LAS 10 COSAS QUE DEBES SABER SOBRE LA FORMACIÓN POLICIAL ESPAÑOLA EN MATERIA DE TIRO Y ARMAMENTO
Aunque no soy de seguir modas, porque más bien soy
ñoño, soso y normalmente pragmático, pero no por ello pazguato, esta vez me voy
a sumar a esa campaña que parrafea las “10
cosas que debes saber” sobre esto, sobre aquello, sobre fulana, sobre mengano
y así con un largo e infinito etcétera.
LAS 10 COSAS QUE DEBES
SABER SOBRE LA FORMACIÓN POLICIAL ESPAÑOLA EN MATERIA DE TIRO Y ARMAMENTO
Por Ernesto Pérez Vera
1.- Es falso,
pero que muy falso, que las armas las cargue el diablo; como del mismo modo
es mentira que se disparen solas. La existencia del diablo es discutible, pero
como cristiano sé que Satán puede esconderse dentro de más de un hijoputa de los muchos que andan sueltos
por ahí.
Esta falacia se transmite mediante el boca a boca
entre los cientos de miles de usuarios de armas, sean profesionales de la
seguridad o no, formando ya parte del acervo popular. Lamentablemente, este
embuste es esgrimido y enarbolado por muchos instructores de tiro para
esconder, suavonamente, sus propias miserias y sus propios miedos. La manida frase se emplea como escudo
cuando los ignorantes carecen de respuestas; por lo que es, también, una
emboscada para los recién llegados al mundillo del tiro.
2.- Las balas de punta hueca
no están prohibidas en España. No, no y no. La legislación española no las prohíbe, solamente
restringe su uso. Tanto es así que durante la práctica de la actividad
cinegética, de la cacería, los cartuchos de punta hueca son ampliamente
consumidos en la modalidad de caza mayor. El
Reglamento de Armas, la norma jurídica de aplicación nacional que regula
este asunto, y otros, únicamente prohíbe
usar puntas huecas a los ciudadanos particulares usuarios de armas cortas; por
lo que los miembros de todas las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, e incluso de
las Fuerzas Armadas, podrán utilizarlas si les son entregadas de modo oficial y
reglamentario por la Administración.
En todo caso, los militares no podrían emplearlas
contra tropas regulares pertenecientes a ejércitos de naciones contra las que
nos encontráramos en guerra debidamente declarada. Así las cosas, en misiones
humanitarias, en servicios de protección de personalidades, en labores de
seguridad de instalaciones, etc., nuestros soldados podrían tirar puntas
huecas, tanto dentro de nuestro territorio como fuera del mismo.
3.- Los balazos, en sí, no
paran a la gente sino que esto ocurre si los proyectiles alcanzan zonas
determinadas del cuerpo y, sobre todo, si son lesionados órganos muy concretos. No hay que buscar ejemplos en las películas o en
los documentales que nos llegan desde Norteamérica, aquí mismo se han dado
infinidad de incidentes en los que personas tiroteadas por la Policía han
corrido, disparado, apuñalado, o incluso conducido vehículos a motor, soportando
impactos de bala en el pecho, en ambos trenes motores y hasta en el cuello y en
la cara.
¡Ya está bien de contar
mentiras tralará! Creyendo y difundiendo esta cinematográfica idea, no solo nos
engañaremos a nosotros
mismos, sino que, y esto es peor porque luego nos podría dar muchos dolores de
cabeza, también podríamos estar mintiendo a los jueces, a los fiscales y a los
periodistas que acabarán crucificándonos, llegado el caso, si tenemos que
agujerear el torso de un loco que machete en mano avanza hacia nosotros, no
precisamente para preguntarnos qué hora tenemos o cuál es la farmacia de
guardia.
4.- Es mentira que los
policías locales tenga que dejar sus armas en el cuartel al acabar el servicio o cuando van a salir de su municipio de adscripción
funcionarial, porque carezcan de
autoridad para portarlas fuera del horario laboral o incluso allende las
fronteras de la localidad. Esto de dejar el arma en custodia solamente sucede
en aquellas plantillas en las que esta medida de seguridad está implantada y
regulada, o decretada, por una norma local o autonómica.
Pero resulta que la escasez de medios materiales y
económicos, así como la falta de interés en otras muchas ocasiones, hace que la
ley no se cumpla incluso donde las normas marco exigen o aconsejan (según caso)
que cada funcionario tenga acceso a un armero de seguridad individual para
depositar en él su arma al finalizar la jornada de trabajo. Por cierto, hay
comunidades autónomas que ni se pronuncian al respecto. O sea que aunque
existen legislaciones regionales que obligan a los ayuntamientos bajo su
control a dotar a sus policías de una caja de seguridad para guardar en ella
las armas, no todas las fuerzas locales dotan a sus funcionarios de dicha caja.
El Real Decreto 768/1981, de 10 de abril, que en 1983 sufrió la derogación de
numerosos artículos, reza así: «Los miembros de los cuerpos de policía a que se
refiere el presente real decreto (cuerpos locales y autonómicos) depositarán
las armas, siempre que sea posible, en los locales que tengan habilitados,
con las debidas garantías de seguridad, en las comunidades autónomas o
entidades locales al finalizar su servicio normal y, en todo caso, siempre que
por cualquiera otra circunstancia se encuentren fuera de servicio». Pero las administraciones locales y
autonómicas no siempre dictan normativas tendentes a garantizar el subrayado siempre
que sea posible, por lo que no siempre es posible depositar el
armamento en lugares específicos que reúnan las condiciones idóneas que
dificulten la sustracción.
El propio real decreto de 1993 por el que se aprueba el
vigente Reglamento de Armas (modificado varias veces durante el siglo XXI),
contradice puntos del real decreto de 1983, supuestamente todavía en vigor.
Ejemplo: el decreto del ochentaitrés establece
que las licencias de armas de los policías locales y autonómicos se denominan
tipo E, como por aquel entonces igualmente se denominaban las licencias de
armas de los militares y de los miembros de las tres fuerzas policiales del
Estado existentes en aquellas fechas; cuando desde 1993 la licencia tipo E se
llama tipo A para todos los funcionarios referidos. ¿De veras que el Real
Decreto de 1981, modificado en 1983, puede hacerse valer con garantías de
eficacia jurídica y con sentido común?
Estoy seguro de que las
fuerzas del Estado no hacen lo propio por el enorme coste económico que la
medida conllevaría,
amén de por el complicado sistema logístico que habría que desarrollar para
garantizar, con eficacia, el cumplimiento diario de la normativa en todas las
dependencias policiales dependientes del Ministerio del Interior. De verdad, no
es cosa de que unos policías tengan más o menos largo el cañón de sus pistolas,
o lo que sea que cada cual se quiera medir.
5.- No es cierto que todos
los policías sepan manejar bien sus pistolas o revólveres. Más bien ocurre todo lo contrario: la mayoría no
sabe más que lo básico sobre el funcionamiento y manejo de su armamento y,
además, si es que acaso se obsequian segundos de sobra para pensar qué hacer y
cómo hacerlo. Estamos justitos de
conocimientos específicos, pero que muy justitos, casi todos los que llevamos
un hierro pendiendo del cinturón. Pero
también están pegados, y al loro que esto es más peligroso aún, nuestros mandos
e instructores. La peña sigue creyendo que hacer dieces en el papel,
disfrutando de tiempo para hacerlo y sin contaminar de estrés el ánimo y el
ambiente de la galería de tiro, garantiza el éxito en la vida real. Nadie
quiere invertir tiempo en aprender para luego compartir, de ahí que casi todos
nos conformemos con lo mínimo o con lo inframínimo.
Hace tres semanas, en mi presencia y en la de un
amigo mío ajeno al sector, un instructor le dijo a diez veteranos en fase de
reciclaje: «En
momentos delicados, a distancia de siete metros, nuestra cabeza no regirá bien
al ver que un choro corre en nuestra dirección con un cuchillo en la mano. Por
tanto, respirad con tranquilidad y apuntad con mucha calma, pero sobre todo
disparad a toda hostia. Os aseguro que si al menos le dais dos tiros, le deis
donde le deis, parareis su avance». Y digo yo, ¡¿qué leches hacemos con un
imbécil de este calibre, que dice una verdad seguida de tres trolas que
contradicen la verdad antedicha!?
6.- No siempre se puede apuntar
mientras se está inmerso en un tiroteo, menos todavía si éste se produce
sorpresivamente.
Pese a que la neurociencia, la fisiología y la psicología demuestran lo
anterior, muchos formadores siguen diciéndoles a sus alumnos, hurtándoles la
verdad, que mientras estén recibiendo fuego contrario tendrán forzosamente que
enrazar el alza y el punto de mira y que, para colmo, deberán y podrán mantener
la calma, respirando con tranquilidad. ¡Manda huevos! Tras muchos millones de
años de evolución de la especie humana, hay quien dice que tenemos que
involucionar porque llevamos unos quinientos años manejando pistolitas.
¡Paparruchas! El cristalino, que es la
parte del ojo encargada de enfocar, y por tanto la que tendría que centrarse en
alinear los elementos de puntería, se aplana, perdiendo su función enfocadora,
cuando el estrés de supervivencia explota dentro de los Homo sapiens mentalmente sanos.
Habría que diseñar los planes de formación en base a
las respuestas psicofisiológicas que los seres humanos experimentamos ante
eventos de emergencia, y no tendríamos que seguir creando programas de
adiestramiento que juegan en contra de todo lo lógico. Del mismo modo que no podemos volar, porque no somos aves, tampoco
podemos evitar caer presas del atávico y natural miedo a perecer. Tenemos que
entrenarnos sabiendo qué hará el pavor con nosotros. Así las cosas, si
conocemos cómo funcionamos por dentro, mejor podremos prepararnos para
responder por fuera cuando se presente el momento.
7.- Los proyectiles semiblindados
no son la solución al conocido riesgo que generan las puntas blindadas. Sustituir estas balas por las otras no es más que
una medida paliativa, un pañito caliente. Los cartuchos montados con puntas
semiblindadas, empleados en las armas cortas, no garantizan una importante
transferencia de energía ni una notable deformación de la punta tras impactar
estas en un cuerpo humano (volver a leer el punto 2). Tan peligrosamente se exceden en su capacidad de penetración las balas
semiblindadas como las blindadas. Y aunque no lo parezca o no lo quieran
creer, las construidas con plomo y sin envuelta metálica les van a la zaga.
Sin que realmente solucionen al cien por cien los
riesgos de la sobrepenetración, las puntas expansivas, sean huecas o no, son a día
de hoy la mejor opción disponible para desempeñar misiones de seguridad y
defensa. Tampoco se trata de un nuevo invento, la verdad, pero sí, por fin y
lamentablemente, se trata de una renacida preocupación manchada de sangre
inocente. Las puntas huecas minimizan el
peligro del exceso de penetración y, con suerte, aumentan el daño a quien
recibe el disparo. Cuanto antes caiga el contrario, antes se eliminará el
riesgo que éste estuviera originando. Y cuanto antes lo eliminemos con pocos
disparos, menos balazos habrá que darle. Un plus: cuantos menos disparos
realicemos en una refriega, menos posibilidades tendremos de errar los tiros y,
con ello, menos inocentes quedarían expuestos a las balas perdidas.
8.- Por más fofitos que sigan
floreciendo y aseverando que portar la pistola con un cartucho en la recámara
es innecesario siendo policía o siendo un simple ciudadano autorizado para llevar un arma de
defensa, porque siempre se disfrutará del tiempo suficiente para alimentarla
bajo el fuego de un atracador que dispara sin previo aviso, y porque siempre se
conservará habilidad motora bastante para hacer las manipulaciones necesarias, y porque siempre se gozará de
capacidad cognitiva para saber qué está pasando, qué hay que hacer y cómo hay
que hacerlo, ¡es mentira!
Si acaso se hubiese obtenido un entrenamiento
prolongado en el tiempo y exquisito en su planificación y ejecución, tal vez
podría haberme ahorrado este punto. Pero tal cual es nuestra incontestable
realidad formativa mayoritaria, no puede ser. ¡Sería una enorme bola muy gorda decir lo contrario! Ahora bien,
estoy convencido de que un adiestramiento serio y de calidad, prolongando en el
tiempo y exquisito en su planificación, llevaría parejo, sí o sí, el uso del
arma con cartucho en la recámara y con los mecanismos de disparo en posición de
reposo.
Quienes aún viven en la maravillosa y esponjosa nube
rosa que otorga ser tirador selecto, de primera o de oro en una aséptica
galería de tiro, se van a llevar una espeluznante sorpresa cualquier noche de
estas. La puta calle ofrece situaciones
mucho más duras, dramáticas y desagradables que dar en el “9”, cuando en
realidad apuntábamos al “10”. Es más, estas situaciones pueden llegar a
subvertir incluso a quienes de verdad sí están muy cualificados para los
enfrentamientos. Suele ser demasiado tarde para quienes tienen sentado en
la amígdala cerebral un mono tocando los platillos, como le sucede a mi
venerado Homer Simpson.
Ahí fuera las cosas suceden de un modo mucho más
violento y rápido que en la inmensísima mayoría de nuestros campos de tiro. Las
distancias de juego suelen ser, en la vida real, esas que permiten detectar la
halitosis del otro. Pero, sin embargo, se
sigue entrenando como si de un capítulo de Bon Esponja se tratara. En la vida
real los policías tienen que saber hacer más cosas con la pistola en la mano
que aquello que hacía Benny Hill, pistola en ristre y vestido de bobby, correteando a las jaquetonas de
turno. No solo hay que parecer sino que hay que ser, porque así lo exigirá
nuestra supervivencia cuando menos lo esperemos.
Lucir en el uniforme el emblema de tirador selecto
no es aval de nada cuando te apagan las luces y la silueta no se queda quieta a
siete metros esperando que busques una linterna, que prepares el arma, que
consigas hacerlo, que dispares y que, además de dar, pares a tiempo a quien por
obra del maligno ya no es un cartón inerme sino un criminal de carne y malos
huesos que pretende fabricar viudas y huérfanos a tiro limpio o a mandoble de
catana. ¡Qué fácil resulta todo cuando
solamente te juegas pagar una cerveza!
9.- Sea el defensor un agente de la autoridad o un
civil particular, se puede disparar a
quien agrede con un arma blanca, contundente o hasta a quien lo hace con
cualquier objeto, instrumento, herramienta o útil de uso doméstico susceptible
de producir lesiones graves o incluso, por supuesto, heridas incompatibles con
la vida.
Que nadie más les diga que jamás puede abrirse fuego
contra una persona que busca sangre con una pala, con un pico, con una botella
partida, con un destornillador. Me la
refanfinfla que quienes manifiestan tales bobadas sean letrados iletrados,
jefes de policía ignorantes o el propio papá de Roma, si se tercia. Quienes en
tales términos se expresan, engañan cada vez que ponen la mano por ejercer de
desinformadores en un aula. Me refiero, se dediquen a lo que se dediquen
antes y después de vomitar estas chorradas, a gente que no sabe que no sabe. Posiblemente sean, sin saberlo, personas
engañadas que no se han preocupado de averiguar si lo que pone en el temario de
turno es cierto o no. Demasiados únicamente tienen interés por el precio de
la hora lectiva.
Si bien es verdad que cuando alguien ha resuelto en
su mente acuchillar a otra persona no será fácil convérselo para que deponga su
actitud, menos todavía si ya está ejecutando su criminal idea, también es cierto que a veces, pero no siempre, un
encañonamiento a tiempo puede reducir emocionalmente a quien se muestra hostil
en la primera fase del enfurecimiento. Lo mismito pasa con la leyenda
urbana que airea por ahí que el ruido que hace la corredera de la pistola al
obturase, para dejar alimentada la recámara, puede subvertir el ánimo del
mismísimo Freddy Krueger. Como si acaso llevar la pistola presta no permitiera,
en un momento dado y si el usuario lo creyera oportuno, tirar de la corredera
para acojonar con la obturación, aunque se perdiera el cartucho expulsado.■
Cuanta razon Ernesto,,,otra mas las armas no se limpian con aceite , con aceite se engrasan , se limpian con desengrasante y cuidadito con echarle aceite a la zona por donde sale la aguja percutora que con la pelusa y el polvo se hace una capa que no deja salir el grano de fuego.
ResponderEliminarHoy por hoy las mías están secas por dentro, me refiero a mis armas.
EliminarGracias por tu comentario, Javier.
Ernesto.
No tengo nada más que añadir... Porque no sabría ni tampoco sería capaza de expresarme de modo tan nítido y contundente. Diez consejos, que desmienten mentiras y afirman verdades para un servidor, y estoy seguro que para otros muchos más. En este caso se puede escribir en letras mucho más grandes pero no más claras. Un consejo para los lectores y seguidores de este blog, leedlo tres veces aunque seais más listos que yo, en la segunda vez se piensa y en la tercera se "medita". Un abrazo Ernesto. Seguimos aprendiendo.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Ortiz, pero seguro que tú, precisamente tú, poco habrás aprendido con estos párrafos.
EliminarUn abrazo.
Ernesto.
Ernesto, hoy solo digo, que pena que no tenga emoticonos el blog para llenártelo de aplausos. Un saludo. José Moreno
ResponderEliminarGracias, Pepe, tú eres en sí el aplauso, maestro.
EliminarUn abrazo.
Ernesto.
Excelente informacion, saludo desde Rosario, Santa Fe, Argentina.
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