RESPUESTAS Y REACCIONES ATÁVICAS, HOY MISMO

Por Ernesto Pérez Vera

El vídeo que seguidamente vamos a visionar fue filmado por el sistema de grabación de una vivienda particular. Las imágenes fueron empleadas como prueba judicial por la Policía de Miami-Dade y por el FBI, siglas que no necesitan presentación.


Los delincuentes están claramente identificados, son los dos que visten con camisas estampadas de color claro, ambos, también, tocados con gorras. Primero abandona el porche de la casa uno de ellos, quien parece sondear el horizonte antes de poner un pie en la calle. Se lo piensa y toma precauciones ante la posibilidad de estar siendo observado por personas no afines, pero finalmente se introducirse en su vehículo, en cuyo interior cualquiera se sabría más vulnerable a un atentado o a una intervención de la Policía. Pero la casualidad, o quizás la falta de vigilancia policial, hace que en el lugar se personen varios agentes de la autoridad justo cuando este sujeto ya ha tomado asiento al volante de su utilitario.

Tres policías, vistiendo ropaje de paisano dado que pertenecen a una unidad de investigación, toman protagonismo en este incidente. No están allí por azar, sino para efectuar un registro domiciliario programado y cuantos arrestos pudieran derivarse de la primera diligencia. Como quiera que los funcionarios no advirtieron que una persona acababa de entrar en uno de los coches presentes en la escena, estos avanzan e interceptan al segundo sospechoso, quien en ese mismo instante trataba de abandonar su morada. Aunque la toma carece de sonido a lo largo de sus casi cuatro minutos de duración, se intuye que el primero de los individuos se comunicó verbalmente con el otro para informarle de que la salida era segura, que no había moros en la costa. Pero inopinadamente, todo cambió en un tris. Suele pasar.

Sin saberlo, los agentes estuvieron expuestos durante dieciséis segundos al antojo de uno de los bandidos, mientras practicaban la detención del otro. Un tiempo más que suficiente para que cualquiera, sea criminal o policía, prepare su mente de cara a un tiroteo, más todavía un tiroteo en ciernes, como es el caso. Jugaba con ventaja, a todas luces, el tirador que pistola en mano abandonó el automóvil. No solo empezó la jugada, sino que sorprendió desprevenidos a los tres policías. Suele pasar. Para colmo y mayor ganga aún, consiguió parapetarse tras un grueso árbol. Una situación ideal para él, vamos.

Tan pronto los agentes de la autoridad detectan la presencia del hostil y descubren que están siendo tiroteados, todos hacen lo que algunos instructores ya venimos comentando sobre cómo respondemos los seres humanos cuando inesperadamente somos agredidos de esta manera. Es más, merece la pena señalar que también podríamos llegar a responder del mismo modo aunque la agresión, en realidad, no llegase a materializare, aun cuando nuestro cerebro interpretara que se halla ante un peligro grave e inminente. Por esto es que los funcionarios se giraron completamente hacia la amenaza. No doblaron el cuello ni dirigieron la vista de reojo, sino que se dieron la vuelta: afrontaron el riesgo de cara, presentando frontalmente todo el cuerpo. Una reacción de lo más normal, en tales circunstancias.

A la par que todo lo anterior estaba aconteciendo, tanto los policías como el pistolero realizaron diversas maniobras, todas ellas dinámicas. No permanecieron estáticos. No optaron por aguardar, cual patitos de feria, a que la otra parte fallara sus tiros. Se desplazaron primero hacia atrás y luego hacia los lados, a la vez que se repelían mutuamente a balazos. Para hacer esto, que espero que todo el mundo entienda como algo sencillamente natural, no hace falta integrar una unidad especial. Tampoco se requiere estudiar en la Universidad de Oxford. Únicamente hay que usar el sentido común y aplicar en el campo de tiro un entrenamiento basado en la psicofisiología humana frente a la supervivencia. Conocer cómo funcionamos ante un “a vida o muerte”, o sea, bajo el estrés que genera la lucha por la vida, puede ayudarnos, y no imaginan cuánto, a mejorar nuestras capacidades reactivas ante vicisitudes de tamaña magnitud.

Siguiendo con el repaso de lo visionado, vemos que en un momento dado (01:10) incluso el policía que ya había apresado al segundo individuo lo deja ir, lo suelta. Este agente no puede seguir sujetando al sospechoso para evitar que huya. Este policía solamente piensa en una cosa, en salir vivo del rápido, violento, cercano y sorpresivo intercambio de disparos repentinamente desatado a solo unos pasos de él. Hacer varias tareas a la vez es imposible, cuando el ritmo cardiaco explota por causas de esta naturaleza. Desplazarse en la dirección segura, mantener inmovilizado al detenido, desenfundar el arma, disparar y comunicarse con el resto del equipo, son demasiadas cosas para instantes tan dramáticos y vitales. La capacidad cognitiva se deteriora brutalmente, y cosas sencillas de ejecutar en un entrenamiento, pueden convertirse en inalcanzables bajo el abundante y espeso sudor que provoca el sonido de las balas. Se desgobiernan las habilidades motoras complejas.

Los funcionarios seguramente creían, antes de verse en esta filmación, que habían resuelto la papeleta de un modo muy diferente a como definitivamente lo hicieron. Puede que incluso se sorprendieran al verse retroceder ante el sonido de las detonaciones. Y es que todo cambia cuando las siluetas de cartón dejan de serlo, para convertirse en indeseables seres inhumanos que matan de verdad. Esto, como estamos viendo, descoloca incluso a los profesionales de “gringolandia”, donde apuesto que el menos adiestrado está más entrenado que el policía medio de aquí, pero donde ni uno ni el otro dejan de ser Homo sapiens del siglo XXI. Eso es lo que somos, el modelo 3.0 de nuestra especie animal, la versión más avanzada de los primates. Sin embargo, fíjense qué cosa: compartimos la misma tarjeta de memoria o sistema operativo si lo prefieren, que los primeros prototipos humanos.

Dicho esto, el resultado definitivo de la refriega no fue totalmente adverso para la fuerza interviniente: un único agente resultó herido, recibiendo tres tiros en el vientre; mientras que el hostil también era alcanzado por varios proyectiles, pese a que contaba con un robusto tronco arbóreo como parapeto. El final de la partida llegó con un certero proyectil que penetró en la bóveda craneal de quien moviera la primera ficha de este agitado tablero con olor a pólvora y con sabor a plomo caliente.

Hay que recordar que en estas situaciones no siempre es posible apuntar. La Ciencia ha demostrado que frente a ataques súbitos, nada esperados, el ojo humano no puede hacer que el cristalino enfoque objetos pequeños como los elementos de puntería de un arma, por lo que lo más sensato que podemos hacer es, por orden directa de nuestro complicado y eficaz cerebro, disparar contra la amenaza tan pronto creamos que ello es mínimamente viable. Así las cosas, dar en el blanco queda de la mano de la diosa Fortuna, en muchas ocasiones. En este mismo vídeo vemos clarísimos impactos en el piso, pese a la escasa distancia de confrontación. Todo esto no quita que se pueda llegar a ser muy eficaz si se ha disfrutado de un buen entrenamiento y, sobre todo, si se ha alimentado la conciencia (visualizaciones) con posibles reacciones destinadas a aparecer en momentos de este calado.

Frente a los múltiples planes de entrenamiento que obligan a los policías a acercarse a las siluetas, prácticas por las que a buen seguro muchos hemos pasado en el seno de nuestras instituciones armadas, lo más lógico y natural sería adiestrar al personal para que se alejase momentáneamente de la fuente del peligro. Esto es algo que nuestra propia psique nos ordenará hacer, sí o sí, en casi cualquier situación de riesgo. Me pregunto por qué no potenciamos la llamada de la naturaleza. Si de antemano sabemos cómo van a reaccionar la mente y el cuerpo, ¿por qué no nos entrenan para sacarle el máximo partido a lo que nos ha llevado a ser la especie dominante del planeta? No se puede luchar contra el instinto de supervivencia, hay que unirse a él y sumar en positivo.

Quédense con el detalle del funcionario que abandona la escena disparando hacia atrás, a una mano y sin mirar, mientras que sus otros cinco dedos intentan taponar las heridas sufridas en el vientre. ¿Hay algo más instintivo y atávico que esto? ¿Se producirían estos disparos por la contracción paralela e involuntaria de los dedos (reflejo interlímbico motriz), al tener una mano apretando las heridas y la otra sobre la pistola, con un dedo en el disparador? Quién sabe, suele pasar.

¿Somos tontos, tontos del culo o tontos de remate? La pregunta la dejo ahí, en el aire, para los instructores, adiestradores, monitores, formadores, profesores o como queramos denominarnos quienes nos dedicamos a esto de enseñar. Por cierto, hay quien solo desenseña. Estoy cansado de ver y oír como muchos formadores ponen trabas al debido avance que esta especialidad clama a gritos. Me dan asco quienes prohíben hacer ciertas cosas en la línea de tiro, por el único y mero hecho de que no están señaladas en la bazofia que usan como manual. Pero también me repugnan quienes colocan falsos marchamos o denominaciones de origen, a técnicas universales. O si no aquellos que solamente admiten propuestas venidas de personas de su misma y propia organización, minusvalorando, por sistema, las sugerencias emanadas de profesionales de otras fuerzas. Esta filosofía es propia de los fundamentalistas, de los chovinistas y de los maniqueistas con los que cohabitamos en los cuartes, en las comisarías, etc. Algunos son tontos del todo y además lo son para toda la vida.

Comentarios

  1. Buenas Ernesto, casualmemte ayer visionamos este video en un curso que ofrecemos un compañero y yo (dicho sea de paso, en el marco de una asociación policial sin ànimo de lucro, y por supuesto sin cobrar un solo euro). Uno de los alumnos ha compartido tu articulo en el facebook de dicha asociación. Lo bonito de esto es que tú mismo podrias haber estado en la clase de ayer o yo mismo redactaria con las mismas palabras este articulo. Y es que el mensaje va calando poco a poco, y muchos ojos se van abriendo.

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  2. Por cierto, bajo el pseudonimo Uri Malmo responde Alexis Echevarria, amigo y compañero del que dispones en Barcelona. Un abrazo.

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