EL TIRO EN LA PIERNA QUE MATÓ AL GUARDIA CIVIL DORADO
Por Ernesto Pérez Vera
Tranquilo, lector, este triste
incidente policial se produjo en junio de 1870, en el siglo XIX. Sigue
leyéndolo, por favor, seguro que te resulta interesante.
Luctuoso suceso acaecido en la
demarcación de Jerez de la Frontera. Un impacto de bala en una pierna acaba con
la vida del guardia civil Juan Dorado Gil, quien junto a sus compañeros Juan
Páez y Mateo Zarzuela, todos adscritos a la Comandancia de la Guardia Civil de
Cádiz, trataba de detener a los contrabandistas y bandoleros Francisco Martín
Espejo, alias Malas Patas, y Juan
Morales Montero, alias Cuco, a
quienes se les imputa el secuestro de los gibraltareños John Antonine Bonell y
su sobrino, quien por nombre y apellido tiene los mismos que su tío.

Al lío. Los gibraltareños antes
citados fueron secuestrados, el 21 de mayo de 1870, por unos bandoleros
españoles mientras los británicos paseaban a caballo por el término municipal
de la ciudad de San Roque, donde reside
la de Gibraltar. Aunque el caso se iniciara en esta ciudad, pocas semanas
después, por segregación administrativa de su ayuntamiento, el espacio físico y
geográfico de la escena del crimen vino a coincidir dentro del término
municipal de La Línea de la Concepción, ciudad nacida el 20 de julio. Los
trámites de emancipación de aquel territorio se iniciaron, siendo regente del
Reino el general Serrano, el 17 de enero del mismo año. Con el nombre de Villa
de La Línea de la Victoria estaba previsto primeramente bautizar a la nueva
localidad. Por cierto, el exacto lugar del delito fue el camino de la Atunara,
punto por el que los Bonell transitaban con dirección al cortijo de Sabá.
Los delincuentes requirieron a
sus víctimas la cantidad de 25.000 duros (nombre popular con el que se conocía
cierta valencia de la moneda oficial: el real o la peseta), a fin de liberarlos.
Los Bonell se negaron rotundamente a entregar dinero alguno a sus hostigadores,
entre otros motivos porque no portaban cuantía suficiente en el instante del
abordamiento. Visto que no se alcanzaba un entendimiento, los españoles
trasladaron a sus víctimas, durante la noche y a caballo, hasta Jerez de la
Frontera, parando antes en el cortijo Los Portichuelos y en el cortijo-convento
La Almoraima. El viaje duró dos días, dado que cruzaron parte de la serranía de
Cádiz. Malas Patas y su compinche —en realidad hubo varios más— se dedicaban
realmente al contrabando de tabaco inglés procedente de Gibraltar, solo que en
la víspera del secuestro fueron interceptados por la Guardia Civil y sus
ilícitas mercancías quedaron decomisadas. Esto motivó que se echaran al monte
con la idea de recuperarse económicamente mediante la perpetración de un rapto
de fin monetario.
Una vez llegaron a Jerez, los ‘Johnis’
fueron confinados en un caserío donde un tercer sujeto participó del delito.
Quien allí custodiaba a los extranjeros era un cura desertor de la sotana.
Siguiendo las órdenes de los captores, el mayor de los secuestrados escribió
una carta para su familia. La epístola solicitaba que se hiciera llegar cierta
cantidad de dinero hasta la Posada del Mono, sita en Cádiz. Tan pronto las
autoridades del Peñón conocieron lo sucedido, pusieron en marcha la maquinaria
diplomática. En España, cumpliendo órdenes de Madrid, se reunieron varios
gobernadores civiles andaluces (la figura del gobernador civil es encarnada
desde 1997 por la del subdelegado del Gobierno). La orden era clara: conseguir
la liberación de los Bonell, pero sin poner en riesgo sus vidas. El caso se
convirtió en prioritario para las autoridades españolas, al haberse hecho eco
del suceso la prensa internacional.
Los planes del
jefe de la banda de malhechores, un tal Don Antonio, cambiaron sobre la marcha y
jamás nadie acudió a la Posada del Mono para recoger el montante del rescate.
Sin embargo, un amigo de la familia Bonell llevaba días morando en la posada, llevando
consigo el dinero peticionado. Por temor a la mucha vigilancia policial
dispuesta en la zona, el capitán de los bandidos y el mayor de los Bonell se
trasladaron desde Jerez hasta Cádiz, vía ferrocarril. Desde la capital de la
provincia y con el nombre falso de Juan Romero, el 3 de junio el propio
secuestrado embarcó en el vapor Ville de
Brest con destino a Gibraltar. La idea era que John entregara en persona el
dinero a los bandoleros, pues estos, a modo de garantía, continuaban privando
de libertad a su pariente.
El viajero apareció en su casa de
Gibraltar el 4 de junio, justamente dos semanas después de haberse perpetrado
el secuestro. De modo inmediato contactó con sus dos mejores amigos, Pedro
Montegriffo y Juan Recaño. El plan era que no se supiera, por parte de las
autoridades gibraltareñas, que Bonell estaba en la plaza. Pero no fue posible
mantener a salvo el secreto: la villa era pequeña y los vecinos lo reconocieron
por la calle. La divulgación de la noticia fue inevitable. El gobernador inglés
puso a disposición de John una cañonera de la Royal Navy para que, con la
máxima celeridad, se trasladara hasta el punto de encuentro acordado con the boss de los captores. Ahora tocaba
salvar la vida del joven Bonell, que seguía en manos de los forajidos. Con los
amigos antes referidos, más José Varesse y Juan Bruzón, el veterano Bonell
zarpó desde el Peñón con rumbo a Cádiz. Al final, como se había acordado días
atrás, todos se vieron las caras en la fonda llamada Los Tres Reyes.
Entregado el dinero de la
liberación (una cantidad ligeramente superior a la solicitada el primer día),
los bandidos informaron que el sobrino sería puesto en libertad en el Puerto de
Santa María…, y así fue. Los Bonell, junto con sus amigos gibraltareños,
retornaron a casa en el Trínculo, cuyo capitán era el señor
Grafton. Tocaron suelo británico el día 8 de junio. Durante la singladura, el
doctor Yarde reconoció facultativamente al joven libertado. Fueron casi veinte
días de cautiverio.
Los british no lo sabían, pero las autoridades españolas, incluso antes
de culminarse el pago de los miles de duros y la liberación del joven, ya
tenían identificados al Cuco y al Malas Patas, a los cuales les imputaban un
delito de similar naturaleza cometido en Benamejí (Córdoba). La Guardia Civil,
siguiendo órdenes de los gobernadores civiles de Cádiz y Sevilla, no intervino
antes de llevarse a cabo el abono del rescate, con objeto de evitar males
mayores sobre la persona del Bonell raptado.
Cuando tío y sobrino aún no
habían tocado tierra en el puerto de la Roca, por estar todavía embarcados en
el buque que los trasladaba a casa, tres de sus secuestradores se enfrentaron a
tiro limpio con los tres agentes de la Benemérita que trataban de detenerlos:
una patrulla de caballería compuesta por los guardias Dorado, Páez y Mateo,
mentados al inicio de este artículo. Tan pronto detectaron la presencia de los
sospechosos, los miembros del benemérito instituto emitieron con voz enérgica
el consabido grito ¡alto a la Guardia Civil!, recibiendo como respuesta el
fuego de las armas (la génesis del apodo “Benemérita” data de 1929). Dorado fue
alcanzado en una pierna, mas sus compañeros, apoyados por otra patrulla personada
al oír los disparos, detuvieron al Cuco y al Malas Patas. Perseguido campo a
través un tercer individuo, éste logró evadirse amparado por la zaina y
montaraz oscuridad de la noche.
Los dos apresados fueron
mortalmente abatidos mientras trataban de escapar ejerciendo la violencia
contra dos guardias y un sargento (¿aplicación de la ley de fugas…?). Fue el
sargento Pedro Cordero quien segó ambas vidas. Los demás implicados en el
secuestro fueron identificados, puestos a disposición judicial y posteriormente
condenados. Dorado Gil, el guardia civil herido, fue trasladado hasta un
hospital, donde finalmente falleció. El dinero del rescate, 27.000 duros, fue
recuperado por la fuerza interviniente: lo portaba entre su ropaje uno de los malhechores
neutralizados. El capital fue restituido al Gobierno inglés, por cauces
diplomáticos.
A los guardias que participaron
en las detenciones y en el posterior abatimiento del Cuco y del Malas Patas, se
les impuso la Cruz Sencilla al Mérito Militar. El Gobierno británico tuvo un
bonito gesto con la familia del agente fallecido en la operación: le remitió
una indemnización de 10.000 reales. Y para cada uno de los números que sobrevivieron
al enfrentamiento armado enviaron, a través de la Dirección General de la
Guardia Civil, un revólver como regalo. Tal presente fue bien visto y aprobado
por el alto mando del Cuerpo.
La patrulla de caballería que se
enfrentó a los secuestradores empleó, muy probablemente, las siguientes armas
de fuego: la carabina rayada modelo 1857 y el revólver Lefaucheux 1863, armas
que, por aquel entonces, eran reglamentarias en las unidades montadas del
Cuerpo. El revólver Lefaucheux 1863 recibía la denominación oficial pistola-revólver.
Procedía de la Fábrica de Armas de Oviedo y era del calibre 11 mm. En vacío
pesaba 750 gramos y poseía una capacidad de almacenamiento de seis cartuchos.
La longitud del cañón era 155 mm, alcanzando los 285 mm de longitud total. Cada
pieza fue adquirida por la Dirección General al precio de 116 reales. La carabina
pesaba 3.367 gramos, poseyendo una longitud total de 1.230,6 mm. Su cañón era
de 840,8 mm de longitud y disparaba cartuchos de papel con proyectiles del
calibre 14,1 mm. Para las unidades de infantería se fabricaba con otras
especificaciones en cuanto a tamaño y peso.
Fuente armamentística: Revista Armas: Especial armamento de la Guardia Civil (1844-2002). Jesús Narciso
Núñez Calvo, coronel de la Guardia Civil y doctor en Historia. 2008.
Pues sí, he de admitir que a mi, por lo menos, me ha hecho pensar en un incidente actual :)
ResponderEliminarNo se quien lo dijo, pero por no buscarlo y dármelas de entendido en citas históricas, alguien, muy avispado diría: "Para que los malos triunfen, solo es preciso que los buenos no hagan nada" O algo así :))
Para que luego digan los hijos de la Gran Bretaña, que los ESPAÑOLES no hacen/hicieron nada por los anglosajones que viven en "La Roca".
Un saludo, y como siempre, un placer leer relatos como el presentado a los desconocedores de estos pasajes, como yo. Un placer.
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"Ante ferit, quam flamma micet"
Muy interesante tu artículo. Un placer haber leído este artículo. Es una pena no equipen a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado con mejores protecciones, existen chalecos antibalas en la actualidad que, habiendo dinero generarían muchas menos víctimas.
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