CUANDO LOS PEQUEÑOS DETALLES MARCAN LA DIFERENCIA

Por Ernesto Pérez Vera 

En La Línea de la Concepción, si eres policía nacional y falleces estando en la situación administrativa de jubilado, se ve que la Policía Nacional se sacude el polvo de la gorra. Uno menos que irá por la Comisaría a dar por culo preguntando algo o para saludar a alguien, aunque sea de vez en cuando. ¡Aire!

A nivel de la institución no hubo ni un lejano adiós para el viaje eterno, por decenios que el interfecto allí hubiese estado gastando suelas de zapatos y por cientos de “gomazos” que hubiera tenido que repartir, por supuesto a demanda. ¡Qué fatiguitas me provocan los irresolutos, cobardes y miserables! 


Sin embargo, solo un metro más allá, en Gibraltar, aquí mismo y ahí enfrente, ante la misma situación y lleve retirado el funcionario un minuto o sesenta años, la Fuerza envía al lugar de la celebración del funeral una corona de flores y un agente uniformado para, en nombre y representación del comisario y de todo el cuerpo, presentar respeto al finado y dar las condolencias a sus dolientes. ¡Cuánto nos queda por aprender de quienes inventaron la filosofía de la moderna Policía! 

 

Menos mal que algunos policías sí mostraron a nivel individual y en nombre propio su pesar y tristeza por la ida de mi padre Ernesto Pérez Cuenca, bien presencialmente bien mediante llamadas telefónicas o a través de mensajes telemáticos. Hasta policías de otros cuerpos y localidades, allende la demarcación andaluza, quisieron demostrar ¡qué es ser compañero! y sí remitieron presentes florales para acompañar en el último momento terrenal a quien durante cuarenta años vistió dignamente el uniforme en Madrid, Cádiz, Algeciras y La Línea, justo en ese orden geográfico y cronológico. 

 

¡Hay esperanza! Quizás no todo esté perdido. Parece que aún queda gente decente que siente y comprende bien qué es el compañerismo, la amistad y la camaradería currada a base de miles de horas de patrullaje a pie, en coche, etcétera, todo lo cual nunca ha de confundirse con la sucia sinrazón del ciego corporativismo, del nepotismo sindical y del “colegueo” con la superioridad. 

 

¿Será que lo que yo considero “la familia policial” no es más que una ilusión mía, una fantasía nacida de mi pasión por este oficio? ¿O será que el cariño y el respeto entre policías lo mide algún complejo e inmundo instrumento de imprecisión que escapa a mis entendederas? ¿Acaso para estas ocasiones no barema haber sido un honrado servidor público? ¿Es que no puntúa haber sido valiente ante las peligrosas adversidades del servicio callejero? ¿Lucir inmaculadamente siempre la ropa, sin goterones de efluvios etílicos, tampoco da puntos en el instante del definitivo ¡buen servicio, compañero!? 

 

Él ha ascendido a los cielos por mor de la covid-19 y desde allí vela “con arma de guerra”, como rezaba el himno de la Policía Nacional hasta que este instituto se desmilitarizara en 1986, cuando mi viejo ya sumaba más de cinco trienios de antigüedad. Pero a mí me ha matado no aquel al que tuve que meterle dos tiros a bocajarro y en defensa propia, sino el desprecio que la Policía Nacional linense le ha rendido a Pérez Cuenca durante su funeral en plenas fiestas de Navidad de 2020. 

 

Dios premia y demanda... 

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