¡MAYDAY, MAYDAY! DE PILOTOS Y POLICÍAS
Por Ernesto
Pérez Vera
No es porque esté
dirigida por mi querido y venerado Clint Eastwood, que también, sino porque sus
películas siempre brindan, a todo ser humano mínimamente sano de sesera, la
oportunidad de aprender vitales lecciones. Moralejas aplicables ayer, hoy y,
seguramente, también mañana. En fin, que les recomiendo que vayan a ver Sully, su ultimísimo estreno
cinematográfico. Vayan hoy, mejor que mañana, pero vayan. El film es biográfico
y está protagonizado por Tom Hanks, lo que refuerza el ya garantizado
taquillazo. Sensibilidad, angustia y
realismo, impecablemente plasmados en poco más de 90 minutos de celuloide.
Quizás no esté siendo del todo objetivo porque con Eastwood me pasa como con el
cerdo, que me gustan hasta sus andares.
La salsa y el jugo de este asado lo ponen algunas de las posteriores palabras pronunciadas por el capitán, tales como: “Ustedes, para programar estas simulaciones, no han tenido en cuenta los tiempos de reacción que todo ser humano necesita ante lo inesperado, pues yo me encontraba inmerso en una situación real a vida o muerte, sin poseer por adelantado todos los datos que ahora tienen mis compañeros dentro de los simuladores. Ustedes tienen que tener en cuenta que la toma de decisiones requiere de un análisis de la situación, lo que aumenta el tiempo de respuesta. Nadie está entrenado para lo que nos pasó”.
Entrenar a tiro limpio
es absolutamente necesario, pero del mismo modo resulta imprescindible hacerlo
en seco, no estando este autor en contra del adiestramiento frente a simuladores,
pero todo en su justa, precisa y estudiada medida. Pero quiero destacar que se
esté ante una silueta de papel y con fuego real; o usando cartuchos inertes en
una sesión de tiro en seco; o delante de la pantalla de un modernísimo
simulador de tiro; lo que jamás puede
faltar en la ecuación es un instructor decente y bien instruido, que conozca la
realidad de los enfrentamientos armados policiales en su pellejo o por el
concienzudo estudio de las circunstancias que rodean los eventos de este calado,
porque de instructores indecentes y poco instruidos ya vamos demasiado bien servidos.
No obstante, a todo lo anterior hay que sumarle no solo un escenario realista y
un diseño formativo creíble sino que el que está siendo adiestrado tiene que
creerse lo que está haciendo. Si malo es contar con formadores no formados o
deformados, mucho peor es contar con alumnos descreídos y desinteresados.

El tío Clint nos
sumerge en la vida de Chesley Burnett Sullenberger, ‘Sully’ para los amigos, un
piloto estadounidense de líneas aéreas civiles, experto en seguridad e
investigación de accidentes aéreos. Sully
se hizo mundialmente celebré al ser elevado a la categoría de héroe el 15 de enero
de 2009, cuando amerizó un Airbus 320 en el río Hudson de Nueva York, sin
que de tal hazaña se derivasen pérdidas humanas.
Pero hoy no voy a
hablarles de cine, pues de ello no soy más que un mero consumidor. De lo que sí
quiero hablarles es del mensaje de la película. Verán, una comisión federal de
investigación trató de buscarle las cosquillas al capitán Sully, pretendiendo
demostrar, mediante la utilización de numerosas simulaciones informáticas,
dirigidas por prestigiosos ingenieros carentes de experiencia al mando de
aeronaves, que amerizar fue una acción del todo temeraria, fácilmente evitable.
Los investigadores querían crujírselo a
toda costa, haciéndolo responsable de la pérdida del aparato (costaba un
perraje) e incluso de poner en peligro la vida de las 155 personas que viajaban
a bordo.
En efecto, durante las
simulaciones fue posible evitar el contacto con el agua, pudiendo tomarse
tierra en una pista de aterrizaje. Y demostrado esto varias veces ante el
capitán y su primer oficial, ambos se derrumbaron emocionalmente creyendo
haberla cagado. Pero en un momento dado algo se enciende en la cabecita de
Sully, algo tan simple y brillante como la verdad, espetando ante una ingente
cantidad de expertos presentes en la sala de vistas: “Todo esto está muy bien ¿pero podemos hablar en serio? ¿Cuántas veces
han practicado estas maniobras los pilotos de los simuladores?”. Aquí, en
este punto del telefilme, se hace el silencio, se traga saliva y quienes tienen
que responder se miran unos a otros, como si la tierra se estuviese abriendo
bajo sus pies.
Atención, que aquí
empieza lo bueno. La respuesta de uno de los miembros de la comisión
investigadora fue: ¡17 veces! O sea, que los pilotos de los simuladores sabían
de antemano que sus motores iban a averiarse; y sabían cómo, cuándo y por qué
razón iban a averiarse, además de conocer el alcance de la avería que se iba a
producir; y sabían qué rutas alternativas, libres y seguras había en la zona; y, para colmo, habían practicado hasta en
17 ocasiones las operaciones de comunicación, estabilización y completo control
del avión, hasta ponerlo a salvo, tratando en todo momento de desacreditar el
amerizaje de Sullenberger. Como decía el simpar Paco Gandía, esto es
totalmente verídico.
La salsa y el jugo de este asado lo ponen algunas de las posteriores palabras pronunciadas por el capitán, tales como: “Ustedes, para programar estas simulaciones, no han tenido en cuenta los tiempos de reacción que todo ser humano necesita ante lo inesperado, pues yo me encontraba inmerso en una situación real a vida o muerte, sin poseer por adelantado todos los datos que ahora tienen mis compañeros dentro de los simuladores. Ustedes tienen que tener en cuenta que la toma de decisiones requiere de un análisis de la situación, lo que aumenta el tiempo de respuesta. Nadie está entrenado para lo que nos pasó”.
Es mi turno ahora, el
de Ernestito Pérez, por lo que me visto de torero y entro a matar, estoque y
teclado en mano. Leído lo anterior,
vayan a cascárselo a esos policías, instructores, mandos, monitores, profesores
y directores de líneas de tiro, que dicen que sí, que siempre sobra tiempo
para, aunque te estén dando un leñazo en la cabeza con el fémur de un elefante,
analizar y evaluar la situación; visualizar al agresor; tomar la decisión de
sacar el arma de la funda; montar el arma; desactivar el seguro manual; decidir
si disparar o no disparar; apuntar y conminar al agresor o apuntar y dispararle
en caso de haber decidido ya abrir fuego; y encima acertar el tiro en la parte
del cuerpo a la que se estaba apuntando, si es que acaso era verdad que los
elementos de puntería estaban enrasados como establecen los lógicos y
consabidos principios del tiro apuntado.

A algunos lectores les
parecerá que vivo enfadado con el mundo y que echo espuma verde por la boca,
pues suelo ser muy duro y reiterativo en mis críticas contra el sistema que
ordena o desordena la instrucción policial en este campo. Pero nada de eso es así: soy muy feliz y estoy muy contento, además de
en deuda con la vida. Pero precisamente por eso, porque la vida me dio otra
oportunidad, gracias, en parte, a que había entrenado muchísimo con mi pistola,
a que había analizado todos los aspectos jurídicos que permiten dispararle a
otras personas y, sobre todo, porque estaba mentalizado y concienciado de que
si llegaba el día usaría mi arma, hace ya muchísimos años que le declaré la
guerra a los estafadores y mercaderes de la inseguridad y de los crece pelos,
porque encima, cosas de la vida, soy calvo.■
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