DE LAS REACCIONES HUMANAS
Por, Ernesto
Pérez Vera
Un policía en activo, protagonista de un
interesantísimo capítulo de “En la línea de fuego: la realidad de los enfrentamientos
armados” (Tecnos. Grupo Anaya Editorial. 2014), que en su momento
disparó contra un congénere al advertir que su integridad física se encontraba
en inminente peligro, ha tenido que acudir, de nuevo, a una unidad médica de
Salud Mental. Reconoce que no está bien, que está peor que cuando se produjeron
los hechos. Matar, en este caso desde el rol de policía, nunca sale gratis ni psicológica
ni profesionalmente y, a veces, tampoco resulta baladí a nivel social y
familiar, aun cuando la autoridad judicial confirme licitud en la actuación.
Joaquín, como ficticiamente vamos a conocer a este
señor a lo largo de estos párrafos, ha grabado clandestinamente la primera y
última entrevista mantenida con el psiquiatra que le han asignado para este
segundo periplo tormentoso. No pidió permiso para ello porque pensaba que la
respuesta iba a ser negativa, de ahí su furtiva acción. Creyendo que el galeno
le daría eficaces pautas y consejos, decidió grabar la conversación para no
perder puntada en casa.
Su gozo, en un pozo: “Ustedes
recibís una esmerada formación para no
tener miedo. No es normal lo que me estás contando. En caso de que el miedo
realmente hubiese aparecido en ti, debiste controlarlo, contenerlo; y ahora más
todavía, después del tiempo transcurrido. He impartido clases sobre estos temas
en cursos para policías, por lo que me cuesta trabajo creer que un hombre con
una pistola en la mano pueda experimentar tanto temor frente a otro semejante.
Es extraño que aún aparezcan en ti pensamientos recurrentes sobre aquello”. Ahí la tienen, la primera en la
frente.
Qué quieren que les diga, yo no soy nada ni nadie, mucho
menos soy ni médico ni psicólogo, pero si un evaluador y diagnosticador de
problemas de la psique asegura que el miedo es controlable por cualquiera,
principalmente si ese cualquiera luce placa y pistola, es que todos estamos locos
de atar. Los
80 o 90 euros que el doctor se embolsa por hora lectiva en la academia de
policía deben dar su fruto en forma de mega teléfono móvil, de zapatos caros, o
en forma de lo que quiera invertirlos, pero desde luego yo no confiaría mi
sanación mental a alguien como él; como por otra parte tampoco lo
hizo Joaquín, que completamente contrariado abandonó la consulta.
Joaquín es un policía normal y corriente de esos que
trabajan de uniforme a lomos de una motocicleta. Lo mismo regula el tráfico en
la puerta de un colegio, que detiene a maltratadores domésticos; que lo mismo se
revuelca por el suelo con tironeros, con traficantes de drogas, o con borrachos
metepatas. Es
tan normalito que dispara unos treinta tiros anuales en la galería de tiro, como
casi todos los policías españoles que entrenan, porque hay que significar que
no todos lo hacen: muchos no huelen la pólvora ni en lustros. Otros,
con un poco de más suerte que estos últimos, pegan unos cuentos tiros siguiendo
absurdas indicaciones. Muy pocos están realmente bien adiestrados.
Aquella luctuosa mañana las cosas le salieron bien,
pero confiesa que no se sentía preparado, que había sido muy escuetamente
formado para superar acontecimientos de tal índole y magnitud. Durante meses
experimentó trastornos del sueño, sobre todo en su modalidad de terrores
nocturnos, y remordimientos por haber matado a quien le estaba disparando. Los
tratamientos farmacológicos fueron su mejor compañía, habiendo tenido que
recurrir otra vez a ellos.
No obstante, no vayan ustedes a creer que los académicamente
más cualificados no pueden verse atrapados por la misma caótica situación
emocional. Eso sí, estos, los que ciertamente sí han sido mucho mejor adiestrados,
podrían llegar a controlar, llegado el caso, determinados niveles de adversidad
anímica mientras se están produciendo los hechos, así como posteriormente; todo
lo cual puede suceder por ser conocedores de cómo se manifiesta la fisiología,
amén de por contar con abundante apoyo humano y material en el momento de las
intervenciones críticas. No hay duda de que el conocimiento y la seguridad otorgan
tranquilidad.
A ver, me explicaré un poco mejor. No es que los muy
instruidos estén vacunados contra el temor, es que muy posiblemente podrían recomponerse
a nivel cognitivo, con más celeridad, al hecho de verse frente a una
circunstancia identificada como letal. Ni que decir tiene que la exposición reiterada a estas
circunstancias refuerza, y mucho, la confianza de quien va saliendo airosamente
de ellas. Tablas, por experiencia, que dirían los artistas del
tablao.

Hace diez meses, en agosto de 2015, se hicieron
públicas unas imágenes muy reveladoras de cómo se movían, en una operación
real, varios agentes de una unidad especial de la Policía alemana,
concretamente del SpezialEinzatzKommando
(SEK) de Renania del Norte. En las tomas se observa como los integrantes
del SEK se van aproximando, pistola en mano y encañonando la zona de riesgo, a
un ciudadano guineano provisto del arma blanca con la que minutos antes había
acuchillado a un compatriota.
En una de las
fotografías se aprecia, claramente, como uno de los componentes del equipo de
asalto da un respingo al detectar movimientos de avance en su dirección, por
parte del hostil.
La foto muestra la evidencia gráfica de que este policía sumamente adiestrado y
dotado de abundante material pasivo de seguridad, porque portaba chaleco
balístico y casco con pantalla igualmente antibalas, se rila y retrocede brusca
y súbitamente como cualquier hijo de vecino que ve, ante sí, a un energúmeno machete
en ristre. Piensen en esto: aquí no hubo sorpresas
súbitas, como las que se comen los patrulleros normales y corrientes, estos
funcionarios sabían a lo que iban.
Señoras y señores, estamos hablando de instinto en
estado puro. De la mejor versión de un
superviviente que supo domar el movimiento natural para, a la vez que
retrocedía, abrir fuego y abandonar, ejecutando desplazamientos laterales, la
línea de progresión de su antagonista.
Algo muy lógico, ¿verdad que sí? Pero también es algo
que hay que entrenar y mecanizar físicamente a tiros, además de interiormente mediante
la concienciación y la mentalización. Algo que, por deserción del sentido
común, no se practica en nuestras instituciones policiales. ¡Ah! El africano, aunque
no perdió la vida, fue abatido por el envite de seis impactos de arma de fuego que
afectaron a ambos trenes motores: brazos, hombros, piernas y glúteos. Seis
tiros, seis, hasta que dejó de suponer un peligro.
En definitiva, que la naturaleza se impone
exhortando a la neuro-psico-fisiología para que nos haga responder en momentos
cruciales, pudiendo llegar a ser más resolutivo el poco entrenado y, a la vez,
menos engañado respecto a cómo podría actuar un ser humano acorralado, que no aquella
otra persona muy bien adiestrada en tiro que, sin embargo, no sabe cómo
reaccionamos los animales de nuestra especie ante tales vicisitudes. Si sabemos cómo
funcionamos por dentro, mejor podremos funcionar por fuera.
Pero sepan una cosa más, amigos lectores, “En la línea de
fuego: la realidad de los enfrentamientos armados”, el libro reseñado
al inicio de este artículo, disecciona veintidós incidentes armados policiales
producidos recientemente en España. Enfrentamientos protagonizados por agentes
de la autoridad de todos los cuerpos. O sea, a tiro limpio contra atracadores,
traficantes de drogas, enajenados mentales, etc. Treinta policías describen, en
primera y tercera persona, cómo reaccionaron al ser conscientes de que había
llegado el momento de abrir fuego contra sus atacantes.
¿Creen ustedes que todos estaban adecuadamente
instruidos? La mayoría grita, página a página, que no, que casi se entregaron a
la suerte. Los entrevistados cuentan, también, cómo se comportaron con ellos,
tras el incidente, sus compañeros y mandos. Varios protagonistas acabaron con las vidas
de sus contrarios, algunos únicamente los hirieron y otros, pese a vaciar
cargadores enteros, no tocaron pelo. Dos o tres no desenfundaron por falta de
tiempo de reacción, por encontrarse ya gravemente lesionados, o por nula
intención, aun cuando a todas luces era imperiosamente necesario hacerlo.
¡Ah! Importantísimo dato: ni un solo funcionario de los aquí desnudados resultó
judicialmente condenado por el resultado de sus disparos.
Aléjense de las oscuras y manidas leyendas urbanas
cultivadas por los disfrazados de expertos. Dejen de venerar a los
incompetentes. Opónganse resueltamente a las mentiras susurradas al oído. Sigan
la luz. Deserten de la caverna. Lean “En la línea de fuego”, está escrito para gente
como usted mismo.■
En primer lugar tengo que decir que como en toda profesión ni estan todos los que son ni son todos los que estan, no voy a caer en la tentación de al igual que pasa en muchas profesiones, pongo la primera la de policía, generalizar todo un colectivo,más bien procuro todo lo contrario. Pero en este caso siento incredulidad y al mismo tiempo aberración al reproche que todo un D. doctor vierte sobre el compañero en cuestión.DIGO YO O DEBO SUPONER QUE LA CAPACIDAD EMPATICA DEBERÍA SER UNA CUALIDAD DENTRO DE LOS PROFESIONALES DE LA SALUD... Más aún en este campo,¿No?. Hay la teoria, la teoria pero hay la"realidad,la realidad" la EXPERIMENTACION DE UN SUCESO DE ESTAS CARACTERISTICAS... Las verdades absolutas no existen, las mentiras tampoco. Un abrazo al compañero. Un abrazo Ernesto.
ResponderEliminarUn abrazo, Manolo. Gracias por tu comentario.
EliminarErnesto.