POR QUÉ LOS JUECES Y FISCALES DEBERÍAN DISPARAR, AL MENOS UNA VEZ
Hoy les traigo un
fabuloso artículo de mi amigo Ignacio
Abínzano Murillo, fiscal de la Fiscalía de Área de Sabadell, con quien en
2014, en Calafell (Tarragona), tuve el honor de compartir mesa, mantel y micrófono
durante una charla-coloquio (ciclo de conferencias) sobre los enfrentamientos
armados policiales y las circunstancias neuro-psico-fisiológicas, formativas y
jurídicas que se entremezclan en la calle, cuando un malnacido o un enfermo
mental decide sembrar pánico y muerte, fabricando viudas, huérfanos y pena. Estén
muy atentos a lo que dice este fiscal. Divulguen sus palabras, por el bien de
todos.
Yo no compito con nadie
en casi nada, por lo que eso que dicen algunos de que este artículo está
incompleto, teniendo ellos publicado el puro y totalmente completo y exacto, me
resbala. El texto firmado por Ignacio está en mi poder desde el 16 de febrero,
habiendo decido ahora traerlo a mi página. Y ojo, lo tengo porque el autor me
lo mandó para que le diera mi opinión en varios aspectos, ofreciéndomelo para
publicarlo, si tal era mi gusto. Si otros tienen el texto completo, es que
tienen otro. Yo soy más pobre y solo tengo lo que el fiscal me ha mandado para
que se lo valore y, como ya he dicho, para que lo publique en mi página.
Ahora, lean, lean:
Por qué los jueces y fiscales deberían
disparar, al menos una vez
Por Ignacio Abínzano Murillo
La probática puede definirse como la ciencia de
la prueba judicial. Es la parte de la ciencia jurídica que tiene por objeto la
demostración de los hechos y las afirmaciones vertidas dentro de un proceso
judicial, especialmente en la fase del plenario, la más importante de cara a
resolver el conflicto planteado. Su práctica requiere la colaboración de los
peritos, profesionales de todo tipo, que suplen los conocimientos técnicos de los
que carecemos los jueces y fiscales.

De entre los muchos ejemplos que podrían
encontrarse, vamos a centrarnos en uno que preocupa gravemente a los miembros
de los diversos Cuerpos y Fuerzas de Seguridad que desempeñan su oficio en
nuestro país. Ante una intervención policial en la que se han empleado armas de
fuego (muchas veces con resultado de graves lesiones o incluso de muerte),
llegado el día del juicio, el agente policial debe demostrar ante el tribunal
el estricto cumplimiento de los requisitos que legitiman la aplicación de las
dos principales causas de justificación: la legítima defensa del art. 20.4 y el
cumplimiento del deber del art. 20.7º, ambos del Código Penal. ¿Hubo agresión
ilegítima? Esto generalmente no ofrece dudas. ¿Existió provocación por el
defensor? Tampoco suele ser cuestión de debate, habitualmente. La pregunta
clave siempre es ¿fue la respuesta policial PROPORCIONADA? Y también ¿la
utilización del arma de fuego respetó las normas de la lex artis, es decir, ese especial conocimiento y control que de la
situación de riesgo DEBE tener el profesional gracias a su formación específica
en la materia?
Esa es la clave. La formación del policía y el
debido respeto a las exigencias de la lex
artis. Si alguien pretende aprender a pilotar, por poner un ejemplo, será
mejor que se entrene con un avión de verdad, no solo con simuladores que, por
muy reales que sean, solo exponen al aprendiz a equivocarse y a recibir un
pitido y un inofensivo mensaje que dice: “Se ha estrellado usted. Pulse ESPACIO
para empezar…”.
Del mismo
modo, si el policía se entrena únicamente con dianas inertes y siluetas de
papel en una galería de tiro, difícilmente estará preparado para afrontar con
éxito una prueba de fuego real. Me viene a la mente una mítica escena de ‘Operación
Dragón’, icónica cinta de artes marciales dirigida por Robert Clouse en 1973.
Se ambienta en una isla oriental en la que su despótico gobernador organiza
torneos de artes marciales. Su principal sicario, un robusto karateca de
bigote, barba y tez rojiza, que en sus ratos libres se dedica al kárate pero
que tiene como principal ocupación la de asesino a sueldo, se enfrenta a un
adversario desconocido, de escasa estatura y cuerpecillo menudo, que
aparentemente no tiene ni media leche, como diría el castizo. Pues bien. Antes
de iniciar el combate, el fornido sicario lanza una tabla al aire y, antes de
que caiga, ejecuta un preciso golpe de kárate que la parte en dos, con lo que
está convencido de haber impresionado a su escuálido rival. No lo consigue,
porque por azares de la vida y del guion, su adversario no es otro que Bruce
Lee, quien, impertérrito ante la demostración de destreza del sicario, sin
apartarle la mirada le advierte, ecuánime: “Una
tabla no devuelve el golpe”. Una tabla tal vez no, pero el bueno de Bruce
sí, y con tanta contundencia en la respuesta que el pobre sicario acaba el
combate en peores condiciones que la sufrida tabla.
Volviendo al tema principal. ¿No estaremos permitiendo que nuestros policías se confíen igual que el
karateka de la película, porque son capaces de acertar seis disparos seguidos
en el centro de una estática silueta de papel que, igual que la tabla de ‘Operación
Dragón’, jamás devolverá el golpe? Y, en lo que atañe a quienes a
posteriori tenemos que enjuiciar la labor del policía, ¿no estaremos olvidando
que cuando emplea su arma en una intervención real ha tenido que enfrentarse a
una situación completamente nueva, para la que tal vez no esté debidamente
entrenado?
Hace unos meses acepté la invitación de un
policía, del Cuerpo de Mossos d´Esquadra para más señas, para acudir a una
galería de tiro y, con las debidas medidas de seguridad, hacer la prueba de
disparar con un arma reglamentaria. Era la primera vez que sostenía en mis
manos una pistola real, y, obviamente, también fue la primera que disparé
munición auténtica. Desde ahora
recomiendo vivamente esta experiencia a cualquier profesional del derecho
encargado en enjuiciar la conducta de los que por razón de su oficio deben
emplear armas de fuego. En primer lugar, el tacto. El simple contacto
físico con ese instrumento, ya municionado, que tiene la capacidad de segar la
vida en un segundo y que está en condiciones de hacerlo por tener un cargador
lleno, produce respeto a cualquiera que no sea un inconsciente. Tratando de
seguir punto por punto las precisas instrucciones que me había dado el
instructor, alcé el arma, apunté a la diana (no estaría a más de diez metros) y
apreté el gatillo. Para sorpresa de todos, di justo en el centro. Y los
restantes disparos, algo más desviados, quedaron no obstante agrupados en los
círculos interiores. Magistral. La reencarnación de Mel Gibson en ‘Arma letal’.
Fue la única vez que logré agujerear la diana.
Porque a continuación, y esto es lo que quiero destacar,
el instructor de tiro, con la cara del experto jugador de billar que se ha
dejado ganar hasta conseguir que el novato muerda el anzuelo y suba
imprudentemente la apuesta, me propuso: ahora vamos a probar otra cosa. Cuando
yo toque el silbato, que puede ser dentro de diez segundos o pasados diez
minutos, usted debe disparar todos los cartuchos, a la mayor velocidad posible.
Si tarda más de cinco segundos en vaciar el cargador, no habrá superado la
prueba, aunque haga diez dianas. ¿Me estaba vacilando? ¿A mí, que después de mis primeras dianas me sentía capaz de emular a
Clint Eastwood en el duelo final a tres bandas de ‘El bueno, el feo y el malo’?
“Silbe cuando quiera”, contesté desafiante. Silbó (tras tomarse su tiempo,
para tratar de pillarme desprevenido –que es lo que por otra parte sucede en la
vida real del policía–), disparé (creo
que bastante rápido) y no es que no diera en la diana, que desde luego ni la
rocé; es que todos los impactos se habían quedado a más de medio metro del
objetivo. ¡Medio metro! Y eso los más precisos. En una diana que estaba a
menos de diez metros y que, de todas maneras, jamás iba a responder los
disparos. Ahora apliquemos el factor de corrección de encontrarnos en una
situación real, en la calle, en la que el policía se juega su propia vida y la
de los demás, vidas que puede poner en peligro tanto si dispara como si no lo
hace, porque el individuo al que hay que reducir tiene un cuchillo o incluso
otra pistola, y sus intenciones resultan totalmente imprevisibles.
Ahí está la raíz del problema. No basta con
entrenarse para manejar el arma y ser capaz de hacer diez dianas con diez
disparos en la galería de tiro, frente a una sufrida silueta que encaja los
disparos con humildad franciscana. El
entrenamiento debe perseguir, si acaso es posible, que el policía sea capaz de
mantener la cabeza fría y emplear su arma sin dejarse superar por la situación,
ciertamente más desagradable y estresante que la de los entrenamientos.
Pero, sobre todo, y esto nos atañe a los jueces y fiscales a la hora de
enjuiciar la conducta del policía que disparó en una situación de estrés y
riesgo para la vida propia y ajena, en la que no disparar podría tener
consecuencias incluso peores, nunca debemos olvidar que tal vez no recibió el
entrenamiento adecuado (no por su culpa, desde luego) y por ello no se le puede achacar incumplimiento de una lex artis que nunca le fue debidamente
enseñada.
Y para poder valorarlo mejor, compañeros de la
Carrera Fiscal y Judicial, aceptadme un consejo basado en la propia experiencia:
no os quedéis en la grada, bajad a tirar el penalti al menos una vez. Probad a
sostener un arma y a disparar diez cartuchos en menos de cinco segundos, ante
el toque de silbato sorpresivo de un instructor con ganas de fastidiar. Después
ya hablaremos de los requisitos del art. 20.4º y 7º del Código Penal.■
Muy grande esto. Gran fiscal y mejor profesional. Gracias Ernesto de nuevo.
ResponderEliminarOjalá cunda el ejemplo entre los profesionales de la judicatura!
ResponderEliminarO, sin ánimo de menoscabar su persona o lo q representa, que después de 4 consejos, se enfrente a "uno de esos" armado con un cuchillo eléctrico, que si no eres capsz de moverte, al menos, te llevas la descarguita además de la taquicardia ante el estrés de ser herido o finado, aún sabiendo que no produce herida. Solo así se puede ser empático con lo que se siente en esos momentos y los bloqueos que producen.
ResponderEliminarfelicidades, un articulo extraordinario, ademas asi deberia de ser, todos los jueces, fiscales etc...se les deberia obligar a utilizar las armas de fuego, incluso durante su formacion como profesionales de la carrera judicial
ResponderEliminarun saludo
Toda un verdad como un templo.
ResponderEliminarY si lo intenta después de tener que llegar después de una llamada, coche a toda pastilla, después tener que correr 50/100 metros, para llegar al escenario de la actuación y más agentes externos a la intervención, MAS COMPLIDADO TODAVIA.
Y aún así hay que tener las cosas claras.
Artículo sin desperdicio, como suele ser habitual. Y más viniendo de un funcionario que ha tenido la gallardía de aceptar, vivir en sus propias carnes y además exponerlo públicamente, una de las realidades más comunes en la inmensa mayoría de plantillas policiales. Un diez por el Sr. Fiscal y gracias a ti, Ernesto, por compartirlo.
ResponderEliminarUn saludo