BUEN PROVECHO, MALA DIGESTIÓN

Por, Ernesto Pérez Vera

Érase una vez un lugar de trabajo en el que los nuevos sinvergüenzas convivieron tanto tiempo con los viejos sinvergüenzas, que los primeros descubrieron que algunos de los veteranos habían llegado muy lejos gracias a la sin par sinvergonzonería practicada. Como tontos no eran, por más que sí fuesen noveles en aquello de la golfería, los nuevos sinvergüenzas decidieron emular a varios desfachatados. Pensaron, con matemático criterio, que si no pocos de los más antiguos habían ascendido por ser tan descarados, ellos, que querían poner en práctica el relevo generacional, podrían llegar igualmente hasta la cima siendo también notables tunantes.

Cálculo y contactos en el bolsillo, y el pudor en la mochila. Era cosa de aplicar la sencilla idea de lo directamente proporcional: si acreditaban mayor granujería que los viejos sinvergüenzas, llegarían más arriba. Con suerte, y con más caradura que los anteriores, incluso coronarían la cúspide en menos tiempo. Acertaron. Y es que esas son las normas del juego cuando uno se mueve entre pillos.


Al final va a ser verdad aquello tantas veces oído a lo largo del camino de la vida y de la carrera profesional: el sistema está hecho para los gandules, mediocres, tramposos y bribones. Será por lo que uno se encuentra las cunetas y los paredones repletos de tantos aprovechables desaprovechados, por obra y gracia de tantos aprovechadores. Mundo de aparentados, en el que se premia al que parece y no al que realmente es.

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