas más contra pecho del otro, quedando
patente prueba de que había hecho blanco. La cuestión quedó zanjada en un
periquete.
Thomas, en total, había prevalecido frente a once
delincuentes, matando a cinco y herido a un sexto. A cambio había resultado
lesionado en cinco ocasiones. Sin duda, ningún delincuente de la época pensaba ir a
batirse en duelo con nuestro relojero preferido. Pero esto no
aplacaba la sed de venganza que corría entre las bandas de la ciudad, que
finalmente amenazaron con tirotear periódicamente el establecimiento, para matar
a los clientes que estuvieran en su interior. Lance Thomas, lamentablemente, se
vio obligado a cerrar la joyería, ante la disyuntiva de poner en peligro a
personas inocentes.
Hoy en día, este singular pistolero de la era
moderna, vive en el anonimato, oculto debido a las múltiples amenazas de muerte
que recibió. Rehúsa todas las ofertas que recibe para ser entrevistado. Tan
solo hemos podido rescatar una entrevista concedida al programa Turning Point
de ‘ABC News’, que fue a su vez publicada en la revista ‘Guns and Self Defense: when can
you shoot’, el 5 de octubre de
1994: http://www.youtube.com/watch?v=pkWgp2abM2w
Don Kladstrup
(entrevistador): “Durante catorce años, Lance Thomas fue un relojero
de éxito en un barrio del Oeste de Los Ángeles, vendiendo relojes de gran
valor, de lujo y de época. Hace cinco años, la zona fue azotada por una serie
de robos a mano armada, en los que varios comerciantes fueron brutalmente
asesinados”.
Lance Thomas
(describiendo su primer tiroteo): “En un instante decidí que no iba a jugar el papel
de víctima. No soy la pistola más rápida del Oeste, ni soy Wild Bill Hickok:
estaba muerto de miedo, de hecho pensé que no sería capaz de hacerlo”.
DK:
“¿En qué medida cambió su vida?”.
LT:
“Así es como descubrí la esencia de la defensa personal. ¡Y sí, y sí, y sí! Los
escenarios eran infinitos y me vi a mí mismo planeando cómo reducir la probabilidad
de morir, si ocurría de nuevo”.
DK:
“Lance, sé que usted comenzó a practicar en el campo de tiro, se matriculó en
un gimnasio y practicó tácticas para cada escenario de robo que se le ocurría.
¿Cómo pudo seguir disparando, defendiéndose, con un proyectil en el cuello y
con tres en el hombro?”.
LT:
“No me había matado, y no me había quedado sin munición…”.
DK:
“Me pregunto
si todos los alumnos de defensa personal están tan preparados mentalmente”. Respuesta de LT: “Si nos trasladamos mentalmente al punto inicial en que estoy
enfrentándome a un delincuente armado, tengo que decidir si quiero ser una
víctima a su merced o ejercer el derecho a la defensa personal y pelear; y
pelear supone aceptar la posibilidad de matar o morir. Es una dura elección”.
DK:
“Ciertamente, ¿no siente remordimiento por las personas que mató?”.
LT:
“Remordimiento y culpa, si lo buscas en el diccionario, son sinónimos de error.
Yo no creo que errara”.
Actitud y aptitud, esas parece que fueron las claves
para que el Lance Thomas saliera vivo de tantos tiroteos. En el vídeo de la
entrevista, además de verse la impresionante panoplia de este señor, vemos cómo
practica en la galería. No hay duda, amigos lectores, tenemos muchas cosas que
aprender de él.■
¿Qué queréis que os diga? Cuando lo he leído, no me he podido resistir a que me asaltara un pensamiento de incredulidad… ¿Hoy es los Santos Inocente? Pues no, falta algo más de un mes, pero cuando he visto el vídeo y he buscado en Internet información de los sucesos, se han “escampado” todas mis dudas, y anda que si es verdad.
ResponderEliminarEste hombre no es, a día de hoy, el único caso que conozco, ni el último, seguro, pues en mi localidad sucedido “algo parecido”. Sería como el primer caso del protagonista de la entrada: Dos delincuentes entran en la joyería, uno de ellos lleva una escopeta de cañones recortados, el joyero extiende la mano, coge el revolver escondido bajo el mostrador, y realiza dos detonaciones, así, casi sin mirar, impactando en el pecho del “choro” el cual cae fulminado al suelo. El otro que ve al colega muerto, y “sale por patas” de la tienda” ¿Fin? Pues no, al igual que hace referencia Pedro P. al caso Ferrys, y conforme a la normativa de la época, hace más de 15 años, el pobre joyero, además del susto, de haber visto como su propia vida corría un peligro claro e inminente y de haber tenido que llevar la carga de haber sesgado la vida de una persona, de una mala persona, pero semejante al fin y al cabo, acabo por cerrar la joyería y dedicarse a la horticultura, pues le trataron más como si él hubiere sido el criminal y la víctima el portador de “los ojos negros”.
En cuanto a la entrada, deja claro quien gana en esta vida con una mentalidad como la del señor Thomas: “Pelear supone aceptar la posibilidad de matar o morir. Dura elección”, y tampoco hay que irse a los USA para oírla. El Sr. Pecci lo menciona en su libro, artículos y de “viva voz”: “Siempre que disparas debes asumir una posible muerte"
A lo llevado a cabo por el Sr. Thomas yo le llamo, Adaptación al Medio, y ríete de la Teoría de la Evolución del Sr. Darwin, pues este señor no ha tenido que pasar por miles de año de evolución para adaptarse a un medio hostil, en el que o bien eres una víctima o bien un superviviente, y en el que si hacían falta 3/4/5 o más medios de defensa, los adquiría... Y punto.
Buen artículo sin duda el publicado por Pedro P. que de nuevo nos ilustra con casos reales a los que hay que ceñirse “a pies juntillas” si queremos seguir viéndonos por aquí. Gracias y un saludo.
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"Ante ferit quam flamma micet"
"Hiere antes de que prenda la llama"
Gracias por comentar Josma.
ResponderEliminarEste texto es bueno en todo, en contenido y redacción. Me ha encantado.
El artículo que refieres de Pecci es muy bueno. Su título da para mucho escribir. Yo mismo he referido esa frase, y a su autor, en algún trabajo mío. Incluso he acuñado la frase para mis cursos.
Saludos.
Ernesto.
La verdad tiene tres partes, la de uno la de otro y la verdad.
ResponderEliminarEn primer lugar la enhorabuena a este tío, por salvar la vida pero….
El primer encuentro parece un encuentro razonable es más se parece al que describe Josma. El segundo me sorprende, si alguien va a atracar lo primero es la conminación el acojone pero atracar pegando ocho tiros de entrada no parece muy verosímil, más bien parece un intercambio de disparos en el que marca la diferencia los calibres utilizados.
Da la impresión de que el buen hombre le cogió el gusto, no parece muy buena técnica pegar tantos tiros a un blanco, con esos calibres que por sí solos con dos impactos se sobran, quedarte sin munición no parece la mejor salida aunque a él le haya salido bien, pero aquí es donde me entran las dudas si tres tíos sacan al unisonó y abren fuego en una distancia tan corta te da tiempo a tumbar a uno. Es hablar por hablar pero en el espacio que pueda ocupar una tienda con dos disparos por blanco parece que sobra. Si lo miramos fríamente con ese número de impactos (ocho del 45 en el pecho) en España habría tenido problemas más teniendo en cuenta como he dicho los calibres usados. Un saludo. José Moreno.
Gracias por comentar Moreno.
ResponderEliminarErnesto
Hola Moreno, lo que dices es total y completamente lógico, pero... aquellas personas que han tenido varios tiroteos a muy corta distancia (el único caso que conozco aparte del tio este es el de Cirillo y compañía), hacían exactamente lo mismo: aunque usaban municiones potentes ( .45, .30 Carbine, calibre 12 de posta y bala), muy pocas veces no agotaban los cargadores, incluso de varias armas. Cirillo decía que cuando tienes a un tio delante apuntándote a la cara a 5 metros, la parada instantánea es "muy lenta" jajaja. La verdad es que, aunque sabían que "en teoría" 2 o 3 disparos bastaban, seguían disparando hasta que el otro caía al suelo, no se arriesgaban a que el otro disparase porque, a esas distancias, el malo tenía muchas posibilidades de acertar auqnue fuera de suerte. De hecho, los policías del SOU recibían muchos impactos en los chalecos. Bob Allard, una vez que tuvo que enfrentarse a un tipo armado con un Garand, estaba tan preocupado de que el atracador no "levantase" el rifle ( los chalecos que usaban no paraban esa munición), que le vació la escopeta, sin pararse a mirar si el otro estaba muerto, desenfundó una 1911 y le disparó 8 veces, la soltó y desenfundó el .38 de back up: 5 tiros más,en total 22 impactos.
ResponderEliminarImagino que la cuestíón sobre Thomas sería evitar que le disparasen como la primera vez.
perico
Perico, no me causa ningún problema ético ni estetico que el choro reciba. Es normal la gripada en el dedo y todos sabemos que ocho disparos salen en un suspiro. Parar como dices con un agresor a cinco metros, como el que para tirando a la silueta es imposible y seguramente a todos se nos fuesen no menos de cinco disparos. Lo que si llama la atención es el tiempo tomado entre soltar un arma y empuñar otra, cuando como tú dices dos salivazos del 357 en medio del pecho deben, que no lo se mandarte a tomar por ...En fin que sea como sea se los cepillo con dos cojones, quizas su verdadero arma fueron sus ganas de vivir y la sorpresa que estas ganas causaron en sus atacantes.Un saludo. Jose Moreno.
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