POLICÍA, SÍ; CULPABLE, NO
Por Ernesto Pérez Vera
Que levante
la mano quien no haya oído alguna vez comentarios injuriosos contra la Policía,
por ejemplo cuando los agentes nos dan el alto en un control o cuando somos
denunciados, multados si lo prefieren, por la comisión de alguna infracción
administrativa de tráfico y circulación. Muy
pocos admiten que estaban mal estacionados, o conduciendo teléfono en mano, en
el momento de la intervención policial. En estos casos, de diario para quienes
llevan placa y porra, la culpa siempre es del policía chulo y niñato. Si a
nuestros hijos les incautan un porro diremos, y que se salve el que pueda, que los
funcionarios son unos reaccionarios represores de libertades, o lo que es peor,
que los guardias se lo han metido en el bolsillo. Momento idílico para que
afloren, con ligereza, los improperios y las mentiras. Créanme, sé de lo que
hablo, lo he visto mil de veces.
La semana
pasada participé en una conversación en la que una desconocida estaba diciendo
que un policía la había denunciado por estacionar su coche en un lugar
prohibido y que encima le había retirado el vehículo con la grúa. Dijo algo así como que el tío, refiriéndose
al agente, era un chulito muy vacilón que iba de guapo y musculitos. Al
parecer, ella llegó justo cuando la grúa abandonaba el lugar con su preciado
utilitario, por lo que pudo hablar con el funcionario. Este le expuso el
procedimiento para poder recuperar el coche, así como el importe de la
denuncia.
Pero la
chica se puso a llorar. En ese momento, siempre bajo la versión de la
infractora, aquel malvado, sanguinario, chulo y prepotente policía, se despojó
de su casco de motorista y trató de consolarla. Le dijo, según ella misma verbalizó, que por favor no llorara, que la
Policía no está para provocar situaciones tristes, sino para ayudar. La
muchacha, entre lágrimas, le juró al bobby
que tenía una hija, que estaba desempleada y que no podría hacer frente al pago
de la multa. Le dio su palabra de que no supo interpretar aquella señal de
tráfico con la leyenda en inglés. Entonces el perverso agente le dio un abrazo
y le entregó el coche sin cargo alguno. “Señora,
yo no puedo ver llorar a una persona por estos motivos. Por favor, tenga usted más
cuidado la próxima vez”. Así terminó el mal trago y ella regresó a La Línea
de la Concepción.
Sí,
efectivamente, esto sucedió en el Peñón de Gibraltar, donde los policías son exactamente
como los nuestros, como los de más arriba y como los de cualquier área
geográfica civilizada del planeta. Ellos
también son seres humanos con sentimientos y personas pocas veces comprendidas
y casi siempre mal valoradas. Allí existirán, igual que sucede aquí,
indeseables sujetos agazapados debajo de la gorra y detrás de la placa. A esto,
por desgracia, no escapa nadie en ningún sitio, bésese la bandera que en cada
lugar corresponda.
Si comento esta
anécdota sobre el policía yanito y la ciudadana linense no es, en absoluto, por
querencia o aprecio especial a nadie, sino porque es algo cierto y real que presencié
(la conversación). Algo que, por otra parte, no resulta hallazgo extraordinario
alguno. Está claro que de haberme puesto a buscar ejemplos patrios, hubiese
encontrado a porrillos y de todos los colores; porque hasta yo, que soy un cruel sieso
manido, he hecho lo mismo un puñado de veces del todo incalculables.
Aclaro
tales extremos, porque aunque estos párrafos fueron escritos para ser
pronunciados en Onda Cero Algeciras el 1 de diciembre de 2014, como
efectivamente pronuncié, hace unas horas he sido groseramente recriminado por
un guardia español que me tilda de traidor, por recurrir a este caso concreto que
la casualidad puso en mi camino minutos antes de sentarme delante de un folio
en blanco. Buscar espurios intereses y calcular
el amor a España a través de tan absurdo sistema de medición, me sirve para
definir a mi verdugo como gilipollas profundo metido en manteca. Y como
tengo la certeza de que leerá estás palabras: ¡date plenamente por aludido,
tonto del bote!■
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