LA SOMBRA DE LA VERDAD ES ALARGADA
Por Ernesto Pérez Vera
Nadie está en posesión de la verdad. Yo, desde luego, no la
llevo en un bolsillo. Pero quienes se visten por los pies tienen que intentar
conocer la realidad de lo que hablan (o escriben). Y ahí sí que está este humilde
servidor tratando de despiojar las mentiras, en aras de llegar al punto más
cercano al núcleo de la verdad. No es
una tarea fácil porque demasiados se han dejado fecundar, infectándose de
liendres.
No sé cuántas veces he expresado ya mi convicción, total y
absoluta, de que en España las personas pueden defenderse cuando se ven
próximas a sufrir lesiones. Ni qué decir tiene que si tales lesiones pueden
llegar a ser incompatibles con la vida, existe más razón legal, aún, para
ejecutar una acción defensiva. Es más,
defiendo el derecho a la defensa cuando la agresión no se ha materializado
todavía, pero se intuye inminente. ¡Ah! Quiero recalcar, sobre todo para
los puristas que a diario balbucean que ni siquiera los policías pueden hacer
uso de sus armas de fuego para salvar el pellejo, que todo tiene un límite y
que ante una bofetada o ante un “¡ahora te vas a enterar, que tengo una
escopeta en la casa de mi abuela!”, no cabe pegarle un tiro a nadie.
Dicho todo lo anterior, no soy el más listo de la clase, lo
cual no pocas veces también he manifestado en público. Pero resulta que cada
punto gruesamente antes referido está avalado por la jurisprudencia, digan los
sembradores de falacias lo que digan cada vez que abonan con su aliento
halitósico las seseras de sus compañeros o subordinados. Anda que no abundan
los analfabetos de lo policial en el seno de todas las fuerzas de seguridad.
Decir que hay muchísimos es quedarse corto y pecar de generoso. Algunos soplamos en dirección a puerto
seguro, tratando de que nuestros congéneres sepan qué pueden y deben hacer para
no solo salvarse ellos, o al menos intentarlo, sino para que igualmente puedan
hacer lo propio con terceras personas, ya se trate de civiles o de otros
policías. Pero nada, hijo, algunos malnacidos inundan las mentes de quienes
los rodean con absurdas mentiras sobre remar en galeras, en caso de ejercer la
defensa.
Estos días está dando vueltas por ahí la sentencia 1053/2002
del Tribunal Supremo (TS), la cual no es mala del todo para los miembros de la
comunidad uniformada y armada, dado que absuelve a un policía nacional que
disparó con su pistola en una pierna a quien lo acometió con un cuchillo al
grito de “¡te voy a matar!”. El agente, por suerte, no resultó herido. Así las cosas, el TS considera en dicha
resolución que la porra, la más técnicamente llamada defensa, no era un medio
adecuado para defenderse de quien, a corta distancia, estaba a punto de lograr
aquello con lo que amenazaba. Pero hay quien en las filas policiales se
queda con este detalle, literalmente extraído de la sentencia, grabado a fuego
en la psique: “Debe tenerse en cuenta que la aplicación de la eximente completa
se realiza porque el disparo se hizo sobre una zona no vital ya que, si se
hubiera hecho contra una zona vital, como la cabeza, el pecho o el abdomen por
ejemplo, nos encontraríamos ante un caso de eximente incompleta de legítima
defensa”.
Después de leer la advertencia del tribunal, podría resultar
muy ‘shungo’ no darle en un miembro al Homo
sapiens que te quiere eliminar con un cuchillo. Pero volviendo al caso
concreto, ¿podría haberse disparado al
torso, con amparo legal, si tras darle en una pierna al sujeto éste hubiese
persistido en sus intenciones? Mi respuesta es que sí, solo que en la sentencia
no se conjetura tal extremo, ya que el agresor cesó su avance homicida al recibir
un tiro en un muslo (fractura de fémur). Por cierto, el susodicho dictamen
es de la era 2000, pero los hechos datan de 1993. Hoy los policías sabemos una
pizca más sobre la dinámica de los enfrentamientos armados; una pizca más, solo
una pizca más. Pero también sus señorías los de las togas negras están un pelín
más al loro sobre todas estas circunstancias; un pelín más, solo un pelín más.
Aun así, existen sentencias del Supremo fechadas en las décadas de los años
setenta, ochenta y noventa que defienden magistralmente la eximente completa, frente
a eventos idénticos al aquí analizado.
Sigo. ¿Y si el policía hubiese dirigido desde el principio su
tiro al torso y no al tren inferior, qué hubiera sucedido judicialmente?
Todavía no me ha llegado la bola de cristal, por lo que carezco de una
respuesta firme. No sé qué hubiese sucedido en 1993 ante tal eventualidad.
Tampoco en 2002. Pero sí sé cómo se ha pronunciado innumerables veces el TS
respecto a situaciones calcadas a estas. Hay
resoluciones en este orden para dar, tomar y regalar, tanto emanadas del Alto
Tribunal en el siglo XXI como en el anterior. Hay tela de jurisprudencia a
la que acudir para nutrirse, aunque los legañosos de siempre no quieran abrir
los ojos mientras entonan aquello de ‘cartucho que no te escucho’.
Ya bajara del Cielo el mismísimo San Pedro y se hiciese acompañar
por el presidente del Consejo General del Poder Judicial, los tuercebotas de
toda la vida se negarían a creer que tienen derecho a defenderse con sus
armadas privadas o de dotación, aunque San Pedro y el jurista lo juraran por
Dios. Los hay tarugos, muy tarugos; pero también los hay muy hijos de puta,
mucho. A veces no sé si se trata de
cobardía inducida o de esa patología denominada síndrome del canguelo calado
hasta los huesos. En ocasiones tiendo a pensar que es cosa de la vagancia y
del descreimiento. Del pasotismo en su máxima expresión. Pero otras veces no
puedo dejar de pensar que se trata de una fea amalgama de todo ello, amén del
predominio y vuelo a baja cota de ciertos niveles de atrofiamiento intelectual.
¡Por qué me meteré yo en estos berenjenales!
Que cada cual haga con su vida y su pellejo lo que le dé la gana, lo que sepa o
lo que pueda. Si no te quieres defender o no sabes aun cuando te hayan
enseñado, allá tú.
A la mente me viene con frecuencia, en mis habituales
disertaciones, la absolución del policía autonómico catalán que en mayo de 2010
fue exonerado de la muerte que causó tres años antes, cuando disparó seis u
ocho veces contra quien puso en riesgo la vida del propio agente y la de otras
personas, acometiéndolos a todos ellos con un pico de cavar. Las balas dieron, según consta en el
pronunciamiento judicial definitivo, en el abdomen, en el tórax y en las
extremidades. Y ojito, que en este caso no fue el Supremo quien absolvió,
sino la primera instancia juzgadora, la Audiencia Provincial, la de Barcelona
en concreto. Aquí, una vez más, la propia Fiscalía no acusaba: pedía primero el
archivo de la causa y luego, en la sala de vistas, la libre absolución del
funcionario. ¿Por qué se llegó entonces a juicio? Muy sencillo, mamarrachos
ajenos al rigor y a la verdad, porque esto es España, donde se puede ejercer la
acusación particular, un derecho al que se acogió la familia del finado. Y si
hay acusación, se tira hacia adelante. Es la ley. Vivimos en un estado
democrático de derecho, con todas sus virtudes y con todos sus defectos. En
Somalia, seguramente, nadie exigiría explicaciones por incidentes de esta
naturaleza.
La resolución 1053/2002 también recoge, como otras tantísimas
más, por no decir todas, que “en estos supuestos de legítima defensa no es
necesario que haya homogeneidad entre el medio utilizado para defenderse en
relación a aquel que usó el agresor en su ataque. Se permite usar el que se
tenga a la propia disposición, aunque sea más vulnerante”. Pero les digo yo, ya, que pasado mañana aparecerá el baboso de turno
diciendo que ante un garrotazo con capacidad para hundir un cráneo, es
legalmente inviable quemar pólvora. Y como suelo decir: cuando tienes que
defender tu vida, qué más da con qué te la quieran quitar, si lo que hay que
evitar es que te la quiten ya sea a trompazos, con un vaso de cristal, con un
tiro o con un planchazo en toda la jeta. Ahora bien, si algunos tienen más
miedo a defenderse que a morirse, allá ellos y sus parentelas. Que cada perro
se lama su cipote, que ya somos mayorcitos. Lo triste y más lamentable de todo
esto es que quienes tienen claro que no se defenderían ante determinados
ataques, tampoco van a defender a sus compañeros. Así que ya sabéis, amigos
míos que pateáis las calles, mirad bien con quién salís hoy de servicio, porque
os pueden dejar tirados como a un sarnoso.■
Comentarios
Publicar un comentario