LA EXCLUSIÓN AUDITIVA DURANTE EL ESTRÉS DE SUPERVIVENCIA
Por
Ernesto Pérez Vera
De todo lo vivido en
aquellos escasos segundos en los que Enrique fue arrastrado durante 160 metros
por un coche deportivo —estando atrapada una de sus piernas en los bajos del
vehículo—, este policía de 36 años de edad estuvo recordando ‘momentos sueltos’
a lo largo de mucho tiempo. Aquellas rememoraciones aparecían en su cabeza en
forma de intermitentes flases mentales. Manifestó que no llegó a sentir miedo: «No tuve
tiempo para ello, no, al menos, de modo consciente. Todo fue muy rápido. Fue
más rápido y violento de lo que nadie pueda imaginarse ni en el mejor de los
entrenamientos creíbles que puedan proyectarse». Recuerda que lo que
estaba sucediendo lo creía estar viendo en tiempo real desde otra perspectiva: «Parecía que estaba
viéndome en una película con una cámara suspendida sobre mí, o al menos así lo
recuerdo hoy, mucho tiempo después».
Mientras todo esto
sucedía, por su pensamiento pasaron algunas imágenes de distintos momentos de
su vida. Aquellos recuerdos no fueron necesariamente negativos, según él
sostiene. «Durante
meses, a mi mente acudía el recuerdo de cuando con desesperación le gritaba al
conductor: ¡‘para, para, para’!». Aunque asegura que realizó 2 disparos situando
el arma relativamente cerca de su cuerpo y rostro, no recuerda haber visto los
fogonazos en la boca de fuego (era de noche) ni oído sus propias detonaciones,
las cuales, en circunstancias normales (no estresantes a un tris de morir), le
hubieran regalado una hipoacusia temporal, qué menos que un incómodo pitido de
varios días de incómoda duración. Sin embargo, desde los primeros instantes
supo que había disparado 4 veces en 2 series de 2 disparos, cosa que le refirió
a los primeros policías personados en la escena del delito. «Pese a que durante años
entrené la realización de un cambio de cargador tras finalizar un incidente
armado simulado, aquel día no fui capaz de hacerlo. Más aún, de ello me di
cuenta días después, estando hospitalizado. En realidad sé que no era necesario
recargar, pues era consciente de que había consumido muy pocos cartuchos, solo
4, pero era algo que tenía muy interiorizado y aun así no me salió aquello que
tenía tan entrenado... Lo que sí hice del mismo modo que en la galería fue
disparar series rápidas de 2 tiros. ¡Ah! Tengo que reconocer que nunca jamás he
sido entrenado en manejo de armas por parte del cuerpo al que pertenezco. Yo
entrenaba por mi cuenta desde que era un niño. Insisto: en 14 años de servicio
nunca fui instruido por la Policía. Y en la academia, tampoco: no hicimos
prácticas de tiro».
Tras la huída del coche homicida, a cuyo mando iba ya
herido de bala el conductor, Enrique seguía oyendo con exagerada claridad el
sonido del motor, que ya se hallaba circulando por diversas calles adyacentes. El
recuerdo de este sonido perdura todavía en la memoria del policía y lo define ‘como un
trueno continuo’. «Temí
que el vehículo reapareciera y me arrastrara otra vez o que pasase por encima de
todo mi cuerpo. Por ello me aparté de la vía principal hasta quedar tendido
bajo la iluminación que producía una farola del sistema de alumbrado público.
Para llegar hasta allí me puse en pie, pero me caí tan pronto apoyé la pierna
izquierda en el suelo. Tuve que reptar varios metros, porque tenía un tobillo
completamente destrozado».
Emilio, otro policía
que ha sobrevivido a tiro limpio, sumaba 4 trienios de antigüedad cuando a sus
32 años fue tiroteado por alguno de los ocupantes del automóvil al que perseguía en el rol de agente
no conductor: ocupaba el asiento delantero del acompañante, en un vehículo
turismo policial. Este hombre, al no manejar el volante del patrullero, se hizo
cargo de mantener el
enlace vía radio con la Sala de Transmisiones. Pero algo inesperado hizo que
dejara de ‘cantar’ la persecución: varios proyectiles penetraron su vehículo
por la luna delantera, pasando las balas a escasos centímetros de ambos
funcionarios. «En
ese momento solo pude ponerme a gritar por la emisora. Comencé a pedir apoyo a
la par que repetía ¡‘nos disparan, nos disparan, nos disparan’! Al final solté
el transmisor de la emisora. Lo dejé caer. Supe que tenía que repeler el fuego
cuanto antes, por lo que rápidamente alimenté la recámara de mi pistola y
empecé a disparar. Mis primeros tiros los realicé a través de la propia luna
parabrisas, de dentro a fuera. Mi compañero, aunque llevaba las manos en el
volante y en la palanca del cambio de marchas, también llegó a disparar algunos
cartuchos del mismo modo que yo. El humo de la pólvora quemada —quizás por
exceso de impregnación de aceite en el interior del cañón del arma— nos impedía
ver bien dentro de la cabina, y debido al estrés no podíamos abrir las
ventanillas. Un caos en toda regla. Por
cierto, no recuerdo haber usado los elementos de puntería del arma. Ninguno de
los 2 atinábamos a hacer casi nada con precisión mental y física. Aunque
parezca una broma o una mentira, las detonaciones efectuadas dentro del coche
no nos dejaron sordos. Estábamos algo aturdidos por la sorpresa, tal vez
también por el miedo, pero desde luego no por los tiros que estábamos pegando,
los cuales seguro que en una situación de no estrés sí nos hubieran hecho pitar
los oídos, quien sabe si incluso dolorosamente».■
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