EL DÍA A DÍA, ANOCHE MISMO…
Por, Ernesto Pérez Vera
“¡¡¡Pitiklín…,
pitiklín…!!!”.
Suena el teléfono y lo descuelgo: “Hola,
Ernesto. Buenas tardes. ¿Qué tal estás? Me acabo de levantar. Te llamo para
ampliarte lo que te comenté hace un rato por guasap. Anoche pillé 45 gramos de
cocaína, pero no pude detener al menda que los llevaba. Por suerte lo tenemos
plenamente identificado, se trata del sobrino de un veterano de mi plantilla”.
“Pero lo que realmente quiero contarte es cómo se
desarrolló parte de la intervención. Verás, el fulano echó a correr cuando
estábamos identificándolo. Iban 3 pavos, y cuando ya estábamos a punto de
cachear a este… se dio por patas el muy cabrón. Éramos 4 en el vehículo,
emprendiendo la persecución a pie 2 de nosotros, mientras los demás permanecían
con el resto de sospechosos. Eran guarros más que conocidos y habituales, y
sabíamos que llevarían algo de coca y de hachís. La cosa es que nos pegamos una
carrerita de casi 400 metros, yendo yo siempre más cerca del choro que mi
compañero, que iba unos 20 metros por detrás de mí. Me abrí mucho en todas las
esquinas, llevando todo el tiempo la defensa (porra) en la mano. Pero en una de
ellas, digamos que en la última que tomamos, el hijoputa me estaba esperando
con una navaja abierta. Creo que no me pinchó gracias a la forma de afrontar los cruces: muy abierto y, por
supuesto, no por la acera. Tan pronto vi la hoja de la navaja, que tampoco es
que fuese excesivamente grande, porque calculo que tendría entre 10 y 12
centímetros, dejé caer la porra y saqué la pistola dando un respingo hacia
atrás. Lo encañoné a una mano, mientras que con la otra extraía del cinturón la
linterna. Como si estuviese poseso, me puse a pegarle gritos que tal vez ni yo
mismo hubiese entendido. Venía a decirle, muy repetidamente, que soltara la
navaja. Fue todo muy rápido, pero nada más terminar y ponerme a pensar en ello…
todo me parecía haberlo vivido a cámara lenta. Tengo grabada en mi retina la
cara de palidez del guarro. Parecía como si el careto se le hubiese descolgado,
aunque también habría que haber visto mi rostro... Este, sin duda, no esperaba
verse delante de una pistola”.
“Pero nada, Ernesto, no soltó la navaja, sino que
inició una nueva pateada. Pese a que seguimos detrás de él, lo perdimos de
vista a los pocos segundos. Mi ánimo, seguramente, ya no estaba para más
sobresaltos. Por cierto, mi sudor olía diferente y repugnantemente. Recuperamos
la bolsa con el polvo, pero tengo que reconocer que fue mi binomio el que la
encontró. Yo solo tenía ojos para la navaja, que aunque ya no estaba ante mí…
seguía en mi pensamiento. Más tarde, cuando regresamos al punto de partida,
donde todavía estaban los demás puercos y el resto de policías, mi compañero me
dijo que seguía flipando con el modo en que me había abierto en las esquinas,
asegurando que a él, de haberle pillado en cabeza de la persecución, le hubiese
metido alguna mojá”.
“Pero sabes qué, Ernesto, que por fin los compañeros
admiten la ventaja que supone portar el arma preparada con un cartucho en la
recámara. Entre ellos, que siempre llevan la recámara vacía, además del seguro manual
activado, empezaron a debatir sobre cómo hubieran manipulado la corredera si en
la otra mano hubiesen llevado la linterna, la defensa o el radiotransmisor. Jamás
se habían planteado cómo efectuar una sencilla transición de emergencia, o si
sus fundas son las más adecuadas. Pero aun así y todo, 2 pagas muertas de esos
que se sacaron la plaza pensando en vivir del cuento, aparecieron por allí y se
mofaron de nosotros porque: ‘A quién se le ocurre salir detrás de un tío, y
encima por la noche’. Fíjate, Ernesto,
uno de estos asquerosos es mando y jefe de turno, además de borracho y baboso,
habiendo sido siempre igual de miserable, incompetente y mugroso”.
Tras pronunciarme varias veces al hilo de lo que
estaba oyéndole a mi interlocutor, lo felicité, lo insté a seguir en la misma
línea… y colgué el teléfono.
Precisamente, de todo esto trata “EN LA LÍNEA DE FUEGO: LA REALIDAD DE LOS
ENFRENTAMIENTOS ARMADOS” (editorial Tecnos. Grupo Anaya), solo que para este
libro se han recopilado 30 amplísimas entrevistas de policías como el del
artículo que acabas de leer. Un total de 22 capítulos en los que a veces los
funcionarios sí resultaron heridos a puñaladas, como también ellos dispararon y
mataron o hirieron a sus atacantes. Insisto, la obra presenta casos reales como
este que acabas de leer. Todo “made in Spain”. Todo ha sucedido en tu ciudad,
en la de al lado o en la de un poco más allá. Y todo se produjo mientras
dormías plácidamente en tu casa, o mientras dejabas a tu hija en el colegio, o
mientras comprabas en la tienda de enfrente del banco que estaban atracando.
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