EXTRACTO DE UNA CONVERSACIÓN CUALQUIERA

Por, Ernesto Pérez Vera

Amigo, deja que te diga algo nuevo, algo de lo que todavía, hasta el momento, no te había hablado. Y es que resulta que tampoco he usado nunca grilletes rígidos ni de bisagra, por más que obnubilen al personal. Soy muy simple, sencillamente básico. Soy de eslabones, de esposas de caimán viejales. En algunas cosas no puedo evitar ser coherente, por lo que nunca he ocultado mi impericia a la hora de ejecutar técnicas ‘tatamilleras’ de engrilletamiento, porque es ahí, en el tatami, donde a casi todo el mundo le salen, casi bien, algunas de estas maniobras, de ahí que siempre haya utilizado lo que para un torpe resulta más fácilmente manejable bajo condiciones reales de estrés.
 
Es verdad que he participado en numerosos cursos sobre esta materia, principalmente en mi primera etapa policial. Pero mi verdadera práctica me la proporcionó la experiencia de la calle: miles de cacheos y varios centenares de detenciones. Muchas patadas y pedradas, y un sinfín de insultos, escupitajos y zamarreones. Esa fue, en frío y sin calentamiento, mi gran pista de entrenamiento. Como decían en “Expediente X”, la verdad está ahí fuera.

La culpa de mi desafección por esta rama de la formación la tiene, seguramente, el hecho de que mis docentes fuesen policías con pocas horas de vuelo en la práctica de detenciones de verdad, funcionarios que no sabían qué era la privación de libertad y el 520 de la Lecrim; tipos que confundía el sentido y significado de denunciar y detener. Esta clamorosa muestra de incultura profesional únicamente es perdonable, al menos por mi parte, a los instructores directamente provenientes de las disciplinas marciales deportivas, personas, casi siempre bienintencionadas, carentes de conocimientos prácticos callejeros policiales.

Pero al loro, he llegado a estar delante de formadores que seis meses antes habían coincidido conmigo en el pupitre de los alumnos. Astutos repartidores de diplomas. Mercaderes de la mentira. Descarados memorizadores de palabras técnicas. Ladrones de oído. Disfrazados, perfectamente ataviados como los hombres de Harrelson.  Seguidores de YouTube, el gran ‘sensei’ de mucha gente. Vulgares imitadores. Estafadores sin par. Cavadores de tumbas.

Joaquín, para acabar, ojo con lo que te digo: si me considerase lerdo o poco avispado manejando armas, ten por seguro que usaría un revólver y no una pistola.

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