AGARRONES, EMPUJONES, CODAZOS, CALAMBRAZOS, RODILLAZOS, PUÑETAZOS, BALAZOS… ¡Y SANGRE!

Por Ernesto Pérez Vera

Esto es de lo más normal del mundo (lee y luego visiona el vídeo, o viceversa). Esto es lo de siempre, cuando la Policía le ordena a un conductor que detenga su vehículo en el arcén, a un lado de la vía de circulación. Y también esto es de lo más cotidiano cuando el ciudadano legalmente requerido por la fuerza pública decide resistirse activamente a la acción de los policías para, a la postre, intentar matarlos. ¡Al lorito con el vídeo! Los que no se han visto nunca en nada similar a esto, los que jamás han estado mil veces revolcados en el suelo procurando reducir a quienes con ferocidad se niegan a colaborar y los que opinan pretendiendo sentar cátedra porque se han chupado todos los capítulos de “Walker, Texas Ranger”, fijo que pensarán que lo del vídeo enlazado no les hubiera sucedido a ellos, porque estas cosas solo les ocurren a otros.

Pero lo cierto y más verdad es, sí o sí, que da igual que lo acaecido en esta filmación de sangre, sudor y lágrimas haya sucedido en Estados Unidos, porque la dinámica de los enfrentamientos armados policiales suele ser idéntica en todo el globo terráqueo. Los lamentos, la angustia y el miedo no entienden de idiomas ni de banderas. Aquí, como allí y como más allá, el malo quiere impactar en los buenos, los buenos no quieren ser impactados, todos se mueven (a veces como pollos sin cabeza) y cuando los buenos disparan, que no siempre logran hacerlo, fallan muchos tiros. ¡Ah! Y cuando las balas dan en el objetivo, no siempre incapacitan de modo inmediato. En estas circunstancias de a vida o muerte inesperada no existen ni la paz emocional ni la paz sensorial sino que reinan el descontrol, la velocidad, el salvajismo y hasta el azar.

Todo esto es pertinazmente ancestral; es pura fisiología. Y es así porque casi no puede ser de otro modo por mor de la propia naturaleza humana cuando nos vemos expuestos a la muerte propiciada por un congénere. Lo dice nuestro mapa biológico y evolutivo, según señalan los neurocientíficos. Eso sí, a mayor nivel de adiestramiento basado en la conocida realidad del estrés de supervivencia, mayor posibilidad existirá de salir airoso de un encuentro sorpresivo con la parca.


Datos concretos y objetivos sobre este incidente ocurrido en Pensilvania el año pasado, el día de mi santo (7 de noviembre). El caso ya está juzgado: el hostil vive en una prisión y la pareja de funcionarios sobrevivió:

-          Le dieron el alto policial por exceso de velocidad

-          El sospechoso trató de marcharse desobedeciendo las órdenes policiales

-          Se produjeron empujones y agarrones, llegándose a la resistencia policial

-          Aumentó el nivel de represión policial: golpes con las rodillas, con los puños y con una defensa (bastón policial)

-   Se volvió a aumentar la acción coercitiva policial: utilización de una pistola de impulsos eléctricos (arma paralizante)

-          El sospechoso intentó desarmar a un policía, llegando a quitarle un cargador de la pistola

-          Cayó al suelo el arma de fuego que llevaba como apoyo ese mismo policía (segundo arma)

-     El sospechoso se escabulle sin ser finalmente engrilletado, pese a haber recibido varias descargar eléctricas, amén de los citados golpes

-     El escabullido abre la puerta de su vehículo, accede a un arma (creo que revólver) y dispara 6 veces

-    Uno de los policías recibió un tiro en el mismo instante en el que el mismo agente lograba colocar otro en el cuerpo de su antagonista

-    Todos agotaron la munición: 6 disparos efectuó el ahora recluso, 20 cartuchos consumió el policía que resultó con las peores heridas (casi muere por la acción de un proyectil que le seccionó la arteria femoral —impacto en una zona no vital, dicen algunos—) y 21 tiros pegó el otro policía

-          Ambos agentes realizaron un cambio de cargador

-          El criminal huyó herido por un proyectil que tenía alojado en la cabeza

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