EN LAS FUERZAS POLICIALES: ¿qué nos lleva a querer ascender?


Por, Ernesto Pérez Vera

La mayoría de quienes ingresamos en los cuerpos de seguridad no lo hacemos con la intención, de antemano, de ascender en la institución. Digo la mayoría. Sin embargo, cuando van trascurriendo los años dentro de la organización algunos que jamás se lo plantearon deciden probar suerte y opositan en promoción interna. Esto siempre es loable y lícito. Pero cuando uno ve tantas y tantas barbaridades  —contrasentidos—, se pregunta: ¿por qué fulano o mengano han ascendido? ¿Qué los movió a ello y quién los apoyó? Si me pregunto esto es, precisamente, porque fulano y mengano fueron siempre funcionarios manifiestamente nada comprometidos y poco cualificados; pero aun así, ¡ahora tienen mando sobre los que ayer eran sus iguales de empleo!

Lamentablemente, muchos de los que año tras año van ascendiendo olvidan pronto sus anteriores  postulados y por ello lucen orgullosos sus nuevos galones o estrellas. Algunos de los que ahora, ya con mando legítimo, empujan a sus subordinados a trabajar más y más, tratan, a veces, de dar lecciones de ética, profesionalidad y hasta de moral. Estos son, en muchísimas ocasiones, los que justamente antes de promocionarse alentaban y arengaban a sus compañeros a no trabajar o a simular que se hacía el trabajo. Vagabundeaban y tiraban balones fuera. ¡Pagas muertas! Estos especímenes suelen hacer creer a los jefes superiores y políticos que ellos son ejemplares mandos y profesionales espejo. En ocasiones hacen parecer —más bien aparentar— que poseen la capacidad y mérito que, en realidad, sí que poseen aquellos que antes eran objeto de sus críticas y despellejes. Muchos de estos advenedizos jefes nunca fueron ejemplo de virtudes de ningún género. Hablo por experiencia propia, como siempre. Eso sí, personalmente conozco a un puñado —quizá menos de un puñado— de mandos intermedios que siempre han sido ejemplo y estímulo para los que trabajan en su entorno, pero esta es una especie escasa, rara avis.
    
Todo esto me hace reflexionar y ello me lleva  nuevas preguntas: ¿ascienden todos para trabajar más y mejor desde otros foros o estadios de la organización? ¿Ascienden solamente para aumentar los emolumentos y ganar calidad de vida familiar? Las aspiraciones y ambiciones profesionales son positivas, casi siempre. Pero no. Un oscuro motivo existe, cada día más, entre los que quieren alcanzar el ascenso de empleo (hablamos del ámbito policial). En demasiadas ocasiones, la gente quiere ascender nada más que para ganar más dinero, subir peldaños y hacer menos por todos y más por sí mismo. 

Unido de la mano de lo anterior está, también demasiadas veces, la búsqueda del beneficio personal en el nuevo puesto. Exprimir sus ventajas para saco propio.  Amigos, cuando ese es el único motivo que inspira al que aspira a ascender, la razón es bastarda, infame y despreciable. En nuestras instituciones va en aumento el ser vacacional y no vocacional. Por tanto, hay que distinguir claramente entre la mentalidad del funcionario y la del policía. O como digo siempre, unos trabajan de policía y otros son policías. Aunque hay que matizar, porque no es lo mismo ir al trabajo (estar) que trabajar (producir).

Pocos son los que buscan con los galones y la promoción, además de un mayor poder adquisitivo —con ello también mayor estatus económico, algo normal y natural—, la posibilidad de hacer más desde más alto. Este sí es un noble y ético motivo por el cual desear el ascenso. De quienes conforman este perfil sí se obtendrá, siempre, un beneficio común y repartido.


Son muchas las características que debe poseer un jefe superior o mando intermedio. Sin lugar a dudas, se da por sentado que ellos cuentan con conocimientos técnico-profesionales superiores a los que tienen aquellos que están por debajo en el organigrama. Por descontado, se supone que también son poseedores de conocimientos sobre técnicas de mando y organización policial. Sí, lo sé, es mucho suponerle a determinados sujetos. Otras características, seguramente no alcanzables mediante el estudio, deben ser desarrolladas y puestas en práctica por esos jefes, pero la educación, la clase y el don de mando no se compran ni se regala, se posee o no se posee. 

Seamos militares o civiles, creo que el artículo 65 de la Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas españolas debería ser mascado por todos los que ocupan cargos de responsabilidad sobre otros. Muchos creerán —los destinatarios involuntarios y protagonistas de este texto— que se encuentran dentro del perfil que propongo y que no critico. En unos casos así será, ¡ojalá sean muchos! Pero en otros supuestos habrá mucha sucia mentira propia e interna. Así pues, que cada uno se engañe a sí mismo si eso le satisface. Como dice un amigo mío, jefe intermedio en su cuerpo: que cada cual viva su mentira. Estos piensan que con sus embustes sacan brillo y lustre a sus hombreras y lo triste y lamentable es que triunfan y les va bien.
Textualmente, así reza el artículo 65 de la Ley 85/78, de 28 de diciembre, de las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas: «El Cabo, como jefe más inmediato del soldado o marinero, se hará querer y respetar de él; no le disimulará jamás las faltas de subordinación; le infundirá amor al servicio y mucha exactitud en el desempeño de sus obligaciones; será firme en el mando, graciable en lo que pueda y será comedido en su actitud y palabras aun cuando sancione o reprenda». 


Si muchos aplicaran a su vida profesional este artículo, aunque fuese de vez en cuando, y tan solo en parte, ¡solo un poco!, otro gallo nos cantaría a todos.

Comentarios

  1. joer macho, lo has bordado, Poco más cabe añadir a tu artículo. Muy bueno Ernesto, ... como es habitual.

    Saludos
    Andrés

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  2. :( Así es "mon ami", así es. Ni más menos, ni menos ni más. Como cualquier hijo de vecino, he tenido la suerte de conocer a un mandos buenos, muy buenos, incluso antes de empezar a patrullar junto a ellos, pues los que no sufren raras mutaciones y alteraciones genéticas cuando se visten de azul, empiezan por ser buenas personas, sencillas, amables, consideradas, corteses, simpáticas, amigables, y un largo etc. de atributos que pocos poseen, y tal vez yo no sea uno de esos, al menos a ojos de otros muchos.

    Todo esto viene porque si hecho la vista atrás, y no hace mucho, tan sólo 15 años, recuerdo cuando iba "en pañales" por la calle, y hecho mucho, pero que mucho de menos a Sebastián A. B. (ahora mismo se acaban de soltar las lágrimas...) y valga estas escuetas líneas para recordarle y llorar de alegría y pena a la vez. Alegría por haber conocido a una gran persona y gran profesional, que supo llevar el art. 65 de la Ley 85/78 a la que haces mención, a límites insospechados hasta que me cruce con él, merecedor de cualquier distinción y condecoración que se preste, por ir “más allá del deber” para con sus compañeros y AMIGOS; y de pena, por supuesto por su pérdida hace 8 años.

    Al igual que la titulación de cualquier profesional en cualquier ámbito, ya sea en el de la salud pública, en el de ingeniería, en el docente, y en muchos otros, no hace que el titulado sea “apto” para ejercer la profesión que ha estudiado (amén de ser la minoría) en nuestra profesión se acentúa más, no sé por qué, pero quizás por la búsqueda de un “empleo fijo” con un esfuerzo medio. Y hete aquí, que cuanto menos empeño se ha puesto en acceder, menos si cabe se pone en ascender, buscando la liberación total del curro de calle, y ponerse a cubierto tras los curretas y lanzar balones pa´rriba, balones pa´bajo.

    Me quedo con tu última reflexión y deseo, esperando ese poco de aplicación del art. 65 :) para tod@s.

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    "Ante ferit quam flamma micet"

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    Respuestas
    1. Un abrazo, Josma. Gracias por el comentario y por las operaciones que haces en las tripas del blog cuando mi torpeza florece.

      Ernesto

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