LAMENTABLEMENTE Y POR DESGRACIA

Por, Ernesto Pérez Vera

Uno siempre cree que las miserias con las que tiene que convivir en su trabajo son únicas y que los demás viven en paraísos y remansos de paz. Pero a medida que he seguido conociendo a otras personas del gremio, me he ido dando cuenta de que la podredumbre no tiene dueño. Todos tenemos un culo para cagar, pero se ve que algunos defecan también por la boca, dada la cantidad de mierda que son capaces de contener en todo su interior. La diarrea no es solamente cosa del aparato digestivo, también puede producirse en el cerebro. Esto nos puede suceder a casi todos en determinados momentos de ira o de rabieta incontrolada. Pero cuando nos sucede a gente medianamente normal, y personalmente creo que casi rozo la normalidad, logramos que nuestro raciocinio acabe imperando y devolviéndonos a la calma y al sentido común. Lo realmente ‘shungo’ viene cuando alguien tiene que sobrevivir diariamente a sí mismo, estando completamente enmierdado de pellejo para dentro

Tranquilos, hoy no me ha pasado nada especial; simplemente no he podido deglutir bien todo lo que un compañero de la Policía me ha contado durante una conversación telefónica. Según me dice, su jefe, alguien que procede del Ejército y que en un cuarto de hora ha pasado de mandar una sección de soldados a dirigir una gran plantilla de policías locales, vomita heces cada vez que deja abierto el agujero que tiene debajo del bigote. No conozco al personaje, ni tampoco deseo hacerlo, pero sí tengo calados a muchos incompetentes de similar calaña; sujetos que no saben un carajo de lo que tienen entre manos, pero que al abrigo de un político y de sus siglas hipotecan su orgullo, su buena imagen, si es que alguna vez existió, y sus reservas de papel higiénico. Come gambas sin par y hacedores de favores que pueden culminar en imputaciones judiciales. Analfabetos profesionales, con paredes repletas de diplomas enmarcados. Tuerce botas con brillantes pecheras. En definitiva, fantasmones de vergüenza y ética extraviada. Ni que decir tiene que nada de esto tiene que ver con el origen castrense, pues estas actitudes anidan en sus propietarios casi desde que usaban pañales, independientemente de que hubiesen ascendido dentro de la propia fuerza. Factor humano, así de sencillo.

Comentarios

  1. De jefotes, trapotes, nepotes, simplotes, cagalotes y sobre todo muy machotes están los cuerpos policiales llenos.
    Estos mercenarios de los uniformes provinientes de esas academias de galones y estrellas con el canasto lleno de muchas teorías en el mejor de los casos, pero vacíos de prácticas y experiencias para ser eficaces y admirables. Después pasa lo que pasa, tendrá que ser ese viejo policía de raza curtido en mil batallas en la calle midiéndose con gentuza de cinturones rojos y de despachos acomodados, los que tengan que recomponer todo lo que esta chusma de mediocres van empozoñando con sus conocimientos teóricos que no valen para nada en la mayoría de los casos. Estoy seguro que sale una plaza de manporrero oficial ganando una nómina suculenta de cinco dígitos y allí están ellos con la ristra de carnés políticos o sindicalistas y la titulitis para llevársela a codazos entre ellos.
    Poca pólvora han olido, menos miedo han pasado, poco frío o calor han padecido y muchísimo menos han combatido. Qué sabe un tío que viene de otro cuerpo de seguridad ciudadana, de tráfico, de ordenanzas municipales, de policía administrativa, de operatividad y táctica policial urbana, de violencia, de fisiología y psicología policial de combate, del trato ciudadano, de diligencias y atestados, etc...
    De todos los que he conocido, ninguno vale ni para estar escondido. Bueno eso sí, por lo menos son limpios, educados y comedidos. Ahora valientes y bragados a la cabeza de un servicio complicado, ni soñarlo.
    Un saludo.

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