EL ENEMIGO EN CASA
Por Ernesto
Pérez Vera
Oye, pero qué triste tiene que resultar sentirse
miserable durante el ejercicio de la profesión que uno mismo ha elegido. Debe ser muy
lamentable saberse incompetente. Pero mucho más desagradable debe ser que tus
propias acciones, o inacciones, te lo recuerden a diario. Parece que
esto no le sucede a los afectados por el extendidísimo síndrome de Dunning-Kruger,
ese que contamina y nubla la percepción de la realidad de quienes lo padecen,
hasta el punto de hacerle creer a un ario teutón que es un mandinga guineano, solo
porque quiere verse entre las pierna un enorme miembro viril, del todo
inexistente. Llevándolo a lo mío, al terreno en el que siempre me he movido,
laboralmente hablando, esto es lo que le sucede a un consumado inútil con placa
y pistola, al verse a sí mismo, en el espejo interno de la mentira, como un
perfecto híbrido entre el ranger Cordell Walker y el teniente Horatio Caine, aquel
de la afamada teleserie norteamericana CSI
Miami.
Los hay a porrillos,
digo que si los hay, tanto los unos como los otros, en todos los cuerpos de
policía. En todos, sí, en todos. Y hablo de este gremio porque es,
posiblemente, el que mejor conozco, si acaso no es el único que conozco. Y no
recurro al género femenino para mis ejemplos, para así no ser tachado de cosas feas,
por gente rara, retorcida y radical, normalmente muy fea. ¡Ea!
La reciente
conversación mantenida con un policía acabadito de ascender a oficial, empleo
que en algunas instituciones se denomina cabo, me ha demostrado esta mañana que,
por muy loco que uno esté, porque sin duda tengo dado un toquetazo, no me equivoco
en demasía al trazar perfiles profesionales de funcionarios de porra en ristre.
También fallo, no crean, que no pocos congéneres me la han dado con queso,
aunque a veces para bien. Menudas sorpresas me he llevado, tanto para arriba
como para abajo. Dudo que esto, que ahora mismo estoy escribiendo, vaya a ser leído por
el personaje en cuestión. Lo dudo, pese a que le he entregado,
personalmente y en mano, una tarjeta de visita en la que constan, además de mi
número de teléfono, mi dirección de correo electrónico y el nombre de mi blog;
blog en el que, como es natural, primero serán publicadas estas letras.
Verán. Resulta que un
amigo mío, dedicado a labores que nada tienen que ver con la seguridad, quería
tomarse hoy un café conmigo para, de camino, presentarme a otro amigo suyo, de
él, con quien antaño compartió años de estudios. O sea, quería que conociera a un excompañero
mío, al referido oficial, del que hasta hoy solo había oído hablar mucho y muy
bien. Mi colega, con quien durante años he conversado sobre todo
tipo de asuntos, principalmente sobre armas y cartuchería, porque le gusta el
tema y además practica tiro deportivo con pistola, llevaba años hablándome de
Luis, como ficticiamente voy a llamar al flamante cucales, que es como tradicional y vulgarmente llaman a los cabos
en la Legión española. Porque, por cierto, este amigo mío, hoy ingeniero civil
muy bien posicionado, estuvo seis o siete años en un tercio africano; quiero
decir que sirvió como legionario en Ceuta o Melilla, punto que no quiero
precisar, para no dar demasiadas pistas a los más sagaces lectores.
Pues bien, el
exlegionario me vendía a Luis como una máquina. Me decía que era un tío duro,
fuerte y musculado, pero muy buena persona; y que, sin duda, me iba a gustar
conocerlo. Por momentos me pareció, después de tanto mentarlo, que quisiera
vendérmelo. Yo
qué sé, ni que yo fichara policías para nutrir unidades especiales o algo así.
No paraba de decirme que “tiene una masa muscular impresionante” y que seguro
que daba hostias como panes. Igualmente insistía en que está muy
preparado de libro, cualidad que él sabe que siempre valoro, más que nada si
está bien marida con el compromiso y el buen hacer en la calle. Me di por
informado, también, de que tiene un gran currículum profesional, porque, como
decía mi pesado amigo, había realizado tropecientos cursos policiales.
Estas son, y no otras,
las cualidades y características más destacadas y sobresalientes del nuevo
oficial de policía, según parece. Y oye, a priori, no están nada mal. Pero espero
que mi interlocutor sea tan buen amigo mío como lo es de Luis, porque, qué
quieren que les diga, Luis me ha parecido, una vez mantenida una charla con él,
un ser absolutamente pusilánime, carente de toda motivación y vocación policial.
Por no tener no tiene ni puta idea de un montón de cosas que debería conocer y
dominar, no ya como reluciente cabo sino como mero policía. Pero
claro, esta es una percepción muy personal, por lo que a buen seguro puedo
estar equivocándome en cuanto estoy diciendo, y en cuanto todavía me queda por
decir. Sigan leyendo, sigan; verán qué perlitas.
¡Ah! No crean que mi amigacho
no ha sido puntualmente informado sobre este parecer mío: tan pronto terminó el
desayuno y cada uno nos fuimos por donde habíamos llegado, le giré una llamada
telefónica para, sin pelos en lengua, decirle lo que pensaba del gran cucales. Ojo, no quería herir sus
sentimientos, pero tampoco podía volverme a casa tan tranquilo, así sin más. Lo
allí vivido, lo oído, merecía un veredicto in
voce. Tranquilos, hay confianza. La
semana que viene volveremos a desayunar juntos, esta vez sin la compañía del
oficialito, que al hombre ya se le están terminando las vacaciones, teniendo
que regresar, por tanto, a su provincia de destino, la cual casi se sale de nuestra
Andalucía. Por cierto, está planteándose venirse a mi comarca; y no descarta cambiar de cuerpo,
si de ese modo se garantiza estar más cerca de sus orígenes. Dice que si en dos
años no lo consigue, intentará ascender de nuevo. Seguro que el cabrón llega a
lo más alto. ¡Seguro, hombre, seguro!
Y es que yo no concibo
que quien se hace llamar policía, oficial, mayor, inspector, coronel, superintendente,
subinspector, o incluso brigada, o sea, quien se hace llamar agente de la
autoridad miembro de un cuerpo de policía, me diga que pasa de comerse marrones
durante el servicio y que, por ello, ahora que es jefe de turno, echa balones
fuera ante cada cosa mínimamente complicada que se le presenta. No, no y no; y,
además, mil veces no. Con marrulleros como este no podemos hacer nada serio y
eficaz. Con tíos
de este pelaje lo más que se puede hacer es, y tampoco, mantener la imagen y
cultivar la mentira. Pero claro, una imagen irreal y podría; y una mentira
fecunda, como ella sola. Una chapuza, vamos.
Sin embargo, el que
tanto defiende al cabito, mi colega de muchos años de amistad, sigue diciendo
que la planta que tiene el tío es cojonuda. Y la tiene, ciertamente tiene una
pinta magnífica y espectacular, eso nadie puede negarlo: mide más que yo, y yo
mido 185 centímetros (o eso dicen los papeles, pero creo que estoy en dos
centímetros menos, al menos descalzado); se evidencia en él una imponente forma
física, cuadrado, como se decía antes; y, como diría uno que yo me sé, es hasta
guapo.
Y es lo que yo le he
dicho al exafricanista, que, por cierto, allí fue cabo, me refiero a mi
amigacho: ¿Y
qué carajo tiene que ver ser fuerte, gigante y guapo, y que el uniforme te
quede como un guante, si lo que de verdad importa es que quien esté dentro del
ropaje sepa trabajar y que, además, quiera hacerlo, lo haga y que encima lo haga
bien; sobre todo después de haber oído las vergonzantes y aberrantes
manifestaciones del menda este? Pues nada, oye, erre que erre, el
defensor del escaqueado prosiguió con sus alegatos defensorios. Su otro recurso
fuerte fue, y a ello recurren muchos otros, más que nada para publicitarse y
pavonearse, casi siempre para engañar y esconder algunas miserias, la
titulación académica que posee. Titulaciones, mejor dicho, porque el niño tiene
dos carreras universitarias: una licenciatura y una diplomatura. Les voy a ser
tan sincero como hasta ahora: Ya las quisiera yo para mí. Pero esto, en el fondo, tampoco determina la
calidad profesional de un policía, y a las pruebas me remito: este tío y sus
dos carreras pasan de todito todo, porque, según dijo, es mejor no hacer nada,
que hacerlo y equivocarse. Me contuve mucho y traté de tirar por
tierra, dialécticamente y con mucha vehemencia, tan cómodos, bastardos,
cobardes y pueriles argumentos.
Le dije algo que él ya
debía conocer perfectamente, y es que no perseguir delitos y mirar para otro
lado, siendo miembro de las fuerzas de seguridad, puede suponer un delito en sí.
Pero el pájaro me respondió que era tan difícil demostrar tal cosa, que ese
riesgo nunca es tan grande como el de cagarla por perseguirlo, refiriéndose al
delito. En
definitiva, quiso decir que para él siempre es mejor y más rentable, y por supuesto
más cómodo, no hacer lo que hay que hacer, por lo difícil que resulta demostrar
tal cosa; que hacer lo que hay que hacer, porque, si te se equivocas…, fijo que
te comes un marrón. Y oye, que el cabrón lo dijo con una naturalidad
tan pasmosa que me dio miedo; y mientras lo decía levantó una mano, toma ya,
para pedirse otro medio mollete con aceite y jamón cocido. Y tan pancho, oye, el
hijoputa.
Nada, no vi nada bueno en
este tipo. Que estudia mucho, es seguro. Que practica crossfit, también es seguro, además lo comentó varias veces. Pero lo más
seguro de todo es que volverá a ascender y que seguirá siendo un mierda como
policía y tres mierdas como mando. Porque, como le he dicho a mi
amigo, a ver qué hace este mierdoso cuando un subordinado suyo se niegue a
hacer algo que él mismo no ha hecho nunca, ni hará, a tenor de cómo se
pronuncia y postula. ¡Joder, por Dios!, si es que me ha reconocido, con el otro
como testigo, que aunque conoce el cuadro de infracciones de la nueva ley de
Seguridad Ciudadana, poco lo va a emplear, a no ser que se vea muy empujado a
ello. Dijo, recordándonos que ha estudiado Derecho, que esta ley no le gusta,
que la ve muy estricta y severa. ¡Me cago en la mar salada! Fijo que no la ha
estudiado, aunque haya tomado posesión de galón durante la entrada en vigor de
la susodicha norma jurídica. Este es otro infiltrado, fijo que sí.
En fin, que como ya le
he dicho a mi colega, a los amigos se les debe querer con sus virtudes y
defectos. Pero pienso que nunca hay que apoyarlos y ayudarlos a camuflar sus
taras y carencias, cuando sean manifiestos tuercebotas, asquerosos corruptos o malditos
hijos de perra con los colmillos retorcidos. Porque no cumplir con la ley,
siendo un supuesto defensor de ella, es delictivo y vomitivo. Es, asimismo,
peligroso para todos. Ojo, amigos míos, no daré un duro por vosotros si os
pasáis al lado oscuro, así que ya sabéis. Seguro que el guarrero de marras desea que cuando su padre
solicite auxilio policial, algo siempre posible, sobre todo a ciertas edades,
pues eso, seguro que sea que le llegue un agente de convicciones totalmente
opuestas a las suyas. Claro, normal, él se sabe redomadamente inútil
e incompetente, quién sabe si incluso cobarde. Bueno, quiero decir algo más, y
es que como este tío piensa y se expresa hay miles en cualquier cuerpo. Como
dije antes, los hay a porrillos, solo que el cachas del café matutino de hoy no
es tan zorro como la mayoría de los de este perfil; pues estos, más listos que el
hambre, actúan de igual manera, pero nunca lo dicen o, llegado el caso, lo
niegan a sangre.
Por cierto, y ya acabo,
si el cabito de la muerte seguro que no va a leer esto, porque sé que no lo va
a leer, aunque ya quisiera yo que lo leyera, pese a que mucho de lo aquí expresado
lo verbalicé ante él durante el segundo café, tengo que admitir que sin tantas malsonancias,
(qué fino me pongo a veces); el que sin duda sí que lo va a leer es, seguro que
sí, el artífice de semejante hallazgo, o sea, mi amigo. Ya me dirá qué le
parece. Pero les garantizo que seguiremos siendo buenos amigos, aunque me haya rogado que no sea muy duro con el otro. Juzguen ustedes.
Cuanta razón tienes Ernesto. En mi cuerpo algún mando se ha sacado carrera, algún idioma e incluso algún ascenso a base de malvestir el uniforme (sin correaje y en chancletas) y de agazaparse en la comisaría(en la calle hace o demasiado calor o demasiado frío e incluso hasta llueve)
ResponderEliminarComo esos que tú dices, también conozco yo un puñado.
EliminarCuanta razón tienes Ernesto. En mi cuerpo algún mando se ha sacado carrera, algún idioma e incluso algún ascenso a base de malvestir el uniforme (sin correaje y en chancletas) y de agazaparse en la comisaría(en la calle hace o demasiado calor o demasiado frío e incluso hasta llueve)
ResponderEliminarIMilitareser escueto:
ResponderEliminar6 años en el ejército
25 Policía Local
Militares y policías que son admirables OJO, POR TRATO PERSONAL:
19 ,en el Ejército
6,en Policía
Tengo el convencimiento que en el ejército hay cientos y en Policía también..pero sólo puedo hablar de lo que personalmente conozco o he conocido
Lamento la falta gramatical inicial.
ResponderEliminarLamento la falta gramatical inicial.
ResponderEliminarIMilitareser escueto:
ResponderEliminar6 años en el ejército
25 Policía Local
Militares y policías que son admirables OJO, POR TRATO PERSONAL:
19 ,en el Ejército
6,en Policía
Tengo el convencimiento que en el ejército hay cientos y en Policía también..pero sólo puedo hablar de lo que personalmente conozco o he conocido
Gracias por tu comentario, Izquierdo.
EliminarErnesto.
Por desgracia, especímenes como ese hay demasiados y así nos va. Yo también estuve 6 años en el Ejercito del Aire y llevo 26 en la Policía Local. Soy Jefe de una plantilla pequeña. Soy instructor de tiro y....bueno, no me creo un Dios y bien sabe todo el mundo que no escurro marrones. Es dificil mantener el tipo en esas situaciones, pero hay que estar ahi. La experiencia hace el resto. No por tener chorrocientos cursos, sabes más que nadie. Mas vale ser un buen poli que un Robocop sin sentimientos ni cerebro.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
EliminarUn saludo.
Ernesto.
Tengo muchos así a lo alrededor. Por favor. Sube esto al Facebook. Cojonudo artículo. Como siempre.
ResponderEliminar