MEMORIA DE UNA PÉRDIDA
Por Ernesto Pérez Vera
Ni un mes
hace, pero el dolor y la negación, las dudas sobre si este desconsuelo es real
o solo es una pesadilla, están igual de frescas que aquel maldito 7 de junio.
No dejan de llegarme y llorarme recuerdos alegres y penosos; algunos, odiosos.
Fueron tantos años, tantos meses, tantos días, tantas horas, tantos servicios,
tantas detenciones y tantas y tantos de todo, que Víctor no puede sino seguir
viviendo en todos mis recuerdos diarios. Jugártela
con quien mataría y moriría por ti, une hasta la muerte.

El otro
instante que esta tarde me ha salpicado desde los ojos hasta los pies es, perfecta
y precisamente datado, el que se produjo sobre las ocho de la mañana del 30 de agosto
de 2007, cuando junto con Juan Mairena se personó en Urgencias del Hospital de
La Línea, solo tres horas más tarde de que me hubieran matado en la barriada de
San Bernardo. Ya me habían estabilizado, aunque aún me sentía híper excitado. Me
estaban preparando para intervenirme quirúrgicamente, aunque finalmente me
empaquetaron en otra ambulancia con dirección allende la frontera provincial. Y fue en ese trance cuando vi a Víctor como
nunca antes jamás lo había visto. Víctor, el hombre de hielo, el policía de
acero, se bebía las gotas secretadas por sus glándulas lagrimales.
Efectivamente,
creo que Vic me quería como yo a él. Y, como ayer me dijeron sus más dolientes mujeres,
su esposa y su madre, él sabía lo mucho que yo también lo quería. Ese es, por
ahora, mi mayor consuelo.■
Mucha fuerza, para usted,para la familia de su compañero y sus allegados.
ResponderEliminarCon sus escritos nos enrriquezemos .
Un saludo.