CÓMO ENTRENAR A UN POLICÍA Y NO MORIR EN EL INTENTO
Por Fermín
Caballero Bojart (licenciado en Derecho y escritor)
Solo
imágenes como la de Clint Eastwood y su plancha de acero bajo el poncho pueden
dar una ligera idea de lo difícil que resulta escribir un guión o una escena.
En algún sitio leí que las películas policíacas españolas no triunfaban porque los
actores españoles no sabían empuñar un arma. Imperdonable resulta que el
novelista no sepa resolver un tiroteo de forma subjetiva. Sergio Leone puso
exactamente el contrapunto a la falta de control, al letargo, al estrés, en
definitiva al baile de la muerte que verdaderamente provoca un cruce de fuego
real. Solo los agentes de policía que han superado una experiencia vital y
traumática de estas características son verdaderas fuentes de conocimiento a
las que hay que escuchar.
Complicada
respuesta la que tengo que darte, pero, como se suele decir, me alegra que me
hagas esta pregunta. Mira, no tengo duda alguna de que en mi caso nací con algo
que siempre me condujo hacia esta profesión. Creo que todo el que me conoce
desde hace 40 años lo sabe. Pero tengo que decirte que aunque existan policías
vocacionales, como ha sido mi caso, estos no son los que tiran de carro para
hacerlo circular. Suman, sí, y además puede que con gotas de calidad, pero
quienes de verdad hacen que la maquinaria funcione y permanezca engrasada son
los policías que conforman la mayoría. Con esto te digo que, desde mi punto de
vista, la mayoría no somos vocacionales y que se salve el que pueda. Verás, los
mejores policías que conozco y con los que he trabajado no entraron en esto por
vocación. Muchos llegaron por probar algo desconocido, aunque atractivo, por lo
que además podrían percibir un sueldo de por vida. Insisto, si los vocacionales
siempre dan el cien por cien, la realidad es que no son el motor… porque son
pocos. El motor es la mayoría que sin comprometerse siempre al máximo, sin
embargo da lo suficiente. Estos son los que mueven la rueda. Pero luego están
los que yo llamo “cucharas”, que ni pinchan ni cortan. Ni sienten ni padecen.
No suman, pero probablemente no restan porque son el relleno. Finalmente está
la sucia minoría (muy minoría) que resta por omisión de sus funciones, lo que no
deja de ser un acto de corrupción. Esta respuesta es visible y palpablemente
extrapolable a todas las fuerzas, pero no gusta decirlo. Negarlo u ocultarlo no
ayuda a mejorar la situación, sino que ayuda a mantener el sistema en el mismo
equilibrio descrito.
Lo tengo
claro, la Psicofisiología. Baso toda mi instrucción en aquello que la ciencia
ha demostrado en las últimas décadas que sucede en el cuerpo y en la mente
humana en el curso de un a vida o muerte. Esto ya se empezó a estudiar, parece
ser que con poco rigor científico, durante las guerras napoleónicas. Siempre
digo que si conocemos cómo actuamos por dentro, mejor podremos responder por
fuera. Saber que ciertas cosas son imposibles de ejecutar ante la percepción de
un estímulo que a nuestro cerebro le hace creer que podemos morir, nos ayuda a
programar ejercicios de entrenamiento que acondicionan mejor al policía,
acercándolo a la realidad.
Mala. La
situación no es buena, pero no hoy o ayer, sino que nunca ha sido buena. Falta
mucha instrucción. El cambio pasa por la modificación de los programas de
adiestramiento en las academias, amén de los de reciclaje o perfeccionamiento
anual. Pero para llegar ahí con la calidad y el compromiso que la situación
merece, hay que desterrar los pensamientos que aún arraigan en demasiados
instructores. ¡Y ojo!, de esto no escapa cuerpo alguno de este país. Sin
embargo, si en un cuerpo sí se ha notado un cambio importante e incluso
radical, para bien en este caso, es en las fuerzas dependientes de las
corporaciones locales. Pero son tantos cuerpos, que tampoco se puede
generalizar. Mientras que existen dos fuerzas del Estado (el Cuerpo Nacional de
Policía y la Guardia Civil) y cuatro autonómicas (en Canarias, Navarra,
Cataluña y País Vasco), son más de 1.700 las locales existentes en todo el
territorio nacional. Hay fuerzas con miles y con cientos de agentes locales,
pero también las hay que no llegan ni a cinco funcionarios.
El
psicólogo Fernando Pérez y yo decidimos poner nuestras experiencias y
conocimientos en una batidora, y fruto de esto, y de la inestimable confianza
de treinta víctimas uniformadas, nació este libro del que tan orgullosos nos
sentimos. Hemos puesto una pica en Flandes. Nunca nadie había escrito de esto
en España, de este modo. No en vano Tecnos, la editorial más veterana del Grupo
Anaya, nos fichó para publicar con ellos. Existen muchos libros de tiro y de
armas, pero el nuestro no va de eso. “En la línea de fuego” es una obra
literaria que está por encima de lo técnico. Es, diría yo, un ensayo con tres
partes bien diferenciadas en cada capítulo. La primera es una exposición
narrativa del hecho real acaecido. Aquí empleamos un estilo narrativo casi
novelesco, describiendo lo sucedido en primera y tercera persona. Según gente lega
en temas policiales, esta parte engancha y es apta para públicos nada versados
en asuntos profesionales relacionados con lo policial y jurídico. Después, en
dos partes más, ambos autores damos nuestra visión técnica del caso, yo como
policía e instructor y Fernando como expertísimo psicólogo clínico.
Escribir
novela requiere documentarse fidedignamente. Sobre todo si van a salir
pistolas. Un disparo produce un proyectil sin control, pero no necesariamente
una bala perdida. Sin embargo, un enfrentamiento armado, dependiendo del tipo
de narrador, implica conocer muy bien qué le sucede en ese momento al productor
del tiro. Más complicado aún resulta meterse en la mente de Harry el Sucio o en
un duelo al amanecer en el lejano oeste.

Mi corazón
palpitaba tratando de abarcar cada línea explicativa, técnica y clínica de los
hechos narrados por cada agente en acto de servicio: atracos, tiroteos y
enfrentamientos hostiles desmenuzados con un lenguaje preciso y eficaz. Lo cual
ayuda a comprender con mucha más facilidad lo inverosímil de circunstancias
insospechadas y mutadas a auténticas pesadillas profesionales que, perdón por
el atrevimiento, a muchos funcionarios en activo de las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad se les escaparían. Sumidos probablemente en un estado de descontrol
emocional, fruto del shock, más propio de un extraño figurín añadido a la
escena que de un auténtico agente español entrenado.
Ernesto
Pérez Vera (instructor) y Fernando Pérez Pacho (psicólogo) dan en el centro de
la diana con un ensayo divulgativo: “En la línea de fuego”. Título sugerente
que la editorial Tecnos ha publicado la pasada primavera y con el que me he
enfrentado para escribir este artículo. Ambos son coautores del libro.
Subtitularon la obra “La realidad de los enfrentamientos armados” y presentarán
el libro próximamente en Madrid.
Fernando,
bilbaíno de vocación, psicólogo de nacimiento y viceversa. Más de treinta años
de dedicación a la psicología clínica. Profesor colaborador de la UNED,
formador de cuerpos policiales y docente en materia de capacitación para el
desarrollo de habilidades personales y relacionales de comunicación y liderazgo
en el entorno empresarial. Aborda temas de actualidad en su blog Psicología
Social. Ernesto, de estirpe militar, pasó del Ejército a la escolta privada y
acabó su carrera activa como policía local de La Línea de la Concepción.
Actualmente es instructor de tiro policial, con innumerables clases,
conferencias y publicaciones en su haber. La primera pregunta llevaba
pensándola desde que acudí, en busca de información técnica y fiable, a su blog
Tiro Defensivo Campo de Gibraltar.
1. ¿Un policía nace o se hace?

Te hablo
desde mi experiencia personal como policía e hijo, nieto, sobrino y cuñado de
policías. Pero también desde la amplia visión que me ha dado instruir a agentes
de todas las fuerzas, incluso desde antes de que yo mismo obtuviese mi plaza de
funcionario.
2. ¿Cuál es el punto más importante en tus clases de instrucción?
Eso de que
nunca pasa nada, es falso. Únicamente lo podrá decir quien todavía no se ha
visto ante la parca, lo que no quita que mañana se tope con ella incluso cuando
vaya a tomarse un café vistiendo el uniforme. Nuestro peor enemigo somos
nosotros mismos. Nos creemos lo fácil, porque tenemos miedo a lo desconocido.
Damos por bueno cosas que no son ciertas, y nuevamente invoco aquello de
¡sálvese quien pueda! ¿Por qué nos tragamos esas mentiras y no hablamos de
asuntos tabúes? Muy fácil, porque muchos jefes e instructores son los primeros
que se aferran al engaño, aunque ciertamente muchas veces sin saberlo. Mira, la
gente no sabe que no sabe, con esto lo resumo todo.
3. ¿Cómo valoras la situación actual, en cuanto a adiestramiento, de
los agentes que patrullan nuestras ciudades y pueblos?

Parece
mentira que algunos cuerpos con exiguas fuerzas humanas puedan estar entrenando
con la que yo considero correcta mentalidad y filosofía, mientras que otros
cuerpos con miles de policías siguen anclados en arcaicos métodos que
únicamente hacen creer a los agentes que la realidad de la calle es como cuando
se compite por ver quién pagará la cerveza al finalizar el ejercicio. Insisto,
hay que cambiar mucho, pero se tiene que empezar por los formadores.
4. ¿De las 22 experiencias tratadas en “En la línea de fuego”, cual
fue la más complicada de trabajar?
Los casos
que tuvieron muertos de por medio fueron los más sensibles. Tanto Fernando,
coautor de “En la línea de fuego”, como yo fuimos muy sensibles y sutiles con
los policías que finiquitaron vidas. La mayoría lo pasó mal o muy mal. Algunos
incluso extremadamente mal. Para estos veintidós capítulos llegamos a
entrevistar incluso a más agentes que propiamente capítulos conforman la obra.
Ten en cuenta que en el capítulo seis, por ejemplo, nos proporcionan sus
pareceres y experiencias hasta tres funcionarios presentes en el suceso, los
cuales vieron y sintieron cosas diferentes, por lo que también reaccionaron
respondiendo de modo distinto. En total son treinta los entrevistados para
nutrir los veintidós sucesos. Entre estos hay agentes locales, regionales y
estatales. Incluso uno privado, un escolta que recibió un disparo a bocajarro
en la cabeza. Cada capítulo expone una situación diferente y con una clara moraleja.
Todos son casos reales ocurridos en España en fechas recientes e incluso muy
recientes, teniendo en cuanta que el libro se terminó de escribir a finales de
2013 (varios casos son de 2012).
5. ¿Qué policía es el mejor entrenado?
No
necesariamente el mejor entrenado es el que más tiros pega al año, pero en algo
ayuda. El mentalizado y concienciado tiene un pie por delante del que no ha
llegado a ese punto. Si a eso le metemos un buen entrenamiento de manejo de
armas, ya hay otro importante paso dado en dirección al éxito. Pero lo cierto
es que cada vez creo más en el factor suerte, ese que determina el resultado de
muchos acontecimientos. Ahora bien, esto no quiere decir que haya que dejar que
sea la diosa Fortuna quien dirima. Pero sí que es cierto que cuanto más y mejor
se entrena, menos factor suerte necesitamos de nuestro lado.
El estudio
realizado para documentar “En la línea de fuego” nos ha demostrado algo que yo
sobradamente sabía: quienes trabajaban con el arma preparada con un cartucho en
la recámara, respondieron casi siempre antes y mejor que quienes no llevaban el
arma presta para hacer fuego. Este asunto es, posiblemente, el que me salvó a
mí la vida, amén de la suerte. Porque yo también soy uno de los protagonistas
de los veintidós capítulos. Dicho esto, trabajar a recámara alimentada y con
los mecanismos de disparo en reposo, es tabú. Muchos instructores de tiro ni se
lo plantean, porque tienen miedo a lo desconocido: ellos mismos desconocen el
verdadero funcionamiento de sus armas. Obviamente no todos, pero sí muchos. Sé
lo que digo y también sé que muchos dirán lo contrario, pero cada cual habla de
su experiencia y esta es la mía. Ya lo dije con anterioridad, ningún cuerpo
escapa a esta quema, el mío el primero.
Conozco a
muchísimos instructores que no tienen arma. Gente que jamás entrenó para sí, en
lustros. Eso sí, también los hay que son todo lo contrario. Me vienen a la
cabeza los nombres de varios, de distintos cuerpos, que hicieron el Curso de
Instructor únicamente para no salir a trabajar a la calle. Es duro, lo sé, pero
los hay y yo conozco a demasiados. Es normal, entre tanta gente hay de todo.
Pero es triste saber de policías muy comprometidos con la formación a los que
se les cierra la puerta al curso, en beneficio de terceros nada interesados en
instruir, sino en beneficiarse del cargo (dar clases privadas remuneradas, algo
muy goloso que, a veces, hasta da prestigio).
6. ¿Dónde adquieren su experiencia los atracadores y otros
delincuentes armados?
Ellos no
necesitan mucha experiencia en manejo de armas. No pasan por cursos, a no ser
que hayan pertenecido a estamentos armados (los hay). Los malos no piensan en
los daños colaterales, por eso son los malos. Ellos disparan en la dirección
del contrario, un policía por ejemplo, y saturan la zona con proyectiles.
Alguno dará seguro, porque esto es un caso matemático de probabilidades. Si
tiras quince tiros hacia alguien que está a unos cuantos metros de ti, alguno
le meterás. Al malo también le afecta el estrés, tanto el bueno como el malo. Hay
puntos de estrés que restan o merman potencial y puntos de estrés que suman.
Hay un punto de estrés que te permite mantener un nivel óptimo de tensión, como
hay otro nivel de estrés que hace que no puedas apuntar, porque solo quieres
quitarte de en medio sin que te den a ti. Porque eso es lo que prima en un acto
sorpresivo: no quieres tanto darle al otro como que el otro no te dé a ti.
Fallan
tantos disparos los policías como los malos. Si una vez unos fallan más o menos,
no es más que por una cuestión de suerte. Estoy hablando de lo general, porque
hay casos como los de los capítulos ocho y doce, por ejemplo, donde los agentes
acertaron el cien por cien de sus disparos. Pero hay otros, como el siete y el
nueve, en los que los protagonistas erraron todos o casi todos sus disparos, y
son episodios con varios cambios de cargadores. El policía se piensa las cosas
antes de disparar, incluso antes de desenfundar; no así el delincuente, que
puede permitirse todo. La existencia del segundo es la razón de ser del
primero.
7. ¿Qué le aconsejas a los civiles que se ven envueltos en un
previsible escenario repentino de cruce de balas, como puede ser un asalto
bancario a mano armada con rehenes?
A mis
hermanos y demás personas cercanas siempre les he dicho que jamás realicen
actos heroicos. Ante situaciones tensas o peligrosas, como la que me planteas,
siempre ruego que se colabore con los malos. Recomiendo que no se les haga
frente, porque para eso está la Policía. Ante un tiroteo, lo más sensato es
tirarse al suelo y/o colocarse detrás de algún parapeto que nos haga intuir que
podría detener un impacto de bala. Es complicado dar más consejos sin conocer
un supuesto concreto con más datos, pero básicamente esto es lo que incluso yo
haría si careciera de medios defensivos en ese instante… o incluso
poseyéndolos.
8. “En la línea de fuego” nace como fruto de…
Nace de la
necesidad de contar lo que muchos soportamos en nuestra vida profesional. Como
ya referí antes, yo mismo he sobrevivido a tiro limpio. Fue más fácil aquello
que lo que vino después en forma de desprecio por parte de muchos compañeros,
jefes, políticos y sindicalistas del propio cuerpo, si es que los sindicalistas
no son también políticos con placa y porra. Nadie quería verle la cara a la
muerte, pero algunos sí querían lo que sospecharon que podría sobrevenirme, positivamente,
en forma de reconocimiento profesional. Las bajas pasiones humanas florecen en
estos casos, como casi todos los capítulos dejan al descubierto en algún
momento. Incluso desde otros cuerpos de policía trataron de sembrar dudas sobre
lo que me pasó y sobre cómo lo solventé. No es nuevo, lo veo continuamente con
otros supervivientes. Se miente o desinforma por vileza y revanchismo. Perdura
por años la leyenda de que se hizo mal esto o aquello, dado que los informes
periciales únicamente estarán al alcance de las partes implicadas y no a la
mano del público general al que se ha desinformado. Existen muchos celos,
envidias y ajustes de cuentas dentro de las fuerzas de seguridad.

9. ¿Cómo fue tu encuentro con la muerte?
Fue
silencioso y solitario, pero estruendoso a la vez. Fue un acto único. Lo
recuerdo breve e interminable, oscuro y muy violento. Realmente, creo que no fui
consciente de lo que había pasado hasta pasado mucho rato después, ya en la
ambulancia camino del hospital. En el vehículo sanitario me acompañaba un policía
veterano cuya cara estaba desencajada y pálida. Creo que ahí fue cuando empecé
a llorar, pero no sé si ya he dejado de hacerlo.
10. Un mensaje a jueces, fiscales y altos mandos de las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad.
Los
policías son “Homo sapiens”. Animales. La naturaleza se impone siempre a todo,
en todos los órdenes, también en las situaciones a vida o muerte, se sea
policía, legionario, cartero o mecánico de bicicletas. Si a un ser de nuestra
especie no se le exigiría nunca que volase o saltara sin carrerilla cinco
metros, y esto es algo que no admite discusión, ¿por qué a un policía se le
pide que en décimas de segundo negocie, medite, desenfunde el arma si la
negociación falla, cargue, desactive seguros, apunte y dé en una mano o en un
pie, cuando está en el peor de los momentos jamás imaginado? Todo ello es
imposible de llevarse a término, incluso cuando el policía en realidad no esté
lesionado. Esto no lo digo yo, que también lo digo, lo dicen profesionales de
la talla de mi socio editorial y el doctor Carlos Belmonte, la mayor autoridad
neurocientífica del país. Con avales de este calibre, los profesionales de la
judicatura deberían ser más sensibles a la hora de valorar según qué cosas. Aunque
lo cierto y verdad es que es falso el bulo de que hay más condenas que
absoluciones judiciales, cuando polis y tiros son juzgados.
Cierto es
que en la Sala de Vistas, el día de la celebración del juicio, podrían ser
oídos y valorados los argumentos de profesionales de estos perfiles
científico-profesionales, lo que sin duda, en según qué situaciones, inclinaría
la balanza a favor de quien por naturaleza pudo errar involuntariamente la
ejecución de sus acciones. Pero antes de llegar a ese momento pasarán años con
meses de profundo dolor, para los policías que no son creídos, muchas veces, ni
por sus propios compañeros de trabajo. Nos enseñan tan poco y tan mal a estos
respectos, que somos nuestros peores enemigos por hablar de lo que no sabemos,
ante quienes queremos impresionar con verborrea barata e inconexa. Y que se
salve el que pueda, otra vez.■
Leer en ‘El Cotidiano’ aquí: http://www.elcotidiano.es/como-adiestrar-a-un-policia-y-no-morir-en-el-intento/
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