MI TITULÍTICO COMPLEJO
Hay que ver la de vericuetos que tiene la memoria humana. Dicen los especialistas médicos que los mecanismos que hacen funcionar
y disfuncionar la memoria son complejísimos. Y cierto tiene que ser, porque a mor de qué habrá venido que hoy, durante mis casi cinco horas de sueño diario, me haya acordado de las varias veces que me han interpelado sobre mi titulación académica, relacionando mi nivel académico con mi capacidad para juntar letras, que es lo que yo hago, dado que escribir y ser escritor es algo
de mucha mayor enjundia.
Resulta que hoy ha brotado en mí el recuerdo de
cuando me reincorporé al servicio en verano de 2008, tras haber pasado nueve
meses de baja médica por aquello de la recuperación física de las secuelas
producidas cuando me mataron. Aquellos
meses de calor los pasé trabajando en la puerta de nuestras dependencias
policiales (recaí en episodios de dolor, teniendo que tomarme más tiempo de
baja), donde solo tenía que atender al público y recepcionar las llamadas
entrantes no urgentes. Aquello duró poco, porque en octubre volví a la guerra
callejera linense, en compañía de Víctor, quien llevaba mucho tiempo despegado
del trabajo en el inframundo local. En
fin, que como quiera que haciendo servicio en el mostrador de la Jefatura tenía
tiempo para leer y escribir, pues leía y escribía, además de reírme de todo el
que podía. Porque sí, lo admito, soy un mamón que se ríe de la gente, con
la gente y hasta de mí mismo me río.
Y érase una tranquila tarde durante la cual un
servidor estaba escribiendo un artículo al que titulé Fisiología en el enfrentamiento armado, cuando alguien se detuvo
detrás de mí, se apoyó en el respaldo de mi asiento y me preguntó que qué estaba
haciendo. Dada mi explicación, esta
persona, miembro de la plantilla y mando, me espetó que no le constaba que yo
tuviera estudios suficientes como para poder escribir artículos, menos aún
sobre la materia concreta sobre la que versaba aquel texto, que por cierto fue
el primer artículo que con mi firma vio la luz en un medio impreso. Y
cierto es que no poseía ni poseo estudios universitarios, que es a lo que
aquella persona se estaba refiriendo. No sé si debo pedir perdón. En cualquier
caso, no me avergüenzo de ello.
Le pedí que leyera mi texto, que en realidad ya
estaba terminado, hallándome yo únicamente revisándolo. Y oye, lo leyó in situ,
sorprendiéndome sobremanera su disposición, pues pensé que me iba dar largas.
Terminada la lectura, me dijo que sí, que sonaba bien, que era muy interesante
y que parecía estar bien escrito, añadiendo que no comprendía cómo podía atreverme
a publicar sin tener estudios superiores. Dejome
aquello pillado, porque interpreté que me estaba tildando de usurpador. Fue
cortés en todo momento, cosa que debo dejar clara. En cualquier caso, ¿qué
carrera universitaria consideraría aquel mando que había que cursar para
escribir artículos? Ella, me refiero a esa persona, me parece que había
estudiado Magisterio antes de ingresar en la Policía. O no, no lo sé a ciencia
cierta. De contar ese mando con estudios superiores, ¿podría haber escrito
mejor que yo aquellos párrafos? Tal vez, quién sabe. Por tocar el artículo
aspectos relacionados con las reacciones fisiológicas que experimentan los
policías sometidos al estrés de supervivencia, ¿tenía que haber redactado el
texto un psicólogo, un criminólogo, un psiquiatra, un fisiólogo o un periodista
de carrera y no uno sin titulación? ¿Un licenciado en Literatura Hispánica, tal
vez?
Así las cosas, me sentí acomplejado, minimizado y
machacado durante algún tiempo, cada vez que a mi mente venían las palabras
pronunciadas por esa persona. Incluso me planteé dejar de escribir, aun cuando
estaba casi empezando. Pero fueron pasando los meses y los años y seguí dándole
al teclado. ¡Ah! Poco tiempo después de
producirse esta anécdota se me impidió publicar en la gacetilla mensual interna
que editaba mi jefatura a través de la imprenta municipal. Gaceta 092, creo que se llamaba, aquella breve publicación que
tanto me gustaba. Dijéronme que mis textos carecían de calidad y que adolecían
de interés policial. Pero bueno, eso es otra historia, porque no tengo
ganas de contar que los que sí publicaban jugaban al copia-pega de textos
jurídicos a los que les añadían sus nombres, sin aportar ni tan siquiera un
parecer, una reflexión o una mera opinión. Me refiero a los publicantes pertenecientes
a la fuerza, porque los había externos (jueces, fiscales y abogados). Pasado un
decenio, me han susurrado que aquellas publicaciones podrían llegar a baremar a
nivel de promoción interna, razón por la que ya sé la razón del portazo que me
dieron. Ya no me ofenden ni me dañan estos comentarios. Hoy me resbalan desde
la bragueta hacia los zapatos. Es más,
todo esto me ha ayudado a identificar perfiles personales de dos tipos básicos:
envidiosos y analfabetos funcionales, aunque también he descubierto a expertos
aprovechados del sistema.
Alguien que comenzó como yo, publicando artículos y
algún libro, y que hoy es doctor, casi me rogó que continuara escribiendo y
publicando. Seguro que lo hizo por amistad y no por la calidad de mis escritos,
pero eso es lo de menos. La cosa es que
ese alguien había sufrido arremetidas muy similares a las mías por pertenecer a
la Escala Básica y contradecir en sus manifestaciones públicas mucho de lo que
sus jefes afirmaban en medios especializados. Ese alguien, como este
humilde expolicía, lo mismo tira balas, que tira tinta; que maneja pistolas, que
maneja estilográficas. Y es ese ya doctor quien me ha hecho comprender que hay
que estar por encima de quienes por falta de uso tienen seca la sesera. Una vez
me recordó que otros muchos ya habían combinado magistralmente la espada y la
pluma, sin necesidad de pisar aulas magnas. Que si se pisan, mejor que mejor. Me
hizo ver que no es óbice no haberlas pisado para apañar párrafos, máxime si las
líneas conforman apuntes de índole tocante a nuestra pasión.
Yo ya sabía que Cervantes, Garcilaso de la Vega y
José Cadalso, entro otros, eran soldados y literatos, unos antes una cosa que
la otra y otros ambas cosas a la vez. Y estos, precisamente, nunca fueron a la
universidad. Cervantes, qué cosas,
recibió no pocas críticas de algunos escritores coetáneos por no estar
universitariamente ilustrado y titulado. Lope de Vega, que también fue
militar y que sí estudió, aunque no lograra ninguna titulación (era un portento
intelectual, un virtuoso de las letras), encabezó las críticas contra el autor
del Quijote, cuando la envidia y los
celos rompieron la mutua amistad y respeto que se procesaban. Mezclando
épocas históricas y banderas, más de lo mismo. Ninguno de estos
ilustres manejantes de las palabras y de la gramática cursó estudios
universitarios (algunos solo los iniciaron): Joseph Conrad, Jorge Luis Borges,
Gabriel García Márquez, Ernest Hemingway, Edgar Allan Poe, Juan Rulfo, Roberto
Bolaño, Ray Bradbury y William Shakespeare.
En consecuencia, que lo haga quien sepa hacerlo, como me
dijo mi neurocirujano favorito una vez (me han intervenido seis veces a nivel
de columna vertebral), cuando le pregunté por las críticas que algunos
traumatólogos recibían por operar hernias discales y otras patologías
históricamente propias de la neurocirugía. Este neuro no ocultó que muchos de
sus colegas de especialidad criticaban a los traumas, cuando ellos, los que
criticaban, no habían hecho jamás una operación de esas características. Como
igualmente me manifestó que conocía a traumatólogos que abordaban determinados
problemas asociados a la neurocirugía mejor que ciertos neuros.
No quiero finalizar
este conjunto de párrafos sin mencionar, ya sin maniobras retóricas, a mi amigo
José María de Vicente Toribio, novelista, narrador, poeta e inspector-jefe
(jubilado) de la Policía Nacional, prologuista de mi primer libro y presentador
del segundo.
No entiendo que te puedan decir que te haga falta un título universitario para poder escribir un artículo, la Universidad Rey Juan Carlos tiene solución para eso en un fin de semana. Pero no admitir la calidad de éstos denota cinismo y no querer reconocer lo evidente, pero bueno, dentro de una relación laboral existen muchos trejemanejes que pueden dar luz a dicho comentario.
ResponderEliminarPor cierto, ex-policia es aquel que entró en el cuerpo abocado auna salida laboral, de esos que llevan el arma sin cartuchos para aligerar peso del cinto... de los que giran a la izquierda cuando el problema está en la derecha... un Policía por vocación lo es hasta el día de su muerte aún con 90 años. Yo te considero un Policía fuera de servicio.
Saludos.
No se me ocurre cómo alguien se arroga la potestad de decir quien puede y quien no puede escribir. Yo sólo sé, que no soy capaz de escribir un artículo (y tengo carrera). Primero porque hay que tener algo verdaderamente importantenque contar, y no lo tengo. Y segundo porque hay que atreverse al paisanaje hispánico, que nada hace y todo crítica. Además, a alguien que ha visto a la parca de frente, le ha dicho "hoy no" y se lo ha hecho entender, escriba mal o como el mismo Lope, hay que hacerle escribir de como la convenció, cómo se sintió, qué sintió ... Vamos tantos cómos y por qués se le puedan ocurrir a un niño. Solo para siquiera tener una remota idea de que hacer viéndonos en esas.
ResponderEliminarEn fin ¡cuanto maestro liendre que nimsabe ni entiende!
Mis respetos y esperando su proximo artículo.
Me has hecho recordar aquel anuncio de pescado enlatado en el que un doctor le preguntaba al espécimen en cuestión: ¿Pero tú tienes estudios, piltrafilla? :)
ResponderEliminarY es que, así como te sentiste tú, me he sentido yo cuando en algún curso/cursillo se me ha ocurrido abrir la boca para reprochar sus afirmaciones en cuanto a la cartuchería de punta hueca, el cartucho en recámara, a la recarga táctica, a lo de abrir puertas y mirar de reojo por la parte de las bisagras... y todo lo dicho lo defendía un GRS y yo era un municipalillo :(
En fin, que si el hábito no hace al monje, la "titulitis" no hace al Instructor, pero unos la tienen para sacar barriga y ascender en el escalafón, y otros sólo para poder enseñar al resto, lo que no hay que hacer, a lo que no hay que hacer ni puñetero caso, e intentar salvar alguna que otra vida.
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"Ante ferit quam flamma micet"