EL PODER DEL TÍTULO: ¡cuadro severo de ‘diplomitis’!
Por Ernesto Pérez Vera

Lo que determina si los ciudadanos pueden dormir tranquilos con nuestras intervenciones no es el tamaño del diploma que pende de un clavo en nuestra casa. Aquí lo que vale, me refiero a la calle, es el compromiso e interés que el agente muestre para con aquello que representa; pero sobre todo la entrega al bien común de la sociedad. Lo que pita y mete goles no es si el funcionario ha acudido a un campus universitario o si dejó los libros aparcados en el bachillerato o en la EGB. La calidad del servicio viene dada por lo que el policía hace ante lo que acontece delante de él. Tenga más o menos cultura (no necesariamente medible por el peso de los títulos), de un agente de policía espero que persiga al tironero y lo detenga; que incaute drogas y actúe contra quienes trafican con ellas y/o las consumen en aquellos espacios en los que está prohibida tal práctica; que acuda raudo a las llamadas de socorro de quienes se encuentran atrapados entre llamas, escombros o en el interior de vehículos siniestrados. De un policía debemos esperar, todos, todo. Pero no todo sin nada de compromiso, sino todo con el máximo interés por resultar resolutivo. No me valen, y no los he querido nunca a mi lado, aquellos compañeros que ante llamadas por robos, riñas o accidentes se hacen los remolones a cualquier hora del turno, máxime en la última hora de servicio. No, nunca.
Es indiscutible que la formación y la instrucción profesional son importantes factores que hay que cultivar en todos
los sectores labores. Que en determinados ámbitos profesionales, como
podrían ser el terreno de la salud y de los bomberos y policías (junto a estos
últimos hay que situar a los militares y al personal armado del sector privado),
hay que extremar el estudio y entrenamiento, es algo obvio: de una mala praxis
en estos campos pueden derivarse daños, lesiones e incluso la pérdida de vidas,
y hasta libertades. De esto se desprende, sin género de dudas, que acudir a los
centros de formación en busca de más conocimiento es siempre positivo. Ahora
bien, ¿es oro todo lo que reluce? Me explico, ¿sabe, hace y produce más el que
acude a más cursos, jornadas, conferencias, seminarios, etcétera? Cada cual lo
verá como quiera y le interese o incluso como su sentido común y los datos
objetivos conocidos le dicten.
Como siempre, voy a opinar en virtud
de lo que conozco por mí mismo. O sea, en base a aquello que he palpado, olido,
respirado y sufrido. Sí. Diré cosas a tenor de lo que he vivido unas veces e
igualmente diré cosas a las que he sobrevivido en otras ocasiones. Cuando todavía no había ingresado en la comunidad
policial siempre me llamó la atención que la gente de la calle, los legos en
los temas de los uniformados, me dijera continuamente que para ser un buen
policía tenía que estudiar mucho. Estas personas
no se referían solamente a devorar el temario de la oposición de ingreso en el
Cuerpo. Se referían a cursar estudios académicos civiles para, una vez dentro
de la Policía, optar a mejores puestos de trabajo o ascensos. Así pues, siempre me insistieron en que finalizara
mis estudios, cosa que nunca hice. Crecí pensando que los opositores con
titulación universitaria serían mejor que yo, una vez que consiguiera hacerme
con mi plaza de funcionario de policía. De esa guisa, y convencido de ello,
ingresé en las Fuerzas y Cuerpo de Seguridad.
Pues bien, durante años he
compartido mesa, mantel y destartalados coches patrulla con compañeros de todo
pelaje. He pateado las calles con policías que previamente a engrosar la
familia de los de “la porra” ya eran titulados universitarios, con otros que lo
han sido después de tomar posesión del cargo y con otros tantos que ostentaban
estudios medios o básicos. Después de varios cientos de detenciones, juicios y
miles de actuaciones de todos los colores y dolores, puedo garantizar que la
posesión de licenciaturas, grados, diplomaturas, bachilleratos, formación
profesional, módulos, accesos universitarios para mayores de veinticinco y cuarenta
años, graduados escolares o certificados de estudios primarios, no determina la
calidad final del servicio que un policía puede prestar al ciudadano. Como
tantas veces en mi vida y en esta profesión, me la colaron, me la dieron con
queso.

Lo que determina si los ciudadanos pueden dormir tranquilos con nuestras intervenciones no es el tamaño del diploma que pende de un clavo en nuestra casa. Aquí lo que vale, me refiero a la calle, es el compromiso e interés que el agente muestre para con aquello que representa; pero sobre todo la entrega al bien común de la sociedad. Lo que pita y mete goles no es si el funcionario ha acudido a un campus universitario o si dejó los libros aparcados en el bachillerato o en la EGB. La calidad del servicio viene dada por lo que el policía hace ante lo que acontece delante de él. Tenga más o menos cultura (no necesariamente medible por el peso de los títulos), de un agente de policía espero que persiga al tironero y lo detenga; que incaute drogas y actúe contra quienes trafican con ellas y/o las consumen en aquellos espacios en los que está prohibida tal práctica; que acuda raudo a las llamadas de socorro de quienes se encuentran atrapados entre llamas, escombros o en el interior de vehículos siniestrados. De un policía debemos esperar, todos, todo. Pero no todo sin nada de compromiso, sino todo con el máximo interés por resultar resolutivo. No me valen, y no los he querido nunca a mi lado, aquellos compañeros que ante llamadas por robos, riñas o accidentes se hacen los remolones a cualquier hora del turno, máxime en la última hora de servicio. No, nunca.
¿Que a qué viene todo esto? Muy
sencillo, viene a que he patrullado, detenido, incautado géneros ilícitos,
regulado el tráfico, corrido; y me he mojado y hasta llorado con gente de todo
pelaje, como ya manifesté antes. Entre estos funcionarios había de todo,
incluso gente abominable con la que no quisiera coincidir ni en el
supermercado, mucho menos en un baño público o en un ascensor privado. Pero sin
embargo, quiero seguir contando con la cercanía humana y profesional de otros
muchos (mayoría, por suerte). Tanto entre los despreciados como entre los bien
recibidos había hombres y mujeres con un alto nivel académico y cultural,
aunque también otros tan documentados como ellos, a veces incluso más, aun
cuando nunca pasaron por la universidad. He pasado frío, sudado y sangrado con
policías que nunca leyeron más que lo justo para obtener el graduado escolar y
superar las oposiciones. Pero también he convivido con quienes a sus muchos
años de servicio y vida decidieron ponerse las pilas y cursar estudios
superiores. De todo un poco.
Dicho esto, también me he encontrado
con quienes tuviesen o no formación universitaria coleccionan diplomas profesionales
y carnés de asociaciones policiales. A este punto quería llegar yo. Estoy
refiriéndome a quienes en un año cursan decenas de cursos de todo tipo, ya sean
de violencia doméstica, de delitos contra la seguridad vial, de engrilletamientos,
de control de masas, de tiro, de defensa personal-policial, etc. (abundan más
los físicos que los teóricos). Hablo de los que ya son, para mí, los policías
con los currículums más asombrosos del mundo. No es broma. Gente a la que si se
le suman todas las horas lectivas reflejadas en los tropecientos diplomas
acreditados, hubiesen necesitado tener ocho meses anuales de vacaciones para
completar tan asombroso ramillete de diplomas y chapitas. Sujetos que, según
dicen las malas lenguas —o las buenas—, compran, venden o intercambian
diplomas firmados por autoridades con competencia bastante como para validar
documentos oficiales baremables. Individuos que engañan a todos en todo,
incluso a los que visan sus títulos.
A estos se les mide la
profesionalidad por lo abultado de sus carpetas curriculares. Son los que han
invertido más tiempo en hacer cursos o en simular que los hacían, que en
producir persiguiendo infracciones administrativas y penales o ayudando al
prójimo con otras acciones propias del cargo (perseguir infractores beneficia
siempre a todos). Pero cuidado, esto no es solamente un asunto de mi profesión.
A un amigo abogado le pregunté una vez que cómo que él no acudía a tantos
seminarios y conferencias como fulanito (uno del que habíamos hablado anteriormente),
ya que éste, el tercero en discordia, todos los meses invertía varios días en
jornadas técnicas y conferencias por todo el país. Mi interpelado: «Yo no tengo
tiempo para eso. Yo estoy todo el día trabajando en los tribunales… Solo así
puedo permitirme todo lo que ves (buen nivel de vida). Aprendo con el estudio y
con la práctica real diaria». También es cierto que él iba y venía a eventos
del ramo en el pasado, cuando daba sus primeros pasos en el mundillo, pero es
que fulanito le doblaba la edad y los quinquenios bajo la toga. Ahí me di
cuenta de por qué RAA, VMSS, APC, JLM y JMSO, por ejemplo, casi no habían hecho
cursos en nuestra academia de policía desde que juraron el cargo: no tenían
tiempo para ello y para efectuar cientos de detenciones y miles de
intervenciones de toda clase, dentro de una unidad de complejos horarios y
turnos. Por ende, así fue como comprendí por qué FJF, FJVM, BMS, RPC y MAPR,
por ejemplo, tenían miles cursos efectuados y cero detenciones anuales.
Vislumbré la causa por la que estos, y sus correligionarios, nunca habían sido
requeridos para testificar en juicios. Supe, del tirón, que si alguno de estos
nunca había interpuesto una denuncia por tenencia y/o consumo de drogas en una
ciudad como la nuestra, como así efectivamente ocurría, era porque algo fallaba
y no precisamente en el sentido natural de la vista o el olfato, sino en el
sentido del deber, del interés y del compromiso policial.
¡Y saben ustedes una cosa!, entre
las primeras siglas reseñadas hay, como también ocurre con el segundo grupo,
policías y mandos con titulación académica civil superior, media y básica. Lo
que dije, esto no concluye nada de nada en el campo de la calle y del servicio
público. Dicho todo lo anterior, que vaya si he dicho, estos párrafos no deben
ser entendidos como un ataque contra quienes hacen cursos oficiales internos o
privados. Yo mismo he realizado varios, aunque no muchos. Porque, después de
todo, es lícito y ético realizar cuantos cursos se quieran hacer, ya sea en
aras del mayor conocimiento para entregarlo a la verdad de la calle o para
sumar puntos a la hora de optar a cambios de destino o para recibir distintivos
acreditativos de los que se adosan al uniforme y que tanto gustan lucir.■
Mucha razón en tus palabras, apreciado Ernesto. Medrar y sólo medrar. Nada de ser resolutivos o por amor al servicio.
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ResponderEliminarUno de los grandes males de nuestros distintos cuerpos y estamentos, al parecer desgraciadamente extendido :-(
ResponderEliminarBuenas noches Ernesto, es un buen análisis, pero a mi entender, algo generalista. Compromiso es una de las primeras actitudes que debe tener todo policía, pero en mi opinión, la formación continua es fundamental.
ResponderEliminarConsidero que formo parte de un tercer bloque, la de los frikis que hacen bastantes cursos al año, que posee estudios superiores, que desde mi entrada en el cuerpo estoy en una unidad operativa y que no se queda atrás en la media de intervenciones de todo tipo. Mi compromiso es máximo y mis ganas por formarme y seguir haciéndolo también.
Evidentemente, la "titulitis" no determina la calidad final del servicio que un policía puede prestar al ciudadano, pero hay que reconocer que ayuda. Es fundamental el interés que cada uno tenga para formarse, porque como tú bien dices, puede ser para ascender, bacilar, optar a otra plaza en otro municipio, etc. Pero hay que reconocer, que sea cual sea el objetivo de formarse, no es criticable, siempre será un aporte positivo para un profesional, otra cosa es el uso que cxada uno le dé.
Soy un defensor de la formación continua, de esa que la Administración debe facilitarnos y poco esfuerzo dedica para ello, creo que debería ser obligatoria. Por esto, valoro bastante a los compañeros que sacrifican su tiempo libre para dedicarlo a aprender o actualizarse. Es una pena que muchas actuaciones de compañeros con mucho compromiso, pero con poca formación, no se resuelvan adecuadamente o todo lo bien que debiera. Compromiso siempre, pero debemos prestar un servicio con la mayor calidad posible.
Evidentemente, coincido en que no es mejor policía aquel que suma más títulos, pero si al compromiso le sumas la formación, lo más probable es que el resultado sea muy positivo.
En la mayoría de cursos que realizo, casi siempre veo las mismas caras, son aquellos compañeros que pertenecen a este tercer bloque de "frikis" que les gusta su trabajo y se forman. Te puedo asegurar, que en su mayoría, son de los más operativos y comprometidos de sus respectivas plantillas.
Un saludo Ernesto y te animo a que sigas sacando a la luz, temas tan interesantes como éste y que tanto debate ocasionan.