ENFRENTAMIENTO POLICIAL
Prólogo de “El enfrentamiento policial armado”, de Daniel García
Alonso, un libro impreso en marzo de 2015. Aprovecho la ocasión para agradecer
públicamente a Daniel la deferencia mostrada al pedir mi firma en el preámbulo
de su obra.
Por,
Ernesto Pérez Vera
Como autor de más de doscientos artículos
relacionados con asuntos policiales, entre los que destacan y abundan los que
versan sobre tiro policial de calle (no seudodeportivo), cartuchería, balística
terminal y psicofisiología en el estrés de supervivencia, supone un nuevo reto
prologar este trabajo documental, toda vez que un libro que trata casos reales
de encuentros armados policiales en España, firmado por este prologuista y por
Fernando Pérez Pacho, se encuentra aún en plena promoción. Como pueden
comprobar con este acto, no soy de los que piensa en pisoteo de mangueras, sino
que estoy convencido de que entre unos cuantos podemos hacer que desde
distintos grifos emane agua fresca para todos.
Aceptar el envite de Daniel Alonso, para redactar
estos párrafos introductorios, no me supuso ningún desasosiego: el tema me
apasiona y él lo sabe. Solo el hecho de no poder estar a la altura y el nivel
del contenido de la obra me hace temblar el pulso sobre el teclado. Dicho esto,
y entrando ya en materia, tengo que destacar el afortunado interés de Alonso
por esta temática. Sus publicaciones anteriores deben hacer intuir a los
lectores que El enfrentamiento policial armado
es un trabajo digno del mayor de los elogios y reconocimientos. Como ya
ocurriera en 2011 con su anterior obra, 1/11: Reacción
ante el peligro, este nuevo documento ha de ser conocido,
estudiado, analizado, valorado y puesto sobre la mesa de todos los jefes de
policía e instructores que se precien. No hacerlo supondría darle la espalda a
la verdad y al compromiso para con los agentes de la autoridad y demás personas
que portan armas de fuego a nivel profesional. Pero El enfrentamiento
policial armado tiene que ser dado a conocer en ámbitos ajenos a
los puramente policiales. Jueces, fiscales, abogados, periodistas y ciudadanos
en general tendrían que ser conscientes de que, como el doctor Carlos Belmonte
reconoce (no hay mayor aval científico a nivel nacional), debajo del uniforme siempre subyace el
animal que no hemos dejado de ser.
Que contra la naturaleza no se puede luchar es algo
sabido por cualquier individuo de nuestra especie. Es más, esta aseveración
llega a cobrar tinte de manido según qué materia sea puesta sobre la palestra.
Sin embargo, reculamos cuando se trata de reconocer que los Homo
sapiens no podemos ejecutar determinadas acciones cuando nos
encontramos ante un riesgo existencial. Este es el momento que algunos
instructores de policías aprovechamos para reivindicar, con pruebas y avales
científicamente irrefutables, nuestra pertenencia al reino animal. Como a lo
largo de las páginas venideras podrán leer, los
seres humanos somos máquinas perfectas no infalibles, que aprovechamos
positivamente multitud de cambios hormonales y bioquímicos involuntariamente generados
por nuestro organismo frente a estímulos adversos; pero que discriminamos otros
aspectos funcionales que, en situación de no riesgo para la vida, sí serían
hábilmente empleados. Todo tiene un motivo natural y humano, la
supervivencia, esa razón que nos hace actuar de diversos modos según a qué
amenaza nos enfrentemos, de qué medios defensivos dispongamos, qué instrucción
se nos haya proporcionado y qué otros muchos factores externos e internos se
hayan confabulado temporalmente contra nosotros.
Nadie en su sano juicio puede exigirle a un policía
que mantenga la calma y la serenidad emocional ante alguien que está intentando
acabar con su vida a tiro limpio, a machetazo, o a garrotazo. Si esto es así, porque a todas luces no puede ser de otro
modo, ¿por qué tantos iluminados siguen manchando libros, resoluciones y demás
disposiciones administrativas con párrafos, órdenes, dictamines y conclusiones
torcidas? Está claro: no saben de qué
hablan porque no saben que no saben. Esto conduce a gravísimos errores
a todos los actores potencialmente intervinientes en estas desagradables y
nunca deseadas situaciones. Es por lo que muchos profesionales del mundo
judicial, informativo e incluso policial piensan que los encontronazos reales
que sufren los agentes de la autoridad son siempre salvables del mismo modo que
en los entrenamientos. Es así como la opinión pública general se forma una idea
totalmente errada sobre cómo pueden y deben responder los funcionarios
gravemente atacados.
La verdadera realidad de cómo reaccionan las
personas ante la posibilidad de ser seriamente heridos o aniquilados, sean
funcionarios encargados de velar por la ley o no, es la razón de ser del
presente volumen editorial. Los más destacados profesionales mundiales de la
psiquiatría y de la psicología, de cuantos han estudiado y analizado estos
asuntos, son nombrados a lo largo de los diferentes tramos del libro. Todos
ellos, en algún momento, han llevado a cabo trabajos científicos que arrojan
conclusiones dignas de ser tenidas en cuenta a la hora de diseñar programas de
adiestramiento inicial, o de reciclaje periódico, para agentes de seguridad. Lo
triste es que muy pocos cuerpos españoles contemplan esta opción inspiratoria. Aquí todavía consideramos la instrucción de tiro como un mero
trámite que da repelús, por lo que se le dedican pocas horas reales y efectivas
de formación. No obstante, hay que significar que muchos centros académicos han
aumentando levemente las horas lectivas de esta asignatura. Pero no
solamente se requiere de más tiempo para lograr un buen conocimiento de la
cuestión, sino que ha de ser modificada la mentalidad del profesorado y la
filosofía del uso de las armas. Más formación sí, pero sobre todo más acorde a
la realidad que se vive en el asfalto de nuestras urbes.
Son muchas cosas las que hay que cambiar en lo
concerniente a la Policía y el uso de las armas, como la adecuada elección de
los proyectiles que emplean los funcionarios, asunto que todos los años se
cobra heridos colaterales por rebotes, o por impactos de balas policiales que
se excedieron en la penetración de los objetivos alcanzados. Qué decir de la
inculcación del uso de las protecciones balísticas pasivas (chalecos
antibalas). Precisamente, cuando estoy escribiendo
estas letras, no hace ni dos semanas que fue asesinada en Vigo una agente del
Cuerpo Nacional de Policía, a la vez que su compañero también era gravemente
lesionado a balazos. Pero insisto, todo esto se debe a la nefasta
mentalización de los policías, de los mandos y de los responsables políticos.
La Administración es quien decide qué, cómo y cuándo
se emplean los medios con los que son dotados los funcionarios. Pero los órganos que dictan las normas son dirigidos por
personas, políticos al final del trayecto, asesoradas por técnicos muchas veces
iletrados y nada versados en estas materias. Personas a las que se confía la
toma de decisiones únicamente por el empleo que ostentan. En el mejor de
los casos, la asignación de las funciones decisorias se otorga al amparo de una
titulación o certificación administrativa muchas veces no confrontada con la
cruda, dura y fría realidad de la calle, del plomo, de la pólvora, del acero y
de la sangre.

Comentarios
Publicar un comentario